Los aficionados de Les Arts
hemos ya de desengañarnos de una vez. Ha pasado ya suficiente tiempo desde la
inauguración de nuestro teatro de ópera para que todavía no nos hayamos dado
cuenta de que no hay temporada, y si me apuráis ni función, en la que todo
fluya con normalidad y sin sobresaltos. Es verdad que luego hemos seguido
sobreviviendo a inundaciones, pandemias, desplomes de plataformas, estrafalarias
detenciones policiales, desprendimientos del trencadís, huelgas, dimisiones y
ceses varios, y hasta a la Voulgaridou; pero, caramba, es que no hay ni
un momento de respiro.
En esta ocasión estaba
programado un espectacular cierre de temporada con el estreno de esa
imprescindible ópera de Alban Berg que es Wozzeck, con una colosal producción y un reparto vocal para
chuparse los dedos. Con mucha diferencia era lo que más me atraía de la
temporada y todo indicaba que íbamos a clausurar a lo grande un ejercicio
operístico que ha estado marcado también por la incertidumbre y por un accidentado,
pero progresivo, retorno a la normalidad.
Bueno, pues a lo grande se ha conseguido cerrar, desde luego, pero nuevamente
con sobresaltos e incidencias. Apenas seis días antes del estreno, el comité de
empresa del teatro anunciaba una convocatoria de paro total para la jornada del
estreno y otro parcial para la función del 3 de junio, reclamando la aprobación
del Convenio Colectivo que llevan pidiendo desde hace meses infructuosamente. La
víspera del estreno, sobre las 7 de la tarde, se comunicaba que no había
acuerdo y se mantenían los paros; y, cuando ya dábamos por cancelada la
función, alrededor de las 22 horas se hacía pública la desconvocatoria de la huelga
para el día del estreno, al haber recibido los trabajadores, tarde y mal como
es costumbre en Les Arts, el borrador de informe sobre la propuesta de Convenio
que estaban esperando. El paro parcial del día 3, de momento, sigue convocado.
Pese a todos los sustos e
incidencias, lo fundamental es que Wozzeck,
por fin, se ha representado en Les Arts. Y, como avanzaba antes, lo ha hecho
excelentemente servida, con una producción espectacular, un reparto vocal magnífico
y un rendimiento orquestal excelente, constituyendo, sin duda, uno de los más
relevantes hitos en la historia de nuestro teatro.
Merece mi más sincera
felicitación el director artístico de la casa, Jesús Iglesias, por esta
apuesta por traer por vez primera a Valencia esta incuestionable obra maestra,
pese a saber que nos encontramos ante un título que no genera precisamente el
entusiasmo masivo del aficionado ni una avalancha en la solicitud de
localidades. Sigue siendo una ópera que continúa originando recelos y miedo ante
una música que todavía algunos califican de difícil
o demasiado moderna, más de un siglo
después de su composición. Es verdad que requiere una aproximación distinta a
la que se hace a títulos más populares y tradicionales, pero una vez consigues dejarte
llevar y empaparte de la fuerza dramática y el poderío que emana de esta genial
combinación entre texto y música, lo complicado es no quedar subyugado por
ella.
Hecha esta alabanza sin
reparo ante la programación de Wozzeck,
sí me vais a permitir que manifieste mi desconcierto e incomprensión a que se
haya elegido precisamente esta temporada para hacerlo, cuando en el Liceu, en
las mismas fechas, está representándose otra producción muy atractiva de esta
misma ópera. Estamos ante una obra que cuesta mucho ver representada en España,
por lo cual muchos aficionados no dudaríamos en viajar a otros teatros para
disfrutar de ella. Por ello, pienso que esta falta de coordinación entre los
principales teatros de ópera españoles para programar determinados títulos, lo
único que origina es hacerse mutuamente la competencia y evitar la asistencia
de público de otras ciudades. No me cabe la menor duda de que si en Barcelona
no se hubiera programado Wozzeck esta
temporada, muchos aficionados liceístas hubieran venido a Valencia, y
viceversa. Esta descoordinación es perjudicial para todos. No digo que
necesariamente sea culpa de la gestión de Les Arts, pero es algo que debería
intentar corregirse con un poco más de previsión y puesta en común.
