Ayer tuvo lugar en la sala Martin i Soler del Palau de les Arts el estreno de la última ópera de la temporada. Una desconocida Narciso, de Domenico Scarlatti, ponía el punto y final a un ejercicio operístico demasiado breve; aunque viendo todo lo sucedido desde el final de la pasada temporada, no nos podemos quejar mucho.
Hoy estamos viviendo esa ridiculez llamada “jornada de reflexión” y, tras lo visto y oído ayer, creo que también aprovecharé para hacer algunas reflexiones que me vinieron a la cabeza mientras me aburría soberanamente en la sala.
Empezaré por advertir a quien no me conozca que la ópera barroca, por lo general, me produce un irresistible sopor. Es algo de lo que no me enorgullezco. Es una carencia que lamento, pero, por más oportunidades que le doy, igual que me pasa con el ballet, sigue aburriéndome. Por eso, mis comentarios hoy, más que nunca, están cargados de unas impresiones muy subjetivas que no tienen por qué coincidir con el resto de aficionados.
Resumiendo en pocas palabras mi opinión de lo vivido anoche, creo que asistí a un magnífico espectáculo dramático, con una dirección escénica formidable y con una dirección y ejecución instrumental sobresalientes; acompañando un pestiño de ópera, con fugaces momentos muy bellos, que contó con un elenco vocal inadecuado y bastante flojo.
La producción presentada está coproducida con el Festival de Música Antigua de Innsbruck, donde ya se había representado el pasado mes de agosto, curiosamente contando con la dirección musical de Fabio Biondi, recientemente nombrado codirector titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana junto a Roberto Abbado, y con quien nos espera, se supone, un incremento de ópera barroca en la programación de Les Arts. Lo que deberían plantearse los gestores del teatro es qué nivel de ópera barroca queremos ofrecer y cómo pensamos que es la mejor manera de acercar al aficionado no iniciado al género. Y, en mi opinión, eso no se logra descuidando el nivel de las voces, precisamente en la ópera barroca, donde lo primordial es el canto. Y ayer eso fue lo que pasó.
La producción contaba con la dirección escénica del omnipresente y polifacético Davide Livermore que obtuvo un éxito sin paliativos con este trabajo, en el que traslada la acción a los años 20 del pasado siglo, con una referencia directa al excelente largometraje de Wes Anderson Gran Hotel Budapest, aquí transformado en Grand Hotel Arkadia.
Una escenografía de ribetes expresionistas, impactantes proyecciones (aunque muchas de ellas recicladas y ya vistas en anteriores producciones), espectaculares juegos de luces y un llamativo vestuario, culminaban una propuesta visualmente hipnótica que potenciaba la acción dramática de un libreto bastante plano y estático. Además, pese a la traslación espacio temporal, se consiguió que no chirriase en ningún momento el texto con una acción escénica que parecía adaptarse perfectamente al espíritu de la obra. Eso sí, dio un aire de comedia a un drama, lo cual a mí particularmente no me molestó porque la obra tampoco me parece el recopetín, pero, como me decía un amigo en uno de los intermedios, si esto lo hace con Rigoletto o con Lohengrin, por ejemplo, le tiramos piedras.
La gran labor de Livermore se completaba con otro de sus fuertes, una dirección de actores cuidadísima, un trabajo espectacular al servicio del drama, logrando de los jóvenes intérpretes un rendimiento máximo en esta faceta.
Pero tanto es su empeño en el refuerzo del apartado dramático que se descuida notablemente la vertiente musical. Como ya ha ocurrido en otros trabajos de Livermore, la acción inunda todos los planos, incluso en los momentos en que no se canta, distrayendo la atención de la música. Además, en ese trabajo escénico no son pocos los ruiditos (el timbre del botones acompañando un recitativo, las risas de los intérpretes…) que interfieren directamente la escucha de la música. ¿Que soy un purista puñetero?, pues quizás, pero creo que hay un término medio para todo y que es posible culminar un trabajo escénico extraordinario, como es el de este Narciso, con un mayor respeto por el apartado musical.
