Y entonces Monica Bellucci se detuvo junto a Él y ya
nada importó… (Proverbios 32:21)
Amoavé sinojentendeeemoooo (como decía Faemino)… Que todo este rollo está muy bien. Que me
parece genial que el Palau de les Arts sea la estrella de las noticias y no
quede un asiento libre, aunque la mitad estuviesen ocupados por glúteos que
visitaban por primera vez un recinto operístico. Que queda muy bien que el
foyer de Les Arts parezca un flashmob
de la revista Hola. Que me encanta
que hayamos tenido la mayor presencia de representantes y ex representantes políticos
valencianos de los últimos años. Que se agradece que la reina Sofía siga
acudiendo al teatro que lleva su nombre. Que es fenomenal escuchar a las
señoras con cara de teleñeco o rape con carmín decir qué bonito es todo. Y,
principalmente, que es maravilloso y nunca podré olvidar el instante en que Mónica
Bellucci pasó junto a mí y, como en la escena del gimnasio de West Side Story, parecía que se hubiese
hecho el silencio, las luces se hubieran apagado y sólo estuviéramos ella y su Atticus… Ay…
Pero no, eso no
es lo importante (bueno, lo último, un poquito sí). Lo principal, aunque no lo
pareciese, es que allí se representaba una función de ópera. Que allí había
unos músicos y unos cantantes ofreciéndonos una de las obras más maravillosas
surgidas del genio, este sí de verdad, de Giuseppe Verdi.
Desde que se
anunció que esta temporada podría verse en Valencia esta producción estrenada
en la Ópera de Roma, la expectación mediática se disparó. Los nombres de Sofía
Coppola, como directora de escena; Nathan Crowley, como escenógrafo;
y Valentino Garavani como encargado del vestuario y creador de la
producción; concitaron el interés del papel cuché y de muchas personas a las
que la ópera les chupa un pie. Eso está bien, no es malo en sí mismo. Lo malo
es no saber ponderar que como efecto llamada es positivo, pero lo fundamental
es el espectáculo musical. Por eso, a mí me hubiese gustado que este tirón
mediático se hubiera producido con otra ópera menos popular. La Traviata, aunque se hubiera traído
con una producción salchichera de José Luis Moreno, hubiera llenado.
Y, sobre todo, yo
no dejo de preguntarme si, teniendo el lleno traviateril garantizado, valía la pena gastarse el dinero en esta
producción que, ignoro cuánto le habrá costado a Les Arts, pero intuyo que
barata no será. Los responsables del teatro, mucho más listos que yo, sabrán si
compensa. Ojalá así sea. Pero a mí ese gasto me gustaría más invertirlo en música
y voces que en escenografías y vestiditos. Preferiría que se nutriese la
orquesta como merece y que liberasen la temporada de Les Arts de tanto protagonismo
a cantantes del Centre y se trajeran
no sólo estrellas puntuales (Rebeka, Devia, Antonacci…)
sino repartos más homogéneos en conjunto
y calidad.
Y esto desde ayer
aún lo pienso más, ya que, reconociendo el impacto visual de la puesta en
escena, muy atractiva, muy bonita, me pareció que el trabajo de dirección de
escena era paupérrimo y la propuesta se quedaba en un clasicismo exacerbado,
sin aportación personal alguna más allá de lo puramente estético.
Era como un Zeffirelli
al que le hubieran embargado la mitad del mobiliario y sin el más mínimo
indicio de labor de dirección de actores. Yo adoro a Sofia Coppola como
directora de cine, casi tanto como detesto su cara de colitis como actriz en El Padrino III, pero de verdad me
pregunto qué ha hecho, más allá de cobrar la pasta. Parece que todo se haya
centrado en el efecto estético, dejando que los cantantes pululasen por allí dejados
a su buen o mal saber actuar. Declaró la Coppola con ocasión del estreno
en Roma, que había pretendido encontrar una
clave contemporánea… Supongo que todavía estará buscándola.
Los amantes de
las puestas en escena tradicionales la disfrutarán sin duda. Y yo también
agradezco de vez en cuando menos marcianadas y más ajustes al libreto, pero
siempre que haya un concepto claro de lo que se quiere y una labor de
dramaturgia que colabore a transmitir la personalidad y emociones de los
personajes. Ayer no me dio esa impresión. Parecía más bien un desfile de
modelos de Violetta en un entorno muy
bonito. La escenografía y la iluminación desde luego son sobresalientes. Del
vestuario, como soy un absoluto berzas, prefiero no opinar, porque a mí el
famoso vestido rojo me parecía un gigantesco Dodotis de Valentino.
Pero bueno, dicho
todo lo anterior, que sabéis que soy muxagerao
pá tó, reconozco que no puedo decir que no me gustara, incluso hubo
momentos estéticamente muy conseguidos, pero me enfadó mucho que una producción
con tanto valor externo no aportase algo más de chicha que hiciese más redondo
el conjunto.
De cualquier
modo, como decía antes, lo principal, aunque no lo pareciese era lo musical y
ahí, en líneas generales, creo que el resultado ha de calificarse de bastante positivo.