La propuesta elegida para la
presentación en sociedad de Wozzeck
en Valencia, es la coproducción entre la Bayerische Staatsoper y el New
National Theatre de Tokio, con la firma del alemán Andreas Kriegenburg
en la dirección escénica, la impactante escenografía de Harald B. Thor, la
espléndida iluminación de Stefan Bolliger y el vestuario de Andrea Schraad.
La escena está dominada por
un cubo suspendido en el aire que se dice que pesa más de 6 toneladas, lo cual
teniendo en cuenta la trayectoria de incidentes varios en este teatro a la que
hacía alusión al comienzo de esta crónica, no voy a negar que aligera un tanto
el tránsito intestinal. En ese cubo, se desarrollarán la mayoría de escenas que
tienen lugar en interiores (la habitación del capitán, la casa de Wozzeck, la consulta del doctor).
Mientras que debajo del gigantesco cubo se llevará a cabo el resto de la
acción, con un escenario completamente cubierto por una lámina de agua en la
que chapotearán los intérpretes durante toda la obra.
Se incluye en escena un grupo
de figurantes vestidos de negro que representarán a los oprimidos, a esa gente
pobre (wir, arme leut) de continua
referencia en el texto por parte de la pareja protagonista. Ellos sostienen
sobre sus espaldas, incluso literalmente, la carga de esa clase dominante, y
pululan por escena reclamando trabajo y recibiendo las sobras de comida o
monedas que tienen a bien arrojarles de vez en cuando, zambulléndose en el agua
como pirañas peleando por esas migajas.
Los perfiles de cada uno de
los personajes están impecablemente diseñados desde el punto de vista
dramático, palpándose una intensa y muy cuidada labor de dirección de actores,
convirtiéndose en una ópera sustentada en un muy sólido armazón teatral, donde
cada movimiento y cada gesto de cada una de las personas que sale a escena
tiene su sentido, ayuda a dibujar su perfil individual y enriquece el conjunto.
El maquillaje y caracterización de los intérpretes juega aquí también un papel
capital, habiendo logrado conferir a todos los personajes, excepto Wozzeck, Marie y el hijo, un aspecto absolutamente fantasmagórico y siniestro,
mezcla de Walking dead y peli de Tim
Burton, que no es sino la representación de la visión que percibe el
protagonista de una realidad monstruosa deformada por esa pesadilla interior en
la que vive.
El impacto visual de la
propuesta de Kriegenburg es demoledor y la atmósfera que se consigue
crear es absolutamente hechizante y acorde al drama representado. De gran
belleza y fuerza dramática me parecieron los juegos de luces y sombras o los
reflejos del agua sobre el cubo. La sobrecogedora simbiosis entre texto y
música lograda por Alban Berg encuentra en esta producción, en mi
opinión, un vehículo idóneo que transmite al espectador todas las emociones que
bullen en esta obra que es una auténtica olla a presión. Y eso pese a que no
siempre se ajusta estricta o claramente al libreto. Por ejemplo, con los ya
mencionados figurantes, o con que aquí adquiera un protagonismo muy especial el
niño, hijo de Marie y Wozzeck, que estará presente en muchas de
las escenas, o que el mismo protagonista se muestre también presente cuando no
debería estarlo, como en la canción de cuna.
