Ópera 1 después de Helga.
Tras inundarse los últimos días los medios de difamación, digo manipulación, digo información, con noticias y chismes del Palau de les Arts nada edificantes, ayer, por fin, volvió a ser un estreno operístico el principal protagonista en el coliseo valenciano.
Había curiosidad por saber si la nefanda consellera Catalá asomaba el morro por el recinto operístico, en esta noche de estreno posterior a la presunta destitución (parece que no está formalizada) de Helga Schmidt como Intendente, y por saber si el público de Les Arts le iba a mostrar de algún modo su agradecimiento ante lo bien que, según El Mundo, está gestionando este tema y en general la política cultural de la Comunidad. Pero no pudo ser.
Parece ser que la señora consellera no asistió al estreno porque se hallaba en el acto de exaltación de la fallera mayor infantil de Valencia 2015. Chúpate esa. Con eso se dice todo. Quien sí estuvo fue Davide Livermore, el nuevo director artístico o Intendente o lo que sea del Palau de les Arts. Y es que nadie, ni la prensa cercana a la consellera, parece aclararse acerca del alcance del nombramiento del italiano, que se dice que tampoco está todavía formalizado.
Algo sí me gustaría decir de Livermore antes de entrar en el análisis puramente operístico de lo vivido ayer. Este hombre, como director escénico y responsable del Centre de Perfeccionament, ha demostrado muchas cosas. Como director artístico o Intendente, o ambas cosas, del Palau, creo que lo único que se puede decir de él hasta ahora es que habla mucho. Le plantan un micrófono delante y, como buen latino hiperactivo, larga todo lo que le viene a la cabeza, con buena intención, sin duda, pero me da la impresión de que sin calibrar demasiado el que sus palabras van a ser analizadas hasta la última coma. Pienso que en estos momentos debería mostrarse más cauto y centrarse en organizar su trabajo y sus planes de futuro, sin necesidad de contarnos todo lo que se le pase por la testa. Hemos pasado de una gestión casi secreta a un exceso de información que, además, muchos están utilizando con aviesas intenciones. Pero mira, una de las cosas que podría hacer es hablar con Potenciano y con su amiga Catalá para ver si pagan a los cantantes que actuaron en el inicio de temporada, porque si no, al final, entre unas cosas y otras, aquí no va querer venir a cantar ni Leonardo Dantés.
El aspecto que presentaba la sala fue bastante parecido al de estrenos anteriores, con huecos en platea y los pisos altos con más asientos vacíos que ocupados, y eso que me consta que en los últimos días se han repartido gratuitamente un importante número de entradas, cosa que, por cierto, si Helga continuase siendo la Intendente, hoy habría sido, por supuesto, portada de El Mundo. Este reparto de última hora, en las circunstancias que vivimos actualmente en el teatro, no me parece inocente y creo que responde al propósito de que se transmita la falsa imagen de que sin Helga todo va mejor. Pero bueno, esto es otro tema que da para mucho y ya habrá ocasión de ir comentando.
Jonathan Miller firma la dirección escénica de esta producción del Maggio Musicale Fiorentino, si bien en Valencia ha sido Rodula Gaitanou la encargada de dirigir esta reposición. Curiosamente, tuve la oportunidad hace casi tres años de ver en Londres una Carmen, representada en el pub King’s Theatre, con una dirección escénica de Gaitanou muy interesante. Por el contrario, el recuerdo de Jonathan Miller en Les Arts no puede ser peor. Su Don Giovanni creo que ha sido una de las mayores inmundicias de dirección escénica que han pasado por Valencia, posiblemente sólo superada por la Carmen de Saura.
Además del pésimo recuerdo del responsable de esta puesta en escena, las primeras imágenes que habían circulado de la misma mostraban una especie de casa 13 rue del Percebe que también me hicieron rememorar otra desafortunada dirección escénica, como fue la de Damiano Michieletto para El barbero de Sevilla.
Pues bien, pese a ir tan predispuesto contra lo que me iba a encontrar en escena, he de empezar por manifestar que considero en esta ocasión un acierto el trabajo de Miller y Gaitanou, con sus defectos, pero de un gran impacto visual, muy efectista y adecuado para el desarrollo de la acción, percibiéndose además un importante trabajo de dirección de actores con los solistas, al contrario de lo que ocurriese en Don Giovanni, donde sólo las escenas con el coro y figurantes presentaron algún interés.
