Ayer, tras las incertidumbres surgidas respecto al futuro del Palau de les Arts después de la cancelación de la ópera Manon Lescaut y la retirada de todo el trencadís de su cubierta, volvió a reanudarse la temporada operística del teatro valenciano, con el estreno de L'Italiana in Algeri, de Gioacchino Rossini.
Veremos cómo y cuándo se resuelve finalmente el recubrimiento del hoy patético Pelau de les Arts: si se vuelve a utilizar trencadís, si se pinta, o si algún genio decide que le ponen gotelé o papel pintado de los 70. A mí me da absolutamente igual. Lo importante es que el interior del edificio recupere su actividad a pleno rendimiento y que se garantice la continuidad de nuestro teatro de ópera con espectáculos de buen nivel, como el ofrecido ayer.
-Oye, yo paso ir al tostón ese de la ópera que me sobo
- Ya, y yo. Que vaya Helga.
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Entrando ya en materia, creo que pocas personas podrán discutir que, dentro de la producción de Rossini, Il barbiere di Siviglia es una ópera mucho más redonda en todos los sentidos que L’Italiana in Algeri. Sin embargo, cualquier parecido entre el Barbero sufrido la temporada pasada y la Italiana vista ayer, es pura coincidencia, ganando esta última por goleada. A las pruebas me remito, en Il Barbiere yo a los quince minutos ya estaba mirando el reloj y deseando que acabase aquel tostón; anoche, el primer acto de L’Italiana, de una hora y cuarto de duración, se me pasó volando. Y mérito de la obra no es. Hubo ante todo un responsable de que las cosas funcionasen especialmente bien, el director musical Ottavio Dantone, contribuyendo también de manera capital al éxito del conjunto la ágil y efectiva dirección escénica de Joan Font, así como un equipo de cantantes que, pese a sus puntuales carencias, lograron un resultado global muy positivo.
La dirección del movimiento de actores se vio bastante trabajada, casi siempre con acciones en diferentes planos, pero sin abusos, sin que llegase a distraer lo secundario de lo principal, únicamente remarcándolo y creando los ambientes necesarios para que la trama fluyera y su carácter cómico no decayese. Por una vez, personajes no existentes en el libreto como el tigre o las acompañantes vestidas de negro, no sólo no molestaban sino que potenciaban el conjunto. Lo único que no me gustó fue el inicio del segundo acto con esos tres personajes en escena haciendo bobadas antes de la salida del director.
Ottavio Dantone retornaba a Valencia, tras la magnífica labor de dirección llevada a cabo la temporada anterior en La Flauta Mágica, para ponerse al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana y, como ya dije antes, su trabajo anoche fue el principal responsable de que Rossini brillase en el escenario de Les Arts como merece. Tras el Barbero del año pasado, algunas personas me dijeron que habían llegado a la conclusión de que la música de Rossini no les gustaba; ayer algunas de esas mismas personas me confesaron haber redescubierto al compositor de Pésaro gracias, sobre todo, a un trabajo de batuta excelente que le hizo justicia.
Dantone comenzó poniendo las cosas en su sitio con una Obertura excepcional (por cierto, a telón bajado, como Dios manda, sin pretender distraernos de lo que debe primar en esos momentos que es la música). En ella, ya perfiló con sabiduría y precisión milimétrica todos los contrastes de la escritura rossiniana, con un manejo maestro del arte del crescendo.
Impuso un tempo ágil, vivo, alegre, donde la música fluía con naturalidad y se cogía perfectamente de la mano con la acción escénica, en una conjunción sólida que impidió que la tensión decayese un solo instante. Dantone, desde el podio, dirigió todas y cada una de las entradas de los cantantes, atentísimo a lo que ocurría en escena, cuidando que los volúmenes no tapasen a los intérpretes, pero, al mismo tiempo, sin permitir que la orquesta perdiese la relevancia requerida. Si hubiera de mencionar un fallo, sólo señalaría un cierto desajuste entre escena y foso en el pasaje del coro de pappatacci.
Christopher Bouwman |
Merece destacarse también el preciso, y pocas veces valorado en su justa medida, trabajo de José Ramón Martín al clave.
El Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión únicamente por sus integrantes masculinos, volvió a brindarnos una actuación magnífica, pese a algún desajuste como el ya comentado antes, recordándonos el privilegio que supone poder disfrutar de una agrupación de este nivel. Debe destacarse además su comportamiento en escena, desenvuelto y divertido, potenciando el tono giocoso de la obra. Además, como en tantas otras ocasiones, se percibía que ellos mismos se lo estaban pasando fenomenal.
Junto a la presencia de Dantone al frente de la orquesta, el mayor aliciente para mí de esta producción se centraba en la presencia en Valencia de la mezzosoprano Silvia Tro Santafé, en el papel de Isabella. Y no me defraudó en absoluto. La cantante valenciana tiene una voz de bello timbre y amplio registro, con un centro consistente, unos graves de peso y audibles y una zona aguda luminosa y timbradísima. Su canto estuvo caracterizado por una extrema musicalidad, pureza en el fraseo y un exquisito gusto a la hora de manejar el instrumento, como hizo en “Per lui che adoro”, con unas medias voces y matices preciosos. Solventó las coloraturas con limpieza y precisión y firmó un “Pensa a la patria” muy meritorio. Por hacerle un reproche, quizás por la perfección técnica y corrección canora demostrada, acabase resultando un tanto fría o distante, pero ante una ejecución de semejante nivel, ya quisiera yo muchas frialdades así.
