Menos de una semana después de la apertura oficial de la temporada de ópera en la sala principal del Palau de les Arts, con una Manon Lescaut dirigida por Plácido Domingo de resultados no especialmente satisfactorios; ayer tuvimos el estreno de la segunda obra programada, tratándose en esta ocasión de la zarzuela Luisa Fernanda, y contando, una vez más, con el protagonismo de Domingo, aunque, afortunadamente, esta vez sobre el escenario.
Sé que hay mucha gente que no soporta la zarzuela. Algunos por puro desconocimiento, otros por prejuicios y muchos porque realmente no les gusta el género. No es mi caso. No soy un fanático, pero suelo disfrutar si la obra tiene un mínimo de calidad y está bien interpretada. Sentada esta premisa, soy de los que piensa que una representación de zarzuela, igual que un ballet o un concierto sinfónico, no debería incluirse en el abono de una temporada de ópera seria.
En este caso, me consta que no se ha debido precisamente al deseo de la Intendente Schmidt , sino a la negociación con Plácido Domingo para que volviese a estar presente en nuestro teatro en las fechas que tenía disponibles, habiéndose acordado que dirigiese una ópera e interpretase esta zarzuela.
Ya comenté en mi entrada acerca del estreno de Manon Lescaut que, en mi opinión, es bueno para el teatro que Plácido Domingo pase todos los años por Les Arts. El peaje que hemos pagado este año ha sido tener que aguantarle dirigiendo a Puccini y que se nos colase una zarzuela en abono. Y los rumores apuntan a que algo parecido podría estarse fraguando para la siguiente temporada. Ya será una cuestión personal luego, interpretar si ese pago ha sido demasiado elevado o sigue compensando. Pero esto quizás sea motivo de reflexión en otro momento.
Mis sensaciones tras el estreno de esta Luisa Fernanda podría resumirlas diciendo que el nivel, en términos generales, me pareció mejor que el de Manon Lescaut, pero sin que tampoco prendiese la llama de la emoción, sino apenas en chispazos esporádicos. Por otra parte, creo que es generalmente admitido que sigue siendo mucho mejor tener a Domingo en el escenario que en el foso, y ayer tuvo momentos realmente soberbios, pero, lamentablemente, cada vez es más evidente el desgaste de su voz.
Si critiqué que la apertura de la temporada se hubiese producido en martes, tampoco puedo ser mucho más benévolo respecto a que se haya elegido un lunes para el estreno de una zarzuela, por mucho que el nombre de Domingo pueda ser un reclamo considerable. Y hasta eso podría discutirse, pues, sean cuales sean los motivos, lo cierto es que anoche la sala, aun presentando mejor aspecto que el martes pasado (sobre todo en platea), en los pisos altos seguía teniendo muchísimos huecos.
La producción presentada ayer no es precisamente nueva, ya se pudo ver en el Teatro Real de Madrid en 2006 y se ha paseado por numerosas ciudades, e incluso existe una grabación en DVD. A mí casi siempre suelen gustarme los trabajos de dirección escénica de Emilio Sagi, y en esta ocasión también ha ocurrido así.
Es cierto que la propuesta exhibe un acusado minimalismo escenográfico, pero que me resultó visualmente atractivo, suficiente para enmarcar la acción y, sobre todo, permite alejarnos un poco de visiones más clásicas que muchas veces lo que hacen es lastrar una producción de zarzuela, al acrecentar la impresión de género atrapado en el tiempo. Las calles del Madrid castizo son aquí representadas por una maqueta, un tanto absurda, en un extremo del escenario, indicándonos el lugar en que nos encontramos, y, cuando la acción se traslade a la dehesa extremeña, se cubrirá con una pañoleta y unos árboles en miniatura representando aquélla.
Curiosamente, Sagi, que ha presentado en muchas ocasiones propuestas coloristas, nos sorprende esta vez con el blanco y el negro dominando por completo la escena, como también hiciese en el Real con su Barbero de Sevilla, hasta tal punto que las banderas no ostentan colores o las típicas ruletas rojas de los barquilleros madrileños son blancas. También el vestuario de Pepa Ojanguren me parece adecuado, mientras que la iluminación de Eduardo Bravo juega un papel primordial, generando ambientes y describiendo emociones, agradeciéndose que se huya de la excesiva oscuridad que tan habitual suele ser últimamente. Una pantalla o cuadrado iluminado constituye el fondo del escenario y se hace más pequeña u oscurece cuando los sentimientos son más tristes.
En definitiva, una dirección escénica que no es especialmente original, pero tampoco recurre a la ranciedad o al absurdo, funcionando bastante bien en el apartado visual y mostrando un correcto trabajo de dirección de actores.