Pero todo eso no me parecía
que perjudicase en absoluto ni lo musical ni la comprensión del drama, a
diferencia de algunas anteriores producciones vistas este mismo año, como Macbeth, donde creo que se despistaba y
molestaba al público sin sentido. El ruido del agua, incluso, no lo percibí
como algo que disturbase la escucha, a excepción de un momento muy concreto,
cuando los chapoteos del personaje de Andrés
correteando sí afectaron al coro de ronquidos de los soldados. Tampoco me acabó
de convencer la resolución escénica del ahogamiento de Wozzeck, donde esperaba algo más que tumbarse en una colchoneta
sobre el agua. Ya sé, y siempre digo, que todas estas opiniones que me decido a
verter aquí son puramente sensaciones subjetivas mías y esa subjetividad hace
que unas veces el conjunto me resulte positivo o se me fastidie la función. Y,
en esta ocasión, sin duda alguna, mi valoración es sobresaliente.
Y no puedo finalizar esta
reseña de lo vivido escénicamente sin hacer una mención muy especial a todo el
equipo técnico de trabajadores del Palau de Les Arts. Afrontar una producción
con los requerimientos que conlleva esta, no es una tarea al alcance de
cualquier teatro, y menos aún estando inmersos en pleno conflicto laboral.
Bravo por ellos y ojalá todas sus merecidas peticiones sean atendidas
definitivamente.
El muy complicado reto de
tomar la batuta para enfrentarse a esta exigentísima partitura ha recaído en el
nuevo director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, James
Gaffigan, quien, en su primera temporada como tal, tan sólo ha pisado la
sala principal para el réquiem mozartiano que abrió el ejercicio y ahora para
cerrarlo con Wozzeck. Esperemos que
en las sucesivas temporadas tenga una mayor presencia, porque, si no, sí que no
entenderé este nombramiento de ninguna de las maneras. Quienes seguís este blog
sabéis de sobra que Gaffigan no fue una elección que precisamente me satisficiera, y, hasta ayer, no había escuchado nada especialmente relevante en
sus escasos trabajos en Valencia. Ayer sí me convenció. Tenía una papeleta muy
complicada y creo que el resultado obtenido ha de calificarse de óptimo. La cosa
empezó un poco regular, dándome la impresión que durante el primer acto se le
escapó un poco el volumen perjudicando las voces (las masculinas, obviamente,
porque a la Westbroeck no hay quien la tape), pero a lo largo de la
velada creo que se fue equilibrando mucho más el sonido de escena y foso. Hubo
mucha atención a los múltiples detalles que encierra la obra, resaltando cada
momento de lucimiento de las intervenciones solistas, consiguiendo al mismo tiempo
un empaste de conjunto, una riqueza tímbrica y una claridad orquestal fantásticas,
sabiendo subrayar todos los matices de la partitura, desde el lirismo y la
delicadeza que presiden muchos instantes, hasta el dramatismo más desgarrado.
Percusión, metales, cuerdas, maderas, arpa, celesta… todos brillaron como en
los mejores años de esta gran orquesta que tenemos la fortuna de seguir
pudiendo disfrutar. Hubo momentos de una intensidad emocional apabullante, como
la música ondulante del ahogamiento, la belleza y carnosidad del interludio
orquestal entre las dos escenas finales, las cuerdas y trompas en el inicio del
acto tercero, o ese crescendo
impresionante tras la muerte de Marie
que permanecerá siempre en mi memoria.
El Cor de la Generalitat
tiene una limitada participación en esta obra, apenas en las dos escenas de la
taberna (no cabe duda de que habrán pasado más tiempo en maquillaje y vestuario
que en el escenario); pero, como siempre, sólo puede calificarse de excelente su
implicación escénica y su rendimiento vocal, pese a los desabridos terrenos en
los que se mueve la partitura, debiendo congratularnos aquí de que, por fin,
pudimos escuchar al coro sin mascarilla.
Una pequeña intervención tienen
también en la escena final, muy bien resuelta vocal y escénicamente, con
chapoteos incluidos, los miembros de la Escolania de la Mare de Déu dels
Desemparats, cuyos niños supongo que tardarán en desprenderse de las
pesadillas originadas por esta producción. Reseña especial merece Adrián
García asumiendo el papel de hijo de Marie
con el añadido de permanecer en el escenario durante la mayor parte de la obra
y mostrando una soltura escénica y dominio interpretativo que ya quisieran poseer
muchos cantantes consagrados.
