Estos días vuelve a aparecer el nombre del Palau de les Arts vinculado a presuntos casos de corrupción. Hay que ver lo poco que le cuesta a la prensa seguir transmitiendo esa imagen, casi con regocijo y chupeteo de dedos, y lo poco que se esfuerzan para promocionar y ser altavoz del tremendo valor cultural que, por ahora, y mucho más allá del monstruo calatravense, seguimos teniendo con nuestro teatro y que permite que podamos continuar disfrutando de espectáculos de gran nivel, como el ofrecido ayer con el estreno de la ópera Idomeneo de Wolfgang Amadeus Mozart.
El Intendente multiusos Davide Livermore ha sido una vez más el encargado de la dirección escénica en esta nueva producción del Palau de les Arts. Él mismo ha manifestado su particular interés en llevar a cabo este trabajo por tratarse de una obra maestra de Mozart, no todo lo conocida que debiera ser, y con la que tenía una espina clavada desde que, en 2010, presentase en Torino una producción de la que no se siente nada contento, por no haber entendido en aquel momento el verdadero sentido que debía transmitir con esta historia.
En esta ocasión el planteamiento de Livermore gira en torno a que, en definitiva, en esta historia de héroes, reyes, monstruos y dioses, todos ellos, el hombre, el dios y el monstruo, están en el interior de uno mismo. La acción la sitúa Livermore en un entorno imaginario, ambientado a finales de los años 60 o primeros 70 del pasado siglo, donde se habría desatado un conflicto atómico y el mundo se halla próximo a su extinción. Idomeneo se convierte así en un viajero espacial que vuelve a casa y que acabará logrando el perdón de los dioses cuando sea capaz de enfrentarse consigo mismo, con su propio Yo.
No voy a negar que la propuesta suene un tanto pretenciosa, pero reconozco que a mí me gustó. Se podrá estar más o menos de acuerdo con el discurso desarrollado por el director escénico, pero creo que la propuesta funciona y toda la construcción elaborada por Livermore tiene sentido. Su desarrollo narrativo es consecuente con el planteamiento y se procura adaptar a la historia original, aunque lo haga con más éxito en algunos momentos que en otros.
Si algo hay que reconocerle a esta producción es el trabajo de introspección en los personajes, con cuidada dirección de actores, y una fuerza visual que, aunque pueda ser excesiva por momentos, es uno de los grandes atractivos de la propuesta. Ya desde el mismo inicio, este poderío visual se pone en evidencia con ese rostro de estatua partido por la mitad que se va transformando en un Kunde envejecido, en cuyo ojo nos adentraremos, para continuar con unas imágenes, en un rutilante color muy cercano al de las películas de los 60, en las que se irá narrando la historia previa de Idomeneo. Una proyección que me pareció impactante, aunque vuelva a ser un ejemplo de esas oberturas escenificadas que tan poco me gustan.
También creo que funciona la recreación de la playa con una lámina de agua sobre el escenario. Eso también tiene sus inconvenientes, el primero es que el agua estará presente en todas las escenas, aunque tenga más sentido en unas (al inicio o con el palacio destruido) que en otras (en la llegada de Idomeneo a palacio o el encuentro con la Voz); y el segundo problema que genera es que (vale, llamadme tiquismiquis) hace ruido. Esperemos que la cosa quede ahí y no tengamos que decir que además no sé cuantos artistas se han constipado por tener que estar chapoteando toda la función.
Los espejos tienen igualmente un papel preponderante en esta producción, como elemento en el que los personajes pueden enfrentarse a ellos mismos. Así veremos como Idomeneo busca su reflejo, mientras que Elettra lo rehúye aterrada. Confieso que gocé particularmente cuando el espejo reflejó el foso orquestal.
El momento más sorprendente de la propuesta de Livermore llega con la aparición de la Voz, momento en el que se pretende simbolizar el encuentro de Idomeneo con su propio interior, mediante la recreación en escena de algunos planos de la mítica película de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio, cuyo final se reproducirá también durante los últimos compases de la ópera.
No acabé de entender, con este planteamiento de conjunto bastante coherente, por qué, aunque se esté escenificando una ensoñación del protagonista, se ve a Idomeneo rodeado de gente en el momento en que llega a la playa y antes de que aparezca en el libreto Idamante como el primer ser humano al que verá, en lo que supone su condena al sacrificio.
Atractivo, con toques setenteros, el vestuario de Mariana Fracasso; y buen trabajo de iluminación de Antonio Castro, ofreciéndonos por fin una puesta en escena donde las tinieblas no son protagonistas.