Al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana se situó el alcoyano Jordi Bernàcer y, después de la experiencia vivida con Plácido en Manon Lescaut, lo primero que hay que decir es que en el foso esta vez hubo un director. Aunque se apreciaron algunos pequeños desajustes puntuales, la batuta estuvo en todo momento atentísima a los atriles y al escenario, marcando entradas, enderezando errores y guiando el conjunto de forma cuidada. El único que se desmandaba era Domingo que, como suele ser habitual, le chupa un pie lo que le marquen desde el foso y va a su bola.
Es verdad que la obra musicalmente, aunque tiene fragmentos bonitos, tampoco es Parsifal, pero Bernàcer consiguió estar siempre metido en estilo y extrajo algunos matices y momentos de gran belleza sonora, como en la mazurca y en el dúo final. En los aplausos que recibió durante los saludos quedó bastante claro que la sintonía de coro y orquesta con el joven maestro es mayor a la demostrada con Domingo.
Entre los solistas, destacaron varias intervenciones sensacionales del concertino Guiorgui Dimchevski.
El Cor de la Generalitat mostró la excelencia habitual y un mayor ajuste que hace una semana, posiblemente porque alguien desde el foso les facilitaba la labor. Estuvieron magníficos en la mazurca, en el coro de vareadores y hasta en la, odiada por mí, canción del soldadito.
Siempre he pensado que esta zarzuela, más que Luisa Fernanda, debería titularse Vidal Hernando, pues él es el auténtico protagonista de la obra. Y ayer mucho más.
Plácido Domingo es el rey indiscutible en el escenario. Nada más aparecer, todas las miradas se concentran en él. Su expresividad dramática, dicción y facultades como actor son insuperables. Además, controla el estilo y domina el papel de Vidal a la perfección, el cual vocalmente se adapta bien a sus características actuales, pudiendo lucir esa zona central que todavía presenta una belleza y poderío importantes. Lo malo es que los graves cada vez suenan más forzados y en los ascensos al registro agudo nos hizo sufrir muchísimo, además de que su fraseo general acusa claros síntomas de cansancio y un fiato cada vez más justito. Pese a todo, sigue siendo también un dominador absoluto de todos los trucos existentes en el ramo, más lo que él ha podido inventar, y tuvo algunos detalles de auténtico maestro como en el final de Por el amor de una mujer que adoro o su último dúo con Luisa Fernanda.
Por el contrario, a la canaria Davinia Rodríguez le faltó empaque vocal, expresividad y personalidad escénica. Tiene una voz lírica, homogénea, que manejaba con gusto, pero con unos sonidos entubados bastante feos y un volumen escaso. En Cállate corazón ofreció sus mejores prestaciones de la noche, pero en las partes habladas era prácticamente inaudible e ininteligible, con un arrastre de las eses de auténtica niña pija, osea osea, del barrio de Salamanca, aunque estuviésemos en 1868. Para quienes hemos visto en este papel a cantantes con el poderío escénico y vocal de María José Montiel, Davinia Rodríguez se nos quedó en una Luisa Fernanda decepcionante.
El papel de Javier fue interpretado por otro canario, en este caso el tenor Celso Albelo. Reconozco que me gusta mucho este hombre y por mucho que algunos me pongan de manifiesto sus puntos flacos (resonancias nasales, volumen corto o expresividad limitada), sus virtudes siempre me compensan. Me parece tan bello, ligado y elegante su canto que me conquista. Su resolución de la zona de paso es magnífica, la dicción exquisita, su fiato sobrado y el brillo de sus agudos incontestable.
También me gustó bastante la Condesa Carolina que construyó la valenciana Isabel Rey. Estuvo impecable en el apartado dramático y, pese a que su pronunciación costaba de entender, cantó con voz generosa, gracia, elegancia, estilo y belleza tímbrica.
En el larguísimo plantel de personajes secundarios me gustaron especialmente las intervenciones de Sandra Ferrández, Bonifaci Carrillo, José Enrique Requena y Carmen Avivar.
El público presentaba una media de edad superior a la de otros días y su respuesta fue algo más cálida que con Manon Lescaut, siendo Celso Albelo y, sobre todo, Plácido Domingo los más ovacionados. Éste, además, vio acompañada su salida a saludar con una lluvia de panfletos pequeñines en los que se leía “gracias maestro Domingo por su fidelidad a Valencia” y se recogía un listado de los espectáculos en los que ha intervenido el madrileño en Les Arts desde su inauguración, junto a una fotografía borrosa de Plácido que parecía salida de un programa de Iker Jiménez.
Antes de finalizar quiero hacer una advertencia a posibles espectadores que vayan desprevenidos… tengan en cuenta que van a ver una zarzuela con fragmentos muy populares, así que prepárense a escuchar como sus vecinos de asiento se lanzan a tararear, o directamente a canturrear, cada una de las romanzas… Yo llegué a pensar en algún momento que Bernàcer se daría la vuelta y dirigiría también a la platea, móviles incluidos...