Ayer pudimos vivir en el Palau de les Arts de Valencia
el estreno en nuestro país de la ópera Fin
de partie del compositor húngaro György
Kurtág, una obra cuyo estreno absoluto tuvo lugar en Milán hace apenas dos
años y que recientemente obtuvo el reconocimiento del International Opera Award 2019 al mejor estreno mundial. Y estimo
justo considerar que los que estuvimos presentes anoche vivimos uno de los
momentos más importantes de la relativamente corta historia de este teatro.
Lo digo de corazón porque así lo pienso. Espero que no
se tome como la falsa afirmación de un snob que pretende hacerse el interesante
o mirar por encima del hombro a quien no sepa apreciar este tipo de música. A
mí también me cuesta un poco más esfuerzo dejarme llevar por estas composiciones
y hay cosas que me gustan más y que me gustan menos. Esta me gustó mucho cuando
la vi en youtube a finales de 2018 y ayer me gustó aún más.
Pero más allá de lo mucho o poco que a algunas personas les haya podido convencer el espectáculo ofrecido, me parece un enorme acierto que la actual dirección artística de Les Arts apueste claramente por abrir también un hueco en la programación a nuevas creaciones operísticas; sobre todo si, como es el caso, vienen con el aval de tratarse de una partitura escrita por un personaje tan relevante en el poco frecuentado ámbito de la música contemporánea como es György Kurtág, y con el muy sólido sustento dramático de la obra del mismo título de una figura fundamental del teatro del siglo XX como Samuel Beckett. Ya manifesté mi apoyo a este tipo de iniciativas en otras ocasiones, como, por ejemplo, cuando en 2016, todavía en plena era Livermore, se decidió estrenar en este teatro por primera vez en España la ópera Café Kafka, de Francisco Coll.
Creo que a los aficionados valencianos sólo nos cabe
felicitarnos y sentirnos muy orgullosos de que nuestro teatro tenga el honor de
ser el primero en España y el tercero en el mundo en el que se haya representado
esta obra, tras su estreno en Milán en 2018 y en Ámsterdam en 2019, estando
previsto que, si todavía queda alguien vivo para entonces, próximamente se
represente en Nueva York y París. Y pienso también que dice mucho a favor de los
gestores actuales del teatro y de su sincero compromiso por la cultura que, especialmente
en unos momentos tan difíciles como los que vivimos actualmente en todos los
ámbitos, pero muy singularmente en el mundo cultural, se apueste por abrir la
programación operística a nuevas creaciones, aunque ello suponga la renuncia al
taquillazo garantizado de los afamados títulos de repertorio de siempre.
Me parece mucho más lógico que en el abono anual de la
temporada valenciana de ópera haya un hueco permanente para la ópera
contemporánea que, por ejemplo, para el ballet. Sí, ya sé que soy un cansino
con los tutús y las puntas… Ojo, no digo que el ballet, como el flamenco, el
jazz, la música pop, las bandas o los campeonatos de petanca sobre patines, no
puedan tener su hueco en la programación de este excesivo contenedor cultural,
por supuesto que sí; simplemente hablo de la inclusión de los espectáculos en
los abonos anuales, donde sigo proponiendo, aunque nadie me escuche, que
debería diferenciarse un abono de ópera y, como mucho, conciertos, y otro para
el ballet, que también tiene sus buenos y numerosos adeptos y seguro que
tendría éxito. Pero bueno, lo dejo ya que me repito más que los chistes de Gila.
Imagino que la inclusión en
la programación de esta obra se produjo antes de que ni siquiera se sospechara
el caos generalizado derivado del querido COVID-19, supongo que sí, pero el
caso es que parece elegida a propósito para estos tiempos apocalípticos. Por
una parte, por el reducido número de intérpretes en escena que requiere,
únicamente cuatro y tres de ellos no se mueven de su posición, Hamm que no puede levantarse de su silla
de ruedas y Nell y Nagg que viven sin piernas en sendos
cubos de basura, con lo que no hay mucho problema para que se respete la
distancia social sobre el escenario. Y por otro lado, su aparentemente surrealista
pero interesante argumento, que no deja de contener una profunda reflexión
sobre la misma condición humana, presentando cuatro seres confinados (eso sí, sin
estado de alarma) en su propia situación vital desesperada, limitados en la
comunicación con el resto de personajes por las propias carencias de cada uno
de ellos, estando ya todos hartos unos de los otros, y a los que sólo les queda
aguardar el final liberador, el fin de la partida. Es verdad que hay en la obra
momentos que destilan humor, negro obviamente,
pero no nos engañemos, pese a esos toques y a un sutil mensaje esperanzador, si
estás de bajón tampoco te vas a partir la caja. Fin de la partida lo llamó Beckett y el propio Kurtág califica la obra
como un adiós a la vida. Alegría.