Me pareció una buena idea que se haya optado por introducir el intermedio de la función a mitad del acto II, tras el aria Fuor del mar, evitando así hacer dos intermedios, en una velada ya bastante larga de por sí, o dejar la misma dividida en dos partes muy desequilibradas. Se han aprovechado además esas transiciones entre actos para ubicar algunos de los ballets.
El maestro Biondi ocupaba por vez primera el foso de la sala principal de Les Arts. Me gustó en la Martin i Soler con Silla, de Haendel, y bastante menos en los dos conciertos mozartianos en el Auditori-Purgatori, con Davidde penitente y la Sinfonía Jupiter. Hasta ayer, de hecho, no acababa de tener claro que su fichaje como codirector musical nos hubiera ofrecido nada relevante. Por fortuna, su dirección de Idomeneo me ha resultado mucho más convincente. Ya desde el comienzo, con una vibrante obertura, se apreció un pulso narrativo que no decaería en toda la velada.
Con gesto claro y preciso, Biondi supo llevar el conjunto con frescura y agilidad y la orquesta volvió a mostrarse homogénea. Dirigió con fluidez y sin hacer pausas ni paradinhas para buscar aplausos. Su Idomeneo es mucho más humano que heroico, remarcando las emociones de los personajes en los momentos más líricos y en aquellos en los que el sufrimiento interno se ha de hacer presente en escena. Jugó con las dinámicas con inteligencia y consiguiendo notables efectos dramáticos. Intensos musicalmente resultaron instantes como Qual nuovo terrore y Oh voto tremendo. Logró un buen engarce entre foso y escena, sosteniendo y sabiendo respirar con las voces, y retardando los tiempos cuando los comprometidos pasajes ponían a prueba la agilidad de los solistas. Especialmente brillante resultó el precioso (musicalmente) ballet final que, aunque es obvio que dramáticamente es un lastre, es una bellísima página en la que se lució la orquesta con unos sonidos cautivadores que pusieron un inspirado broche de oro a la noche.
En el foso se utilizó adecuadamente un fortepiano en el acompañamiento a los recitativos junto al violonchelo de Jezierski. Gran noche de las maderas, con virtuosismo de flauta y fagot y la, no por acostumbrada menos agradecida, magia del clarinete de Joan Lluna y el extraordinario oboe de Christopher Bouwman, ayer absolutamente pletórico.
Tanto el director de escena como el musical de esta producción han insistido, en los días previos al estreno, en destacar especialmente el trabajo y la calidad del Cor de la Generalitat. Livermore ya tiene más experiencia con ellos, pero lo está diciendo desde que debutase en Les Arts con La Bohème. Todos los profesionales que pasan por aquí quedan impresionados por la calidad de nuestro coro. Y no es para menos. Tener un coro en el que se compagine una calidad vocal máxima, con equilibrio y homogeneidad, con una desenvoltura y entrega escénica absoluta, es un lujo. Las exigencias en escena de esta obra volvieron a ser enormes y el desempeño de la agrupación fue nuevamente irreprochable, chapoteando lo que hizo falta, y vocalmente hubo pasajes de honda emoción, destacando en unos Oh voto tremendo y Qual nuovo terrore majestuosos y en el Scenda Amor final, bellísimo; pero también en Nettuno s'onori, Corriamo fuggiamo o en Placido è il mar donde, a diferencia de lo que me comentaba un amigo, a mí sí me convenció. Quizás en el doble coro Pietà, Numi, pietà hubo demasiado desequilibrio sonoro con el interno, al menos en la posición de la sala en la que yo me encontraba.
El Ballet de la Generalitat también fue puesto a prueba nuevamente con esta producción, y estos ya no es que chapotearan, sino que se bañaron cual elefantes en charca, con unos resultados magníficos durante toda la velada en cuanto a rendimiento escénico y estética visual. Más crítico he de ser con que les sigan pidiendo hacer ruiditos (esta vez risas) mientras suena la música, y con el planteamiento, que no la ejecución, de algunas coreografías de falla de sección 4ª, como la del ballet final, cuyo único objetivo parecía ser levantar la pierna y rebozarse de agua.
Gregory Kunde sigue afincado operísticamente en Valencia y esperemos que dure. Yo no las tenía todas conmigo con este Idomeneo, porque cada vez le veo menos mozartiano y su voz va perdiendo frescura y limpieza. Y, efectivamente, me resultó poco mozartiano y la voz ha perdido frescura… pero me conmovió con su interpretación hasta el tuétano. Comenzó su intervención con una emisión sucia y veladuras tímbricas, pero dibujó en su primer aria uno de los momentos de la noche, con una hondura y sentimiento que sólo avanzaba el aperitivo de lo que vendría después. Continúa siendo dueño de un inmenso poderío escénico y vocal, especialmente en una franja aguda que sigue cautivando. Potenció la faceta de padre doliente frente a la de rey majestuoso, y fragmentos como Eccoti in me o su escena con el Sumo Sacerdote fueron nuevas muestras de la emoción que es capaz de transmitir, con un fraseo contrastado e intencionado. Posiblemente en Fuor del mar es donde pasó mayores apuros, capando coloraturas, con un fraseo más apresurado y algún ligero problema de fiato.