El decorado representa una gran casa de muñecas en tres alturas, con tres estancias en cada una de ellas, donde cada detalle está estudiado al extremo, y en ese escenario único se desarrollará toda la trama. Al iniciarse la representación, tras la obertura, la gran casa se abre para enseñarnos su interior, entornándose las puertas en la última escena que se desarrollará delante de aquélla.
La principal crítica que debe hacerse de la propuesta de Miller es que la proyección de las voces no se ve precisamente favorecida, al estar encajonadas en esta escenografía que además se halla alejada del foso. Cuando en la última escena el tenor y la soprano cantan delante de la casa junto al foso, la voz por fin les corría libremente y daba la impresión de que se las hubieran amplificado.
Los intérpretes van exageradamente maquillados, como si fuesen muñecos o personajes de la comedia del arte italiana, y con un vestuario de época, clásico, que acentúa esa sensación de casa de muñecas, la cual se potencia todavía más con los movimientos de algunos personajes al final, como si fuesen autómatas. Lo que no entiendo es por qué esa visión clásica es absurdamente rota con la aparición de los sirvientes con paquetes de compras de Gucci, Prada, etc.
La iluminación juega un papel esencial creando ambientes en las diferentes estancias, especialmente en el crepúsculo de la segunda escena del tercer acto, originariamente desarrollada en el jardín y aquí delante de la casa de muñecas, donde se consigue un efecto de gran belleza y que favorece la intriga burlesca del episodio.
Los movimientos de los intérpretes están trabajados con inteligencia y gran sentido de la acción dramática, de forma muy adecuada al ritmo fluido y ligero de la partitura donizettiana. Los personajes están bien definidos en sus rasgos principales, con sentido del humor, pero sin caer en la excesiva exageración bufa que los ridiculice demasiado y haga poco creíbles.
Con ocasión del estreno en Florencia de esta producción, Jonathan Miller abrió esa boquita que tiene, especialista en soltar sandeces (recordemos aquel revelador “a mí no me gusta la ópera” que espetó en una entrevista con motivo de su Don Giovanni), diciendo a propósito de su propuesta para Don Pasquale que “en la vida somos como marionetas guiadas por una maquinaria interna, de ahí la casa de muñecas, metáfora del cuerpo y la vida”. La mamarrachada es sublime, digna de aparecer en facebook con la jeta de Paolo Coelho, pero tengo que reconocer que, en mi opinión, nos encontramos ante un trabajo de regia coherente y solvente que me hace reconciliarme en buena medida con Jonathan Miller.
Lo mejor de la noche, en cualquier caso, estuvo en el foso. Al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, volvimos a tener a un muy buen director. El milanés Roberto Abbado, a quien es inevitable que en todas las crónicas se aluda a su condición de sobrino del desaparecido genio Claudio Abbado, pero que es digno de reconocimiento por méritos propios. Méritos que ya se dejaron ver con los primeros compases, plenos de brío y garra, de una lectura de la obertura absolutamente antológica.
Ese nervio y fuerza en la dirección se mantuvo durante toda la noche, evitando que decayese la tensión en ningún momento. Jugó con las dinámicas de manera fantástica y, como él mismo había reconocido en la prensa los últimos días, compensó la densidad de la orquestación donizettiana mostrando un cuidado exquisito hacia las voces, lo que no evitó, sin embargo, que éstas quedasen superadas por la orquesta en momentos puntuales, pero no tanto por culpa de la dirección como por una escenografía que no ayudaba, y por la liviandad de alguna de ellas. En los concertantes se dejó ver también el control de batuta de un director extraordinario que durante toda la noche consiguió hacer surgir del foso unos sonidos mágicos, transparentes, como hacía mucho tiempo que no se escuchaban.
Si mañana anunciase el verborreico Livermore que Abbado, ya que está por aquí, se va a quedar de director titular, no sería yo quien protestase.