El libreto es obra del propio
compositor que ha respetado escrupulosamente el texto original de Beckett
aunque no reproduciéndolo íntegramente, sino que se ha efectuado una selección
de pasajes y de ahí que la ópera lleve el subtítulo de “escenas y monólogos”. Se desarrolla en un solo acto en el que a
su vez pueden diferenciarse doce partes, más un prólogo, en el que la contralto
canta el poema Roundelay escrito por Beckett
en 1976, y un maravilloso epílogo orquestal.
La producción presentada
cuenta con el mismo equipo escénico y la misma dirección musical y solistas
vocales que los que protagonizaron su estreno mundial en 2018. La dirección de
escena corre a cargo de otro reputado nombre, como es el de Pierre Audi,
de quien, aunque algún medio publicaba que era este su primer trabajo en Les
Arts, hay que recordar que ya pudo verse anteriormente su creación para aquella
Bohème de 2006 con rotura del
escenario incluida. El director franco libanés cuenta para la ocasión con la
inestimable colaboración de la escenografía y vestuario de Christof Hetzer
y, sobre todo, de una iluminación, firmada por Urs Schönebaum, por
momentos sobrecogedora, con unos juegos de luces y sombras subyugantes que
potencian el desaforado tono expresionista de la obra y rebosan belleza visual.
El escenario está dominado por el refugio, una cabaña en la que se encuentran esos seres desgraciados que posiblemente constituyan el último vestigio de una humanidad que toca a su fin. Ese será el único espacio en el que se desarrolle toda la acción, aunque las perspectivas de la casa irán cambiando, así como los ambientes sugeridos por la iluminación. Si decía antes que Kurtág ha respetado el texto de Beckett, Audi hará lo propio con ambos, honrando a dramaturgo y compositor con una puesta en escena sabia en su concepción, hechizante visualmente y que envuelve con mimo la acción y la engrandece, eludiendo ser protagonista ni molestar. Una creación construida al servicio exclusivo de la música y el texto. Todo un ejemplo de trabajo bien hecho con eficacia y sencillez.
La partitura de György Kurtág, además de las virtudes estrictamente musicales que contenga, constituye un ejemplo de amor y respeto al teatro y representa la perfecta comunión entre texto y música, entre el lenguaje utilizado por Beckett, con un estudio profundo y detallado por el compositor de cada una de sus palabras, de cada uno de sus fonemas, y una música que se ajusta a esos sonidos y se recrea en ellos, potenciando sus significados y emociones con filigrana artesanal a lo largo de unos pentagramas que desbordan color, personalidad y expresividad. Pese a que el foso lo ocupa una orquesta bastante numerosa, la mayoría de los pasajes rezuman un tono íntimo, casi camerístico, con un especial protagonismo de metales y percusión y de instrumentos de sonido grave como tuba o fagot. Los silencios serán otro elemento fundamental y tan importante como los sonidos, pudiendo casi escucharse y guardando un mágico equilibrio con estos.
A los mandos de la Orquestra
de la Comunitat Valenciana ha estado esta vez el mismo director que tuvo el
privilegio de protagonizar el estreno mundial milanés, el alemán Markus
Stenz que estimo que realizó un trabajo espléndido. Lo primero que quiero
reseñar es que dirigió con mascarilla, lo que considero una muestra de respeto
hacia los músicos que también iban enmascarados. No siendo yo un entendido en
este tipo de música, ni conociendo la partitura más que de un par de escuchas,
no osaré opinar demasiado al respecto de su labor, aunque sí debe dejarse
constancia de la claridad de gesto y de cómo marcaba todas y cada una de las
entradas y detalles de la partitura, atentísimo a cuanto ocurría en el foso y
sobre la escena. Las prestaciones orquestales obtenidas fueron más que
sobresalientes ante una partitura increíblemente exigente, consiguiendo exhalar
una enorme fuerza expresiva, riqueza tímbrica, de colores, matices y de
texturas, manteniendo al tiempo un cuidado equilibrio del conjunto. Todo el
epílogo musical final fue electrizante y de poner los vellos de punta. Creo que
ha sido una de las noches más inspiradas de los últimos años de nuestra Orquestra
de la Comunitat Valenciana y en un repertorio muy complicado y que no
suelen frecuentar, lo que tiene mucho más mérito.
