Ilustración de W.Crane para "La Barbe Bleue" de Perrault
El próximo 24 de noviembre volverá a Valencia, al Palau de la Música, una obra por la que tengo especial debilidad, se trata de, traducido literalmente, El castillo del duque Barbazul, una ópera en un solo acto, de apenas una hora de duración, que constituye la única incursión que hizo en el género operístico el compositor húngaro Béla Bartók, sin duda una de las personalidades más relevantes e influyentes de la música del siglo XX y una figura capital en la renovación del lenguaje musical.
El
mito de Barbazul, en el que se basa esta ópera, se incorpora a la literatura
universal a través del cuento escrito por Charles
Perrault, La barbe bleue,
publicado en 1697, junto a otros famosos relatos como Caperucita roja, La
cenicienta o Pulgarcito, en una
compilación titulada Historias o cuentos
de tiempos pasados, con el subtítulo de Cuentos
de la mamá Oca, que es como ha venido siendo más conocida.
La
verdad es que muchos de los célebres cuentos de Perrault asociados históricamente a la literatura infantil, analizados
con la perspectiva de nuestra época no parecen ser precisamente muy apropiados
como historias para niños. Desde Caperucita,
con su abuelita convertida en la merienda de un lobo, al ogro comedor de niños
de Pulgarcito que acaba zampándose a
sus hijas… y no digamos este Barbazul,
con el que no sé si alguien pretendía dormir a sus infantes de chupete contándoles
la edificante historia de un asesino en serie que guardaba encerrados los
cadáveres de sus anteriores esposas… Realmente estamos más ante leyendas de
terror que ante inocentes cuentos infantiles.
En
el relato de Perrault, Barbazul es
un rico hombre de feos rasgos que contrae matrimonio con una joven muchacha. Un
día él ha de partir de viaje y le deja las llaves de la casa a su nueva esposa
prohibiéndole que utilice una que abre un cuarto secreto. Por supuesto la joven
no puede evitar la tentación de lo prohibido y entra en la habitación
descubriendo que todo está lleno de sangre y que allí se encuentran los
cadáveres colgados de las anteriores siete mujeres de Barbazul. La traición es
descubierta por éste, pero los hermanos de ella llegan a tiempo de dar muerte
al asesino antes de que culmine su octavo asesinato y la joven esposa heredará
toda la fortuna de Barbazul.
La
de Bartók no será la primera ópera
inspirada en esta historia. Ahí tenemos por ejemplo el Raoul Barbe-Bleue de André Grétry
de 1789, con libreto de Michel Jean Sedaine;
el Barbe-Bleue de Offenbach de 1866, con libreto de Halévy y Meilhac (los mismos libretistas de la Carmen
de Bizet); o, sobre todo, la Ariane et Barbe-Bleue de Paul Dukas de 1907, que cuenta con un libreto adaptación de la obra
de teatro del mismo título escrita por el dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, autor entre otras
obras de Pelléas et Mélisande.
En
el caso de la ópera de Bartók será el
poeta, dramaturgo y crítico cinematográfico Béla Balázs, cuyo nombre auténtico era Herbert Bauer, el autor de su libreto. Balázs (que por cierto es autor de una Teoría del Cine como
lenguaje que influyó en el trabajo de personajes referenciales como Sergei Eisenstein) calificó su libreto como “una balada de la vida interior” y declaró que no acometió la
escritura de Barbazul como un libreto en sentido estricto, sino como el trabajo
de alguien acostumbrado a escribir versos, como poesía. Tanto es así que su
creación llegó a representarse como obra de teatro en 1913, antes de su estreno
como ópera, curiosamente con Bartók
tocando al piano fragmentos de la música escrita para su ópera durante los
intermedios. Y por cierto no tuvo ningún éxito.
El
libreto de Béla Balázs encuentra su
inspiración, como también lo hiciese el Pelléas
et Mélisande de Debussy, en el
simbolismo francés y más concretamente en la obra del belga Maurice Maeterlinck, quizás el
principal referente del teatro simbolista. Balázs
se basa fundamentalmente en la obra Ariane
et Barbe-Bleue de Maeterlinck,
pero el espíritu simbolista que domina todo el libreto de Balázs también bebe de otras creaciones del dramaturgo belga como Los ciegos.