Como decía al comienzo, se ha
conseguido reunir para la ocasión a un elenco vocal de primer nivel
internacional que podría presidir el cartel de cualquiera de los más relevantes
teatros del mundo, y donde no hubo nada que desmereciese el magnífico nivel
general, desde el principal protagonista hasta el último de los comprimarios,
todos ellos ofreciendo además una entrega escénica e interpretativa
irreprochable.
El barítono Peter Mattei
es un cantante por el que confieso tener una especial debilidad. Cada vez que
lo he escuchado, incluso en papeles no especialmente adecuados, siempre ha
ofrecido algo que me ha conquistado. Mucho hace la belleza de su voz, la
elegancia, consistencia y expresividad de su fraseo, y esa espléndida dicción, que
se imponen incluso en un personaje tan singular como este. Lejos quedan
interpretaciones más histriónicas y atormentadas del pobre Franz. Mattei impone un equilibrio perfecto entre el
recitado y el canto, dotando de una especial nobleza y resignación al
protagonista. Ese timbre suyo tan característico, quizás algo claro o lírico
para según qué papeles, pienso que casa estupendamente con el personaje, ya que
un barítono de voz más grave y pesada puede que hiciese menos creíble el
aspecto más frágil del personaje. El cantante sueco supo cuidar en cada momento
la justa expresividad, cincelando de manera espléndida la evolución dramática
del personaje, exhibiendo un progresivo derroche de emoción que, para mí, tuvo
sus dos grandes momentos en el dúo del segundo acto con Marie y en su escena
final.
Si reconocía antes mi
debilidad por Mattei, lo mío con Eva Maria Westbroek es
fascinación absoluta. Desde que la descubriese aquí con aquella legendaria Sieglinde que nos ofreció en el
recordado Anillo, mi admiración por
esta cantante ha sido total. He viajado más de una vez para escucharla y nunca
me ha defraudado. Su implicación dramática con cada uno de los personajes que
asume es siempre total y eso consigue revalorizar de forma capital sus
interpretaciones. El papel de Marie
es especialmente propicio para desarrollar esta faceta expresiva y no lo
desaprovechó, ofreciendo toda su intensidad emocional de manera contundente, dibujando
todos los perfiles y contradicciones del rol, alcanzando directamente el
corazón del espectador tanto con la sutileza y lirismo con los que afrontó los
fragmentos con el hijo, como con la fuerza exhibida en los pasajes más
desgarrados. La zona central de su voz sigue siendo imponente y sobrepasa la
orquesta sin dificultad. Un aluvión de belleza vocal cargado de matices y
expresividad. Pensaba que igual el paso del tiempo hubiera afectado más a una
franja aguda más problemática, pero no fue el caso. Dentro de un reparto muy
destacado, la soprano holandesa fue para mí lo mejor de la noche.
También es un lujo contar
para un rol como el del repelente Tambor
mayor con un cantante de la talla de Christopher Ventris. Es posible
que el tenor inglés que tan buenos momentos nos ha dejado como intérprete
wagneriano (inolvidable Parsifal
valenciano con Maazel) no se encuentre ya en su mejor momento vocal,
pero la valentía y arrojo con los que asume todos los personajes, unido a la permanencia
de la belleza de su timbre, su todavía contundente y segura proyección en la
franja más alta y a la siempre presente intención expresiva, sabiendo matizar y
ofrecer tanto la vertiente más seductora, como la chulesca y violenta del
personaje, sólo pueden merecer el más ferviente aplauso.