Como decía antes, los
solistas vocales son también los mismos que estrenaron la obra en Milán. Parece
ser que antes de ese estreno estuvieron tres años trabajando directamente con Kurtág con exhaustivos
ensayos en casa de este. No se trata de cantantes especialmente conocidos,
aunque algunos de ellos son habituales en el repertorio de la música
contemporánea, y si algo puede destacarse de los cuatro es su adecuación al estilo
y, sobre todo, su excelente rendimiento en el apartado actoral y en el lenguaje
gestual, algo fundamental en una obra como esta en la que la vertiente teatral
es tan importante o más que la musical. Es curioso que, pese a que se trate de
una obra escrita en francés donde se da tanta importancia a la palabra, ninguno
de los cantantes sea francés, aunque los resultados no se resintieron por ello.
El bajo barítono noruego Frode Olsen interpreta a Hamm, hijo de Nell
y Nagg, que es ciego y permanece
permanentemente sentado en una silla de ruedas de la que no puede levantarse. Esto
hace que la voz sea el único recurso expresivo de este personaje que además
tiene el papel más extenso, de ahí que el cantante tenga el importante reto de
intentar ser capaz de trasladar todas sus emociones mediante una amplia
variedad de matices en su canto. Olsen cumple la prueba en la faceta interpretativa,
gestual y expresiva con nota. Cosa distinta es la calidad de una voz áspera y
ajada que en la zona más grave queda falta de consistencia y reducida a un
remedo de eructo, lo que originó que la orquesta le sobrepasase cada vez que se
internaba en ese registro más bajo; pero bueno esto tampoco es una ópera
belcantista y aquí es mucho más importante la expresividad que la belleza vocal
y en ese aspecto no se le puede reprochar nada.
El barítono Leigh Melrose fue el encargado de encarnar a Clov, el criado cojo de Hamm que, a diferencia de este, permanece siempre de pie y no puede sentarse. El cantante australiano frecuenta el repertorio contemporáneo y del siglo XX, siendo habituales en su agenda nombres como Berg, Zimmermann, Britten, Fujikura o Wigglesworth. Tiene Melrose una voz con volumen, pero no especialmente bonita ni su canto resulta refinado, aunque tampoco aquí le hace falta porque ciertamente no creo que fueran esos los valores que buscara el compositor en este personaje que, además, se mueve en muchos momentos en el parlato. La labor llevada a cabo en escena por Melrose brilla especialmente en el apartado interpretativo, pecando posiblemente de una cierta sobreactuación que, en cualquier caso, tampoco le va nada mal al personaje, aunque a mí me hiciera verle todo el tiempo como una mezcla entre Wozzeck y Pepe Viyuela, pero el resultado acaba siendo magnífico.
La contralto Hilary
Summers asumió el papel de Nell,
la madre sin piernas habitante del cubo de basura izquierdo. La veterana
cantante galesa es una habitual de la ópera barroca, siendo conocidas sus
colaboraciones con agrupaciones del nivel de The King’s Consort o Les Arts
Florissants, teniendo también un amplio bagaje en música contemporánea, con
colaboraciones con nombres como los de Pierre Boulez o Michael Nyman.
Posiblemente su voz no sea la de antaño, pero la zona grave y media siguen
presentando todavía una calidad notable aunque algo falta de volumen y cuerpo.
A su personaje reserva Kurtág los momentos que podrían denominarse, con bastantes comillas, más
líricos, resultando especialmente emocionante el momento de su muerte.
El tenor Leonardo
Cortellazzi
completaba el más que cumplidor cuarteto interviniente interpretando el rol de Nagg, habitante del cubo de basura derecho. Posee
el italiano un incisivo timbre lírico en una voz no excesivamente amplia que
quizás en otros ámbitos resultase un tanto corta, pero que, como la de sus
compañeros, se adaptaba perfectamente a los requerimientos de la parte,
mostrando además, como aquellos, un impecable comportamiento actoral, así como un
expresivo fraseo y una muy buena dicción. Es la suya una intervención que
aporta un interesante contraste de luminosidad en medio de una atmósfera vocal
y musical en la que dominan los tonos graves.