Antonino Siragusa interpretó el complicado papel de Lindoro. El tenor italiano es un auténtico especialista en partituras rossinianas y se maneja con estilo, soltura y arrojo en las complicadas trampas escritas por el maestro de Pésaro. Estuvo muy valiente toda la noche, moviéndose como pez en el agua entre las agilidades y por el registro más agudo. Su voz, aunque de tonalidades blancuzcas, tiene volumen y cuerpo, algo no muy habitual en los tenores ligeros rossinianos, el problema es que las sonoridades son excesivamente craneales y nasales, con algún deje gatuno, y su fraseo algo tosco, tendiendo a dejar sonidos abiertos, todo lo cual afeaba un tanto el resultado final que, no obstante, sólo puede considerarse positivo.
Tras la desaparición del barítono Erwin Schrott del cartel de L'Italiana in Argeli a diez días del estreno, de la que ya hablé en este blog y sobre la que desde Les Arts siguen sin pronunciarse, el papel de Mustafá fue asumido ayer por el desconocido bajo turco Burak Bilgili. La voz es bonita, con resonancias de auténtico bajo, aunque paradójicamente carecía de graves, o, al menos, no le resultaban audibles, probablemente por una mala técnica de emisión. Le faltó un punto más de autoridad vocal, pero escénicamente estuvo impecable dotando al personaje de la vis cómica imprescindible, cuidando mucho la intención en su fraseo, pese a algún problema de dicción. Creo que la nota final también debe ser positiva.
Más flojo me resultó Giulio Mastrototaro como Taddeo. Es innegable que estuvo divertido y entregadísimo en escena, pero vocalmente no hace falta ir demasiado lejos para encontrar mejores defensores del rol.
Los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Anabel Pérez Real (Elvira), Cristina Alunno (Zulma) y Germán Olvera (Haly), cumplieron con corrección, destacando igualmente por su buen comportamiento en escena.
La sala volvió a mostrar demasiados huecos en un estreno (los pisos 3 y 4 estaban prácticamente vacíos), pero el público asistente, aunque no destacó por su calor, se veía que se lo pasaba bien. Al finalizar se ovacionó a todos los intervinientes y a la dirección escénica de Joan Font, que recogió unánimes aplausos y bravos.
Como siempre, parece que me toque a mí lo más selecto de la sociedad valenciana en mis inmediaciones. Ayer, un ser presuntamente homínido, nos deleitó a todos con su estulticia y embrutecimiento. Comenzó por entrar y salir de su butaca, molestando a toda la fila, unas 4 ó 5 veces antes de comenzar la representación. No contento con eso, nada más iniciarse la obertura enchufó el móvil y se puso a consultar las novedades de facebook tarareando mientras la música y molestando con sus graznidos y la luz del teléfono a todos los presentes. Llegué a pensar que no estaba mirando nada, sino que lo único que quería era iluminar sus facciones para que viésemos lo guapo que era, pero claro, deseché la idea al vislumbrar sus rasgos, propios de un cruce antinatura entre Boris Karloff y un King Kong alopécico. Redondeó su actuación comentando a gritos con sus compañeros de butaca (que por cierto debían ser del mismo zoo porque le entendían sus rebuznos y le reían las gracias) lo que ocurría en escena. A los insistentes chisteos y reproches de muchos de nosotros, respondía con chulería y haciendo más ruido, provocándonos también después al encenderse las luces.
Yo les pediría a los chicos y chicas que vigilan la sala que tratasen de controlar mejor este tipo de comportamientos y se tomasen las medidas oportunas para expulsar del teatro a esta gentuza que no sabe respetar unas normas mínimas de convivencia.
En fin, nos quedaremos con que la temporada operística se ha reanudado y confiaremos en que la cosa se mantenga. Y ya puestos hoy a hacer peticiones, hare otra:
Por favor, señoras y señores del gobierno valenciano y otras instancias competentes, un día de estos que estén ustedes ya aburridos de jorobar al ciudadano busquen en el diccionario (ese libro gordo que tienen sin desprecintar en la estantería) el significado de la palabra pensar y pónganla en práctica. Es gratis e incluso gratificante. Al principio puede que sea un poco doloroso poner en movimiento la neurona atrofiada y hasta es posible que se les escape algún cuesquete del esfuerzo, pero después se acostumbra uno a razonar y hasta tiene su gracia.
Piensen. Hagan lo posible por mantener una actividad musical y operística de nivel en este teatro. Tienen lo principal: la sala y unos cuerpos estables de relevancia internacional. Da igual que el exterior del edificio tarde en recuperar el lustre de los años del pelotazo, lo importante es que se siga ofreciendo en el interior una oferta cultural de primer rango que va mucho más allá de ser, como piensa el President del arreglo de cocido, un divertimento para ricos. No es cierto. Es un activo cultural de la sociedad valenciana que contribuirá a tener mejores y más formados ciudadanos… Aunque también es verdad que igual, precisamente eso, es lo que no les interesa a ustedes.
video de PalaudelesartsRS
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