Ramón Tebar volvía a situarse al frente de la Orquestra de la Comunitat
Valenciana para afrontar esta página verdiana de la que, por conocida, a
veces se menosprecia la riqueza que atesora y lo importante que es destacar sus
infinitos matices. Anoche la orquesta sonó maravillosamente bien y creo que la
labor de Tebar es digna de elogio y reconocimiento, bastante alejada del
chimpunismo de Abbado en I Vespri, el Verdi anterior en
este teatro, y, por supuesto, claramente por encima de aquella horripilante Traviata que perpetró Lorin Maazel
en 2010. Ya desde el bellísimo inicio la sensibilidad del director se puso de
manifiesto, brillando con toda su intensidad en el preludio al tercer acto y en
el acompañamiento a la muerte de Violetta,
donde pudimos disfrutar de unos violines excelsos que elevaron muchos grados la
emoción en la sala. El primer acto fue conducido con brío y buen pulso, y el
tercero estuvo llevado con gran sentido dramático, viéndose lastrado el segundo
por un Plácido Domingo que llevaba su propio piloto automático, haciendo
que Tebar se centrase en el foso para procurar seguir al cantante ante
la imposibilidad de que éste se ajustase a la batuta. Toda la noche ofreció el
director un meritorio trabajo de concertación, un hábil e inteligente manejo de
las dinámicas, y una atentísima labor de control y matización de las voces, con
la excepción ya mencionada. Entre los atriles destacaron, además de los
violines, las intervenciones de Tamás Massànyi al clarinete o Pierre
Antoine Escoffier al oboe, quien ofreció un precioso acompañamiento al Addio del passato de la protagonista.
El Cor de la
Generalitat tiene aquí una menor intervención que en otras obras, pero, no
obstante, volvió a conquistar al público con un trabajo escénico y vocal de primera
fila. Mostró riqueza dinámica en el celebérrimo brindis y gran empaste y poderío
en la última escena del segundo acto, con un Oh infamia orribile espectacular.
Había también
gran expectación por escuchar la Violetta
que nos ofrecía Marina Rebeka. En 2010, en aquella Traviata de infausto recuerdo dirigida, o lo que fuese, por el
llorado Lorin Maazel, ya estuvo anunciada la soprano letona, aunque cayó
finalmente del cartel sin justificación alguna, siendo sustituida por la rusa Hibla
Gerzmava. Rebeka fue la gran triunfadora de la noche con un poderío
vocal incuestionable, especialmente en una franja aguda resplandeciente y
potentísima, con una voz rica, timbrada y que supo controlar con suficiencia y manejar
con gusto, adornándose con algunas bellas regulaciones. Solventó con tablas la
coloratura, agilidades y exigencias del acto primero, finalizando la cabaletta Sempre libera dando el Mi bemol
sobreagudo.
Pese a lo
irreprochable de su actuación hubo algo que, en mi opinión, no acabó de
convencerme del todo y es que me transmitió demasiada frialdad. Todo fue
correctísimo, pero de un automatismo gélido, o al menos esa fue mi impresión,
lo cual se unió a una expresividad actoral limitada, posiblemente achacable a
la dirección de escena. Su Amami Alfredo
fue bellísimo, pero poco explosivo y demasiado contenido para mi gusto, no sé
si por indicación de la dirección musical o por su propia iniciativa. Sí que
hubo dos instantes donde su expresividad salió a flote y fueron para mí sus
mejores momentos de la noche, el fantástico Dite
alla giovine del segundo acto y todo el
tercer acto, donde las limitaciones en su zona grave las cubrió con una mayor
implicación dramática. En cualquier caso, Rebeka fue una estupenda Violetta.
Pero a colación
de la expresividad de la protagonista no quiero dejar de mencionar aquí la Violetta que pude escucharle hace apenas
doce días, en el Palau de la Música, a una soprano perteneciente al Cor de
la Generalitat, Carmen Avivar, y que me dejó absolutamente impresionado
con una calidad mayúscula, digna de pisar con papeles principales la sala de
Les Arts. No viene a cuento entrar en comparaciones con nadie, pero sí diré que
los recursos estilísticos y la expresividad de Avivar fueron de primera
línea.
Arturo Chacón Cruz fue el tenor encargado de dar vida a Alfredo
Germont. Valentía y decisión no le faltaron al cantante mejicano, lo cantó
todo con corrección, pero hay algo en su voz que no me gusta. Sé que el
problema será mío y de mi gusto atrofiado, pero no me agradó. La voz suena
demasiado mate, agarrada a la garganta, con tendencia a estrangularse sin
estarlo, aunque cuando subía a la zona más aguda brillaba más. Su fraseo
tampoco se caracterizó por la elegancia, echándose de menos una más cuidada
línea de canto, mayor legato, más
finura y menos berreos y sonidos abiertos. Perdió el tempo en más de un pasaje y su expresividad tampoco fue su fuerte,
estando la mayor parte de las ocasiones ejerciendo de palitroque o perdido en
escena. Esperaba bastante más.