A
diferencia del texto de Perrault, en
el libreto de Balázs la protagonista,
Judith, no es hija de una familia pobre sino acomodada, y no es la octava mujer
de Barbazul sino la cuarta, que ha huido con él pese a los rumores que circulan
en el pueblo. La ópera comienza cuando ambos llegan al oscuro y siniestro castillo.
Allí Judith encontrará siete puertas cerradas e insistirá a su marido en que se
abran, lo que irá haciendo en presencia de este.
Ilustración de G. Doré |
El
propio Béla Balázs, por si cabía
alguna duda sobre el significado que se ocultaba bajo el simbólico argumento,
escribió que el castillo “representa el
alma de Barbazul, solitaria, oscura y secreta”. Cada una de las siete
grandes puertas prohibidas del castillo se abrirá para revelar una nueva faceta
de la vida e identidad de Barbazul. Y el irresistible avance de Judith abriendo
las sucesivas puertas del castillo nos muestra el progresivo despliegue del
alma de Barbazul ante los ojos de su nueva esposa.
Ilustración de W. Crane |
El
castillo es casi un personaje más que se estremece, llora y sangra en
diferentes momentos de la trama asumiendo cualidades humanas. Cuando Judith
llega al castillo, por ejemplo, escucha el suspiro y gemido del mismo; o tras
la primera puerta ve como las paredes sangran. Esta humanización del castillo
es tal que incluso parece ser que en los primeros bocetos de Balázs aparecía entre el listado de
personajes de la obra, listado del que desapareció fulminantemente a instancia
de Bartók.
Ilustración de G. Doré |
Además,
cada puerta va asociada a un color de luz. Así, por ejemplo, la primera puerta,
la cámara de tortura, desprende un color rojo, como una herida; la sala de
tesoros, color dorado; el jardín un verde azulado, etc. Ese variado cromatismo
del libreto quedará reflejado en la partitura, mediante la refinada y peculiar orquestación
que otorgará Bartók a cada pasaje.
Ilustración de W. Crane |
Balázs ofreció
su libreto a Zoltan Kodály en 1910,
pero tras su rechazo decidió proponerle a su amigo Bartók la posibilidad de que musicase su creación literaria. Bartók estuvo dándole vueltas a la idea
durante unos meses y finalmente decidió ponerse manos a la obra. Bartók contaba por aquel entonces 30
años y era profesor de piano en la
Academia de Budapest. Dos años antes había contraído
matrimonio con Marta Ziegler una
alumna suya de apenas 16 años y a quien Bartók
le dedicaría esta ópera.
Ópera de Budapest hacia 1890 |
Ilustración de W.Crane |
La
ópera comienza con un breve prólogo hablado, que a veces se suprime, en el que
un narrador nos introduce en el mundo de Barbazul y el misterio de su
significado. Casi imperceptiblemente, bajo las palabras del narrador, comienza
la música con las cuerdas graves en un sonido sordo, casi un gruñido. Y, al
finalizar el prólogo, oboes y clarinetes darán el pistoletazo de salida a la
maravillosa construcción musical del compositor húngaro.
El
gran valor de Bartók es su genial
orquestación, el refinado colorido y la fuerza dramática que desborda la
partitura. Cada sucesiva apertura de puerta, además, tendrá una orquestación
singular y una variación dinámica que le otorgará un colorido propio,
reflejando así en los pentagramas el diverso color de la luz que, según el
libreto, encontraremos tras cada una de las puertas. Bartók utilizará algunos instrumentos poco habituales como la
celesta o el órgano, y las maderas cobrarán un especial protagonismo en toda la
obra. Bartók
empleará algunos motivos temáticos recurrentes, como el de la sangre, el de las
lágrimas, o el propio nombre de Barbazul que se utilizará también de base
temática; contribuyendo así a la perfecta fusión dramática entre texto y música.
La
apertura de la quinta puerta es uno de los momentos musicales más impactantes.
Es el punto álgido de la trama, donde la orquesta brillará tanto como la luz
cegadora que sale de esa quinta puerta, efecto que se intenta conseguir con el
sonido de los trombones y de un órgano, en un pasaje que no puedo evitar que me
traiga a la memoria La catedral sumergida
de Debussy.
Y
el fragmento inmediatamente posterior, la sexta puerta, posiblemente constituya
la culminación de la maestría orquestal de Bartók.
La descripción del clima del lago de lágrimas, con el trémolo de las cuerdas
con sordina, los arpegios de arpas y celesta y el sonido de timbales y
clarinete, me parece absolutamente espectacular.