Mención especial merece entre los músicos el solista de trompeta que acompañó el aria de Ernesto. Lamentablemente, por mi posición no pude ver quién era, así que agradecería la información. (Era Rubén Marqués)
El Cor de la Generalitat tiene una escasa intervención en esta obra, pero nuevamente estuvieron a la altura de las exigencias escénicas y vocales, mostrándose solvente y divertido en el tin, tin di qua, ton, ton di là y magnífico en su actuación dramática como la nueva servidumbre de Don Pasquale tras su falso matrimonio.
El veterano Michele Pertusi se conoce al dedillo el personaje de Don Pasquale que ha convertido en uno de sus referentes. El bajo italiano es un experto en el género y se muestra perfecto en estilo, con un fraseo lleno de sapiencia belcantista. Supo moderar la vertiente cómica del papel, sabiendo ofrecer también el aspecto más entrañable del mismo. La voz es amplia, generosa, aunque acusa cierto desgaste. No comenzó demasiado bien y en su primer encuentro con Malatesta presentaba más tintes barítonales que de bajo y algunos problemas de emisión, por lo que el registro grave perdía contundencia y se me hacía difícil identificar quién de los dos cantaba. Poco a poco se fue yendo arriba y culminó una buena actuación.
Uno de mis grandes alicientes para ver este Don Pasquale estaba en la Norina de la jovencísima soprano norteamericana (26 años) Nadine Sierra, de quien había escuchado grandes elogios pero no su voz. Y no me defraudó. Quizás me sorprendió que me esperaba una voz más carnosa, con más presencia, más cercana a una lírica que a una ligera, pero no fue así. La voz es de soprano ligera, e hizo gala de una técnica magnífica. Marcó trinos, adornos y todas las exigencias de la partitura, y tan sólo mostró apuros en la coloratura de su aria de entrada, aunque debió ser algo puntual, pues en los actos siguientes estuvo impecable. Exhibió un portentoso control de la respiración y se permitió algunos reguladores de bella factura. En el apartado escénico estuvo entregadísima y divertida y supo dibujar vocalmente con maestría la doble cara del personaje.
Un sobresaliente Doctor Malatesta fue también el que nos ofreció el barítono polaco Artur Rucinski, a quien ya tuvimos en Les Arts como Lescaut en Manon y como Eugene Onegin en la temporada 2010/2011. Tiene una voz pesada, no especialmente bonita y con emisión algo atrasada, pero cantó extraordinariamente bien, con una implicación escénica también encomiable. Ofreció un canto ligado y fraseo intencionado, y culminó de forma sensacional las agilidades endiabladas del Aspetta, aspetta. Por todo ello me sorprendió muchísimo enterarme de que había cantado con un resfriado fortísimo y que a punto estuvo de salir a escena en la segunda parte, para sustituirle, el cover previsto.
Completaba el cuarteto protagonista el ruso Maxim Mironov, un tenor de tintes rossinianos, con facilidad en el agudo y dominio del registro de cabeza, aunque con una vocecita blanquecina, con vibratillo, de poca enjundia, que transmitía fragilidad. Sin embargo cantó con exquisito gusto, ligando el fraseo con elegancia, y tan sólo se echo en falta algún matiz que hubiera hecho brotar la chispa de la emoción dotando de mayor expresividad al personaje.
El público, al menos en la zona en la que yo me encontraba se comportó con bastante corrección toda la noche y las principales intervenciones de los solistas fueron premiadas con aplausos durante la representación. Al finalizar, la respuesta fue cálida, ovacionándose a todos los participantes, incluida la dirección escénica de Jonathan Miller y Rodula Gaitanou, aunque sin el entusiasmo de las grandes noches. Sí hubo una especial acogida hacia la labor de la orquesta y su director, y entre los solistas el más aplaudido sin duda fue Artur Rucinski.
Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta primera ópera sin Helga. Ojalá en los próximos días la situación se vaya normalizando y sólo lo musical sea noticia en el Palau de les Arts. Aunque conociendo a nuestra consellera y a su diario oficial, lo dudo.
Y desde aquí aprovecho para animaros a todos a asistir a un espectáculo muy divertido y de gran calidad musical. De verdad que vale la pena.