A mi juicio, el punto más
endeble del apartado vocal llegó con el Doctor
de Franz Hawlata. Pienso que vocalmente su registro grave carece del
peso y rotundidad necesarios, sobre todo cuando se enfrenta a orquestas
numerosas como esta, y la zona más baja llega a devenir áfona, sustituyendo los
graves profundos por sonidos ingrávidos y casi eructados. El fraseo es también tosco
y descuidado; pero todo ello es verdad que queda aquí un poco en segundo plano,
en primer lugar porque el sprechgesang
de Berg hace pasar más inadvertidas todas estas carencias, y sobre todo
porque el punto más fuerte de este bajo barítono alemán se encuentra en la
faceta interpretativa, donde hay que reconocer que se entrega sin remilgos y anoche
ofreció toda una exhibición de implicación actoral, cuidando cada movimiento,
cada mirada y cada gesto de manera inmejorable.
Más me convenció Andreas
Conrad como Capitán, mostrando una
de esas voces que a veces resultan desagradables pero muy adecuada al papel, en
la línea de otros personajes de los que es reputado intérprete, como el de Mime; con timbre claro y penetrante,
agudos punzantes y exhibiendo un incisivo fraseo y variedad de recursos
expresivos. Mucho mérito tuvo también su comportamiento actoral y gestual, pese
a la grotesca caracterización que dificultaba notablemente sus movimientos.
También me gustó el Andrés del tenor alemán Tansel
Akzeybek, que últimamente se ha convertido en un habitual de pequeños
papeles en Bayreuth, y que, como todo el reparto, demostró unas sobresalientes cualidades
escénicas y adecuación vocal al personaje. Igualmente me convencieron, como
decía anteriormente, todo el resto de intérpretes de los papeles menores, que
mantuvieron el muy buen nivel general: la estupenda Margret de Alexandra Ionis, de fraseo muy expresivo, voz
oscura y un sentido teatral bárbaro; los muy notables aprendices encarnados por
Patrick Guetti, con una voz de bajo realmente impactante, y Yuriy
Hadzetskyy; el Loco, con perdón,
de Joel Williams, en una breve pero muy lucida intervención; y el Soldado de Jorge Franco.
Como era previsible se
apreciaron bastantes más huecos en la sala principal de Les Arts que en
estrenos anteriores. En lo positivo, me llamó la atención ver más gente joven
de lo habitual y hubo también menos ruidos que otras veces, al menos en mi zona,
con un silencio que por momentos se podía cortar; y en lo negativo, hay que
constatar que durante las paradas técnicas tras los actos primero y segundo,
hubo algunas deserciones. Los que llegamos al final lo hicimos realmente
entusiasmados y las ovaciones fueron unánimes y muy entusiastas, destacando las
recibidas por Mattei, Westbroek y la orquesta, con James
Gaffigan al frente. También la salida al
escenario de Andreas Kriegenburg, como único representante saludador del
equipo escénico, fue recibida con bravos y muy fuertes aplausos.
Bueno, pues casi sin darnos
cuenta se nos ha acabado la temporada operística. Lejos quedan aquellos días
gloriosos de los añorados Festivales del Mediterrani, e incluso temporadas más
recientes donde hemos tenido funciones en pleno mes de julio. Si pensamos que
nos aguardan por delante casi cuatro meses sin ópera, tendremos que plantearnos
viajar o reforzar el arsenal de ansiolíticos. De momento vamos a ver si los
gestores de Les Arts se deciden de una vez a anunciar las previsiones para el
próximo año, llegando los últimos como de costumbre (se rumorea que será el
próximo viernes 3 de junio). Hay cosas que ya se han dicho oficialmente, como
que se programará el Tristan e Isolda aplazado
por la pandemia o una Anna Bolena con
Marina Rebeka; y hay otros títulos que suenan como: una enésima Bohème, Ernani, El cantor de Méjico,
L'incoronazione di Poppea, Jenufa… Ya veremos qué se confirma
finalmente. Mientras tanto, como en Wozzeck,
nosotros la pobre gente (wir erme leut), seguiremos esperando las migajas
informativas que tengan a bien arrojarnos…
Muchas gracias por tu excelente crónica, como siempre, voy el día 3. Saludos.