De vez en cuando hay cosas en las que coincido con Livermore, y una de ellas es en su tirria a los contratenores. Yo le agradezco que en este caso para el papel de Idamante se haya optado por una mezzosoprano, Monica Bacelli, quien sustituía en el reparto a, la anunciada a principio de temporada, Varduhi Abrahamyan (un día tendré que hacer una recopilación de todos los cambios sin previo aviso que se han producido este año en Les Arts y creo que no se salva ni un espectáculo). Por lo que conocemos de Abrahamyan y lo escuchado ayer, no sé que será peor, pero he de confesar que Bacelli fue lo que más me decepcionó. Se le suponía sabiduría y estilo, no en vano tiene grabaciones mozartianas relevantes, como una Finta giardiniera con el recientemente desaparecido Harnoncourt y Las Bodas de Figaro con Zubin Mehta; pero no me convenció en absoluto. En general mostró una gran expresividad, pero más gesticulante que vocal y generalmente fuera de estilo, con recitativos masacrados y arias intrascendentes. Su voz velada, mate, engolada, no corría adecuadamente por la sala y sus graves eran áfonos. La estética tampoco ayudaba y, con su pequeña envergadura y ostensible dentadura gomezburiana, se hacía complicado creerse que era el galán de la película.
Bastante mejor estuvo la brasileña Lina Mendes. La ex cantante del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo construyó una encantadora Ilia, con voz de soprano ligera, timbrada, que, a diferencia de la de Bacelli, corría perfectamente y destacaba en los números de conjunto sin estridencias, es verdad que tuvo puntuales destemplanzas en el agudo, sobre todo al inicio, pero mostrando una bella línea de canto, delicadeza y buen gusto, en un fraseo que, además, se reforzó con la mejor dicción de la velada.
La versión ofrecida por Biondi de este Idomeneo es la que estrenase Mozart en Munich, aunque se ha añadido la imprescindible y bellísima aria del tercer acto de Elettra, D'Oreste d'Aiace, recortada en aquella versión, una auténtica prueba de fuego para cualquier soprano. En general todo el personaje de Elettra tiene una escritura endiablada y la valenciana Carmen Romeu salvó la papeleta con nota. Bella voz la de Romeu, grande y con una zona central rica y con peso, si bien las subidas al agudo sonaron en ocasiones algo estridentes y destempladas. Lidió su complicada entrada Tutte nel cor vi sento con empuje y carácter, haciendo frente con valentía a los saltos de la escritura. En Idol mio se mostró sugerente y matizada y presentó sus mejores credenciales en la parte más complicada, ese D'Oreste d'Aiace donde resultó diabólica y apasionada, siendo muy aplaudida por el público. Su construcción del personaje escénicamente fue, además, inmejorable.
En los papeles menores intervinieron miembros del Centre Plácido Domingo. Emmanuel Faraldo, como Arbace, se mostró muy verde, lució un agudo fácil, pero poco más. Correcto Alejandro López, como la Voz; y bastante deplorable el Sumo Sacerdote de Michael Borth.
La sala presentó bastantes más huecos que en los anteriores estrenos, pero, aún así, una entrada muy aceptable, de nuevo con bastante gente joven para lo que suele ser norma en los estrenos. En general parece que gustó el espectáculo, aunque había gente bastante desorientada con la odisea espacial de Livermore, como mi vecina de delante que cada dos por tres le susurraba al marido “¿pero esto quéee eees?” y que se indignaba mucho cuando los subtítulos se apagaban en las repeticiones de las arias. En el aplausómetro vencieron claramente la orquesta, coro y Kunde, siendo también muy aplaudidas Romeu y Mendes. La salida de Livermore a saludar fue enormemente descriptiva de lo mucho que personalmente parecía importarle la valoración de este trabajo. Asomó en escena con sonrisilla forzada de “estoycagao”, pero en cuanto hubo unanimidad de aplausos, se desató su alegría besándose y abrazándose con todo el mundo.
En suma, una muy buena noche de ópera en la que se pudo disfrutar de una ópera nada habitual, pero con algunas auténticas joyas en su interior que, desde aquí, os animo a descubrir en las cuatro funciones que restan.
A ver si Juanpalomo Livermore, esta vez como Intendente, cumple con las previsiones y en los próximos días nos anuncia la próxima temporada. Estaré alerta para informaros.