De Plácido
Domingo poco nuevo se puede decir. Para bien y para mal. Cuando le ves
anunciado en un papel baritonal ya sabes que no vas a escuchar a un barítono,
sino a un Domingo mayor cantando un papel de barítono. Tras las últimas
experiencias yo estaba casi convencido de que hoy iba aquí a escribir que si
sigue así, cantando todo lo que no debe sin recato, acabará por convertirse en
nuestro Foster Jenkins particular. Espero que no sea así desde luego,
porque no merece su inigualable carrera cerrarse de mala forma. Pero es que
además, después de lo visto y oído anoche, he de reconocer que la cosa no salió
ni mucho menos tan mal como me imaginaba. Es verdad que su voz está cada vez
más gastada, pero al mismo tiempo sigue teniendo momentos en los que se muestra
imponente. Sus carencias de fiato
entorpecen gravemente el fraseo, pero a la vez es capaz de mostrar en una sola
de sus frases más emoción y expresividad que todo el resto del elenco. Como
actor, un movimiento de su rostro o sus manos, un simple gesto, dice más que cualquier
arrebato de cantante novel. Fue el único que transmitió personalidad en escena
y verdad y alma en su canto. Eso no quita que llevase loca a la orquesta y a la
soprano y que se desbaratase completamente ya al final del dúo, en Premiato il sacrificio, donde puso la
directa sin esperar a nadie, y hasta se inventó algunas notas.
En los papeles
menores, cubiertos con cantantes del Centre
de Perfeccionament, destacaron más ellas, Olga Zharikova y Anna
Bychkova, que ellos, Moisés Marín, Jorge Álvarez, Andrea
Pellegrini y el omnipresente Alejandro López, quien no parece que su
larga estancia en el Centre le sirva
para pulir su faceta de actor, actualmente no mucho mejor que la de un sobao
pasiego.
Cumplieron los
miembros del Cor, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Boro
Giner, quien, aunque parezca una bobada, me proporcionó una de las agradables
sorpresas de la noche, cantando y fraseando excelentemente un papel tan breve e
irrelevante como el de Mensajero.
También es verdad que en la platea había ganas de escuchar una voz baritonal de
verdad.
Por cierto, se
rumoreaba ayer que el signore Valentino
llevó abundante vestuario preparado con el que sustituyó los trapillos de menos
de 6.000 euros que llevaban algunas de las famosas y acompañantes, a fin de que
no deslucieran los palcos con ordinarieces.
Como era de
esperar, la función obtuvo un apoteósico éxito, con un público entregado que lo
aplaudía todo y que al final braveó con locura al trío protagonista. Lamentablemente,
ha de reseñarse que la salida a escena de Valentino Garavani obtuvo más
aplausos y grititos que los saludos de Ramón Tebar y la orquesta.
Ejloquehay… Por cierto, sin que se entienda una falta de respeto a tan
venerable figura, color caoba, de la moda internacional, el pobrecico mío
parece una Virgen vestidera, de esas que son sólo cabeza, peluca y vestido que
oculta un armazón de palos.
Si ya de normal
la crónica suele venir adornada con el comportamiento inadecuado de público
irrespetuoso, en este tipo de funciones, con gran presencia de espectadores no
habituales, el problema se multiplica. Ayer fueron masivos los sonidos de
móviles, las toses gargajosas, el güasapeo
permanente, los comentarios en voz alta o los aplausos a destiempo. Lo peor, no
obstante, es que también hubo una actuación incorrecta, por acción y omisión, por
parte del teatro. Por acción, al permitir que entrase gente en la sala con la
música sonando. Por omisión, al no conseguir evitar, pese a las protestas de
algunos espectadores, el ruido generado por los camareros que guardaban bebidas
en los pasillos de los lavabos contiguos al lateral del primer piso, que no
paraban de entrar y salir de ese pasillo, provocando la apertura y cierre, y
consiguiente ruido, de las pesadas puertas durante la representación.
No me ha parecido bien tampoco la decisión de sustituir en esta ocasión los diseños de Pepe Moreno sobre la figura de Lucrezia Bori que vienen ilustrando los programas de mano esta temporada, por la reproducción del cartel con firma de Valentino que se utilizó en el estreno romano.
No me ha parecido bien tampoco la decisión de sustituir en esta ocasión los diseños de Pepe Moreno sobre la figura de Lucrezia Bori que vienen ilustrando los programas de mano esta temporada, por la reproducción del cartel con firma de Valentino que se utilizó en el estreno romano.
Bueno, pues hasta
aquí mis impresiones subjetivas. No os puedo animar a ir porque no queda ni una
entrada en venta anticipada, aunque ya sabéis que todos los días desde que se
abran las taquillas se pone a la venta el 5% reservado para cada función. El
espectáculo vale la pena. Y si para las siguientes funciones ya eliminan el photocall,
los controles de seguridad de la Casa Real y toda la tontería del agropijismo
valenciano, aún mejor.