ResponderEliminarLlevantis.
Desde que se anunció el estreno de Wozzeck la el oído más de 30 veces y la he escuchado unas cuentas. Me parece una ópera imprescindible. Asistiré a la función de hoy domingo y disfrutaré del resto de representaciones.
EliminarGracias, espero que la disfrutases
EliminarVoy a verla el martes con muchas ganas. Completamente de acuerdo con lo de la poca colaboracion entre teatros. Absurdo lo de coincidir con el Liceu. Yo mismo hubiera ido a Barcelona y tengo amigos abonafos del Liceu que hubiesen venido y no lo han hecho porque la tienen alli estos dias.
ResponderEliminarPero es que este mismo año se ha hecho en Bilbao unos Cuentos de Hoffman. Y se acaba de poner una Madame Buterfly!
Tan dificil seria colaborar entre los teatros y que no hubiesen estas coincidencias!
De la temporada que viene se habla de un Don Giovani. Si se confirma ésta, junto con Tristan, Ana Bolena, Ernani, Jenufa…puede quedar una muy interesante temporada.
Es obvio que la coordinación entre teatros no es sencilla, pero es necesaria por el bien de todos.
EliminarRespecto a la temporada, al final sí se han confirmado las previsiones y no pinta mal. Veremos
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ResponderEliminarExcelente crítica, como siempre.
ResponderEliminarPor otro lado comentar los descuentos de las entradas: Hasta los 25 años me parece correcto, pero de 26 a 35 hay un gran grupo que trabaja y que cobran unos pastones impresionantes, mientras otros nos quedamos a dos velas sin ningún tipo de descuento. Sería correcto que el tema se rigiese presentando la declaración del IRPF, igual que a los pensionistas les piden la documentación pertinente para acceder a la bonificación, así todo resultaría más equitativo y equilibrado para tod@s.
Bueno, y dicho esto por si llega alguna parte, gracias Atticus por tu gran crítica.
Pues dicho queda y razón no te falta, aunque no se trata sólo del tema económico sino de incentivar a los jóvenes a perder el miedo a la ópera.
EliminarGracias por tus elogios. Un saludo
Muy de acuerdo en todo. Dando gracias aún por el regalo que supone oír a Berg en casa y así servido.
ResponderEliminarLo que me resultó chocante fue la falta de asistencia del personal ante semejante evento cultural dónde texto, música y puesta en escena justificarían ya por separado acudir al teatro. Y para los desertores recordarles, aprovechando el ambiente castrense de la obra, cómo se castiga militarmente su comportamiento infame con el resto de los asistentes.
Al menos nos queda el consuelo de que el público juvenil patrocinado del preestreno dijo habérselo pasado en grande. Y empezar con Büchner y Berg seguro que los inmuniza contra el virus de lo fácil, blandito y risible tan estimado por pudientes de musical y desertores de lo mejor.
Gracias a ti por dejar tu comentario.
EliminarLa falta de asistencia y deserciones no son exclusivas de Les Arts en una obra como Wozzeck. Obviamente en teatros de más larga historia operística eso ocurre menos, pero ahí está el mismo Liceu donde también ha costado vender una obra tan maravillosa cómo está.
Lo del público joven que comentas es una muy buena noticia.
Muy buena y completa como siempre tu crónica Atticus. No pensaba ir, pero diversas circunstancias y los comentarios que estoy leyendo me han creado el interés, y al final voy el martes 31. Lo que da pena es visitar la página de Les Arts, como el boca a boca no anime la venta hay días que dan ganas de llorar.