Y esto me preocupa todavía más cuando este señor es el director del Centre de Perfeccionament y el Director Artístico e Intendente de Les Arts, y resulta que la vertiente vocal aparece todavía más descuidada que la musical, con unas interpretaciones muy lejos de la media de calidad que se espera de la casa. Si los cantantes de ayer fueron lo mejor que pudo seleccionar Livermore del Centre, la cosa es alarmante y habría que replantearse el nivel de selección del mismo. Pero lo peor de todo es que me da la impresión, posiblemente errónea, de que a Livermore le chupa un pie que los cantantes sean mejores o peores mientras sepan desenvolverse en escena. Y esto sí lo logró.
Por eso, en medio de mi sopor, estuve reflexionando acerca de esto y pensando en ese próximo anuncio el día 3 de la temporada valenciana 2015/2016, donde se supone que se van a ofrecer ¡14 óperas!, con una apertura a otros repertorios como el barroco o la ópera contemporánea, donde se dice que podríamos tener obras de Britten, Honegger, Janacek o Strauss… Pero si la táctica va a ser hacerlo con el protagonismo de cantantes del Centre que salen gratis y con esta mínima exigencia de calidad vocal, el fracaso está garantizado y el acercamiento del público a esos repertorios más exigentes será imposible, por muy vistosas y divertidas que hagamos las puestas en escena. La ópera no es sólo teatro, es drama, sí, pero sobre todo es música y canto.
Pero bueno, tiempo habrá para hablar de todo esto cuando se anuncie oficialmente la temporada.
El apartado musical tuvo anoche también un protagonismo de enorme calidad en la figura del director italiano Federico María Sardelli, quien ya había estado en este teatro al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en las óperas de Vivaldi L’incoronazione di Dario y Juditha Triumphans. Al igual que ocurriese en aquellas ocasiones, Sardelli llevó a cabo una magnífica labor, ofreciendo una lectura llena de nervio, brío y músculo, trabajando excelentemente las dinámicas y equilibrando los planos orquestales con sabiduría, logrando de esta orquesta, poco habituada al género, un sonido puramente barroco.
Destacadísima fue la aparición de los metales en sus breves intervenciones; maravilloso el sonido de toda la sección de cuerda, con ese momento en que la orquesta se convierte en quinteto de cuerda absolutamente fascinante; precioso el solo del concertino, Sergey Teslya; y acertadísimos toda la noche Aida Bousselma al clave, Arne Neckelmann con el violonchelo y Juan Francisco Padilla a la tiorba.
De los cantantes ya he dicho bastante. No voy a hacer mofa ni sangre, pero considero que tienen mucho que mejorar. A lo mejor exagero y tengo mis percepciones equivocadas por mi aversión al género, pero no hace mucho tiempo estuve también viendo una ópera barroca interpretada por alumnos del Máster del Conservatorio y el nivel me pareció superior.
Los recitativos estaban muy descuidados y toda la noche fue un recital de desafinaciones, destemplanzas, problemas de respiración e inadecuación al género. Destacaría entre todos favorablemente a Cristina Alunno, quien, al menos, dotó a su canto de expresividad; siendo el que menos me gustó el tenor Valentino Buzza con ese vibrato de borreguito característico y su tendencia a villazonear cantando todo como si fuese Pagliacci.
Sí quiero volver a repetir que su rendimiento en el plano escénico y dramático fue magnífico y ahí merecen un sobresaliente; como también merecen una reseña destacadísima las dos figurantes pertenecientes al Ballet de la Generalitat, Fátima Sanlés y Júlia Cambra, permanentemente en escena con una desenvoltura y unas dotes cómicas y dramáticas extraordinarias.
Al finalizar, hubo calurosas ovaciones para todos de un público que prácticamente llenaba la sala, con un altísimo porcentaje de extranjeros (alemanes, ingleses, noruegos y muchos italianos). También se encontraban presentes algunos jóvenes cantantes valencianos, ex compañeros/as del Centre de Perfeccionament o el que va a ser principal director invitado de Les Arts, Ramón Tebar.
Bueno, ahora esperemos al día 3 de junio a ver si el señor Livermore, dos meses después de lo prometido, se digna facilitar la información de la programación de la próxima temporada. Y a partir de ahí hablaremos del futuro.
Que ustedes reflexionen bien y voten mejor.