La importancia cultural internacional
del acontecimiento vivido anoche en Les Arts merecía que aquellos que ostentan
responsabilidades públicas en materia de cultura hiciesen acto de presencia
mostrando su reconocimiento y apoyo a la iniciativa. Así lo hicieron, y eso les
honra, el conseller de Cultura, Vicent Marzà, y la secretaria autonómica
de Cultura y Deporte, Raquel Tamarit. No cumplió, sin embargo, el tarugo del
ministro del ramo, José Manuel Rodríguez
Uribes, quien había anunciado previamente su presencia en la sala pero
finalmente no acudió “por problemas de agenda” (igual es que se le había
clavado la agenda en la huevera y le hacía pupita), demostrando así una vez más
su desprecio al esfuerzo que está haciendo el sector cultural en estos momentos,
y confirmando las sospechas de que, muy probablemente, para adjudicarle la
cartera le dieran la vuelta a la ruleta de la paella rusa de Monleón y le tocó cultura como le
podría haber tocado percebes… Bueno esto sí le hubiera ido mucho mejor…
La sala principal de Les Arts
presentaba bastantes huecos, además de los impuestos por la reducción de aforo
sanitaria, lo que más o menos se esperaba. A lo que hubo que añadir las deserciones
en masa que se produjeron en cada bajada de telón y, lo que es peor e
incomprensible, fuera de ellas, lo que motivó que, hasta bien avanzada la
representación, fuese continuo el ruido de abrirse y cerrarse la puerta. Yo
entiendo que haya gente a la que se le pueda hacer demasiado cuesta arriba este
tipo de música, pero, hombre, a poco que te informes antes de ir ya puedes
imaginarte lo que te espera. Aunque también digo que prefiero a estos que se
fueron en cuanto pudieron que a las dos parejas de gaznápiros que me tocaron en
las filas de delante y que no pararon, hasta bien pasada la mitad de la
representación en que decidieron marcharse, de cuchichear, mirar el móvil, guasapear
y comentar todo cuanto veían en sus pantallas luminosas. A punto estuve de lanzarle
un caramelo chupado a la cresta a uno de ellos, pero desistí ante la poca
confianza en mi puntería, temiendo que al final pudiese caramelizar al director
de orquesta.
Es verdad que desde que es
obligatorio el uso de mascarillas el número de toses y ruidos vocales varios ha
descendido muchísimo en las salas de concierto, pero ayer, hasta la segunda
estampida de cobardes desertores, se escucharon algunas más que de costumbre.
La última parte de la representación sí transcurrió con mucha más calma en la
platea, y las ovaciones y bravos nada más finalizar fue de las más intensas y
unánimes que se han vivido últimamente. Especial intensidad tuvieron los aplausos
a Markus Stenz y a la orquesta y también fue justamente braveada la
salida a escena de Pierre Audi y su equipo de colaboradores.
Una noche sin duda para
recordar. Sabéis que normalmente finalizo estas crónicas intentando animar a
que acudáis a vivir la experiencia por vosotros mismos. Esta vez no lo voy a
hacer. Por supuesto que lo aconsejo a todo aquel que vaya sabiendo el tipo de
música que va a escuchar y que decida darle una oportunidad, porque seguro que si
se deja llevar lo disfrutará más de lo que se imagina. Vale muchísimo la pena,
pero no voy a intentar convencer a nadie de los que dicen que no soporta la
música contemporánea. Todo es cuestión de gustos. Yo no soporto el ballet (y
dale…) y lo he intentado reiteradamente.
Ya acabo. Ojalá este Fin de partie no sea también el fin de esta temporada y puedan llevarse a cabo todas las funciones previstas y los espectáculos que están programados después. Pero la verdad es que la cosa se está poniendo otra vez muy malita y me da mucha tristeza y mucho coraje ver cómo se están cerrando teatros en Italia, Francia, Barcelona... Además, me parece profundamente injusto. Soy el primero que defenderá cualquier medida, por dura que sea, que garantice la salud de las personas, pero no es normal que si en los teatros no se está contagiando nadie con las medidas que se aplican, tengan que llegar a cerrarse por si acaso, mientras otro tipo de locales, donde sí hay contagios todos los días, siguen abiertos y, como mucho, con restricciones horarias o de aforo. La cultura no es algo prescindible, aunque el señor ministro no se lo crea, y deberíamos ser mucho más cuidadosos con ella si no queremos tener al final, si sobrevivimos, un país de ministros de cultura.