ResponderEliminarYa sé que al final te animaste y llegaste a disfrutar. Fenomenal. La venta de entradas fue yendo a más gracias al boca a boca y a las ofertas para determinadas funciones y el último día estaba casi lleno
EliminarGràcies, Atticus, per arredonir, tu també, la temporada amb esta crònica final, que no podia faltar en el teu palmarés. Sé l’esforç que et suposa i s’agraeix doblement. Bé, ja està tot dit pel teu sublim teclat. Segurament, una de les produccions d’òpera més completes, a tos els nivells, que he vist en ma vida. Gràcies a Iglesias i l’equip de Les Arts per l’atreviment, que com es veu en la venda de taquilla, és molt. S’ha de comprendre que també s’haja de programar òpera més coneguda i assumida, amb la finalitat d’atraure públics vells i nous, i fer caixa. Però el món cultural valencià necessita Wozzecks. Ha sigut l’estrena valenciana de l’òpera de Berg, en l’oportú moment del centenari de la fi de la composició. Crec que és millor fer una producció deficitària d’un Wozzeck com el que s’està veient que perdre un muntó de diners en les produccions de sarsuela, que també són altament deficitàries perquè, cal dir-ho, són molt dignes. Ho dic sempre amb tot respecte als amants del gènere, però la pura veritat és que les sarsueles també es venen molt malament i aporten poc en el terreny artístic i cultural hui en dia.
ResponderEliminarCom dius molt bé, les llicències de la direcció escènica d’este Wozzeck estan aconseguides i no pertorben la comprensió del llibret. Solament, com a anècdota, li puc retraure a Kriegenburg que en l’escena de la taverna desaprofite tota la violència ambiental que comporta que el Tambor estiga grapejant Marie davant de Wozzeck, i ho substituïsca per un simbolisme amb dos ninos, mentre els dos nous amants estan separats a cada punta de l’escenari. Home, no té justificació en una òpera amb tanta violència de tot tipus! Després anem a qualsevol Verdi i ens fan un acte sexual en escena tan forçat que queda ridícul, com tu ja has destacat en alguna ocasió. En fi, tantes vegades el contrari del que demana el llibret...
Pues después de tan extenso e inteligente comentario sólo me cabe suscribirlo de principio a fin, incluso en lo que comentas de la resolución extraña de la escena de la seducción en la taberna.
EliminarGracias como siempre por tu fidelidad y amistad. Un abrazo
Gracias por la reseña.
ResponderEliminarArdiendo en deseos para vivirla esta tarde.
EliminarNo sé per què hi ha cert públic del torn A que és diferent, a pitjor en tot (sorolls, tos tonta, comentaris en veu alta, desercions a la primera dificultat...). Que no s'ofenga ningú, però és que estic cansat de comprovar-ho. El diumenge 29 (2a funció, torn B) no se n'ha anat absolutament ningú i la gent ha estat aplaudint dreta fins que els artistes s'han cansat de saludar. Apoteòsic.
ResponderEliminarQuina pena tota la gent de Catalunya i Aragó que podria haver vingut al Palau de les Arts i han hagut de triar el Liceu. Els hauran escurat la butxaca i no crec que aquella versió siga millor que la d'ací. Ara que hem superat, per fi, la barrera d'incomunicació que suposava el "peatge-impost especial", en tres horetes poden vindre quatre persones en un cotxe i encara es poden pagar un soparot. La coincidència de programacions compromet l'economia dels dos coliseus.
El 29 és el torn C en realitat.
EliminarLa coincidencia de programar Wozzeck en Barcelona y Valencia es ridícula y perjudicial para todos. Ojalá en futuras temporadas puedan coordinarse todos mejor, aunque mucho me temo que no.
EliminarHoy he ido a Wozzeck, y ahora leo tu crónica, Atticus. Absolutamente de acuerdo.
ResponderEliminarNo sabría definir qué tiene esta obra para, siendo una música nada fácil, dejarte petrificado, horrorizado, fascinado; en los dos pequeños parones entre actos yo he sido incapaz de aplaudir, aunque me he roto las manos al final.