La
línea vocal está escrita en un estilo de canto hablado, lo que Bartók denominó un parlando rubato, similar al que encontró en muchas de las canciones
tradicionales del folclore húngaro y que después descubriese también en el ajuste
del texto a la música que hiciese Claude
Debussy en su Pelléas, con un recitativo
declamado donde están presentes las inflexiones, tensiones y cadencias del
lenguaje.
El castillo del duque Barbazul
me parece una ópera fascinante. Es una bellísima reflexión sobre la soledad, el
alma humana, las contradicciones y tormentos interiores que cada uno podemos
padecer… y hasta sobre el conflicto entre hombre y mujer. Tenemos por un lado a
un hombre que busca ser amado pero sin permitir que se abran las puertas de su
alma, que no desea que le hagan preguntas; y por otro, a una mujer que repite estoy aquí porque te amo y con esa
contraseña secreta insiste hasta que se desvela el último recodo del alma de su
amado. Eterno conflicto… planteado, eso sí, como casi siempre, desde un punto
de vista masculino.
Esta
es una de esas óperas que cuanto más las escuchas más facetas nuevas encuentras
en ella. Pero no nos engañemos. Si no se conoce no es fácil en absoluto, no
encontramos en ella arias, dúos o pegadizas melodías. Aunque sí una riqueza
musical y una fuerza dramática arrolladora e impactante.
La
obra desprende un profundo pesimismo. No esperemos aquí tibiezas ni encontrar
concesión alguna al optimismo. El propio Bartók
se caracterizaba por un pesimismo que le dominó toda su vida. Una vida que
desde luego tampoco fue precisamente un camino de rosas desde su infancia, con
la muerte de su padre, su exilio en 1940 a los Estados Unidos, la falta del
reconocimiento a su obra en vida, y finalmente la leucemia que acabaría ocasionando
su muerte en 1945, a
los 64 años, lejos de su patria y sumido en la pobreza, pese a ser uno de los
compositores con mayor trascendencia en la música del siglo XX.
En
los últimos años en Valencia hemos podido disfrutar de dos buenas versiones de
esta obra. En 2010 en el Palau de la Música con el maestro Josep Pons al frente de la Orquesta
de Valencia, y Jane Irwin y Sir Willard White en la parte vocal. Y en
noviembre de 2014, tuvimos la fortuna de asistir a una extraordinaria
interpretación en el Palau de les Arts, con la Orquestra de la Comunitat Valenciana bajo la soberbia dirección del
húngaro Henrik Nánási, y las voces
del bajo húngaro Gábor Bretz y la
mezzosoprano rusa Elena Zhidkova,
todo ello acompañado de un interesante montaje semiescenificado con vídeoproyecciones y unos efectos ópticos impactantes.
El
próximo viernes tenemos el aliciente de contar con un cantante de auténtico
lujo para el papel de Barbazul, como es el barítono alemán Matthias Goerne, una de las voces
más relevantes de su cuerda a nivel mundial, que suele prodigarse más en el
terreno del lied que en el operístico. Su amplitud de registro, su refinado
fraseo, la variedad de matices, la intensidad dramática de lo que dice y cómo
lo dice, le convierten en un auténtico referente, por lo que es un enorme privilegio poderle escuchar en Valencia.
Junto
a él, como Judith, estará la israelí Rinat
Shaham, una auténtica voz de mezzosoprano, dúctil, expresiva y de gran
musicalidad que este mismo año ha interpretado este papel nada menos que con la
Filarmónica de Berlín y bajo la
dirección de Simon Rattle.
Ambos,
Goerne y Shaham, tendrán el gran reto que plantea esta obra de hacer que sus
voces se impongan al gran muro orquestal que preparó Bartók y que en esta ocasión estará servido por la Orquesta de Valencia bajo la dirección
de Yaron Traub.
Bueno,
ya no me enrollo más. Decía Zoltan
Kodály de El castillo del duque
Barbazul: “Se trata de una obra
maestra, un volcán en erupción musical, sesenta minutos de tragedia condensada
que nos deja con un único deseo: el de escucharlo de nuevo”. En mi caso así
ha sido y me gustaría animaros a comprar alguna de las pocas entradas que todavía
quedan, creo que merece la pena esta ocasión para sumergirse de lleno, sin
prejuicios ni miedos, dejándose estremecer por la fuerza, la magia y la belleza de la música de Béla Bartók.