No sé si esta ópera se puede montar mal. He visto la producción de Chèreau en Berlín, 1994, que cantaron Franz Grundheber y una maravillosa Waltraud Meier, completamente minimalista y fantástica; y la caótica y abigarrada puesta en escena de Kentridge en Salzburgo en 2017 con Goerne y Grigorian, que es la que se presenta ahora en el Liceu: magnífica también. Esta ópera es...total.
Me alegra que hagas ese comentario sobre los aplausos en los entreactos porque a mí tampoco me salía el aplaudir. Creo que el silencio ayudaba a mantener la concentración en ese implacable drama. Al final por supuesto estallamos todos, aunque también hubiera sido deseable mantener unos segundos de silencio.
EliminarEfectivamente es un operón imprescindible.
Estuve el martes 31, y me pareció en conjunto un espectáculo de mucha categoría, con una puesta en escena, coreografía y actuaciones de todo tipo, extraordinarias. Dicho esto, a mí sigue sin gustarme este tipo de música y canto, creo que en concierto debe ser difícil de aguantar, pero en este caso la verdad es que el resultado global vale mucho la pena. Como comentabas en tu crónica, el crescendo de la orquesta posterior al asesinato de su mujer, es de lo más impresionante que yo he visto en Les Arts, solo por eso ya valdría la pena ir.
ResponderEliminarMañana conoceremos la programación de la próxima temporada (aunque ya se conoce bastante), que según parece viene con unos elencos de mucha categoría. Bueno Atticus, un abrazo, y hasta la temporada que viene.
Un abrazo. Esperemos que las buenas perspectivas de la temporada próxima se cumplan.
Eliminar¿No vamos a disfrutar de tus comentarios esta temporada, Atticus?
ResponderEliminarPues de momento no. He decidido tomarme un descanso del blog. Me da mucha pena, pero ahora mismo me supone más una carga y obligación que algo ilusionante, así que prefiero dejarlo por ahora. Lo que no quiere decir que igual mañana me da el punto y vuelva a castigaros con mis crónicas.
EliminarDe momento la de Bolena la he dejado pasar y eso que considero que ha sido una de las grandes funciones de ópera de los últimos años, con un reparto muy homogéneo: Buratto, Tro y Jordi excelentes (más fuera de estilo Esposito); el coro maravilloso como siempre (inigualable el femenino en Chi può vederla); y una espléndida dirección de orquesta, cuidadosa y contrastada. La escena una birria con muchas imbecilidades, aunque al menos la escenografía favorecía la proyección de las voces.
Un saludo
Está claro que algo así tiene que hacerse por gusto y no por obligación.
ResponderEliminarYo seguiré entrando de vez en cuando a ver si te has vuelto a animar a escribir.
Gracias por todo.
Sólo entro para decir que se echan de menos mucho tus críticas. Éramos muchos los anónimos que al salir del teatro y llegar a casa buscábamos rápidamente tu impresión, a ver qué coincidía y qué no con la nuestra. Puesto que no había opinado antes por aquí, agradecerte tantos años de dedicación al blog que anónimamente tanto hemos disfrutado.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tus palabras y a todos los que habéis tenido la paciencia de leer mis tonterías.
EliminarOjalá pronto pueda disponer de tiempo y ánimo para retomar de vez en cuando este blog que tanta satisfacción me ha reportado.
Un abrazo
Un abrazo y gracias por esas crónicas maravillosas de estos años en el Palau de les Arts. Un plaer llegir-te i compartir les teues reflexions i crítiques, gaudir de tants moments magics que la música ens proporciona i bocavadar-nos de l’estupidessa del esser humà alguna que altra vegada. Torna aviat, t’enyorem!!!! Gracies
ResponderEliminarSomos muchos los que nos alegraríamos si volviera usted a aparecer en estas páginas.
ResponderEliminarMuchas gracias. Espero poder recuperar en algún momento la actividad del blog.
EliminarCoincido con el comentario anterior, y creo que tras lo visto hoy sería un buen momento :)
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