Apenas 48 horas antes del estreno inicialmente previsto
para el 21 de enero, la Generalitat aprobó nuevas medidas excepcionales para
luchar contra la crisis sanitaria derivada del maldito COVID-19, entre las que
se encontraba la solicitud al Gobierno del Estado del adelantamiento del toque
de queda a las 20 horas, lo cual parecía que imposibilitaría completamente la
programación de estas funciones. Sin embargo, se salvó la primera bola de
partido cuando se conoció que ese adelantamiento del toque de queda finalmente
no se iba a producir.
Cuando ya nos las prometíamos tan felices y nos planchábamos
la muda limpia para acudir al estreno, en la noche del día 20 de enero, la
víspera misma, se anunciaba de repente la suspensión de todas las funciones de Falstaff ante la detección de casos de
coronavirus en algunos participantes en la producción. Eso originó una
reestructuración de toda la programación que ha llevado esta ópera a las fechas
actuales, en las que originariamente se anunciaba la joya de la temporada, la
wagneriana Tristán e Isolda que ha
sido un muy doloroso daño colateral al declararse definitivamente cancelada, sin
perjuicio de que se intente reubicar en futuras temporadas. Esperemos que la
situación sanitaria se enderece y este futuro sea cercano, no mera ciencia
ficción, y no tengamos que volver a esperar otros ocho años para representar
una ópera de Wagner en les Arts.
Entrando ya en el análisis de lo visto y escuchado ayer,
he de comenzar por congratularme de que, por fin, esta obra maestra verdiana
haya recalado en el teatro de Calatrava,
donde desde el inicio de su actividad operística el nombre de Verdi ha aparecido temporada tras
temporada, habiéndose repetido muchos de sus títulos más emblemáticos. Sin
embargo, esta auténtica joya que es Falstaff,
testamento musical del genio de Busseto y objeto de veneración por la mayoría
de aficionados al género, permanecía incomprensiblemente ausente de la
programación.
La producción elegida para la ocasión viene de la
Staatsoper de Berlín con la dirección de escena del italiano Mario Martone, habiendo sido el
encargado de la actual reposición Raffaele
di Florio. Además se cuenta con la imprescindible colaboración del
vestuario creado por Ursula Patzak, la iluminación de Pasquale Mari
y una vistosa escenografía, por feísta que sea a veces, firmada por Margherita
Palli. También hay que mencionar la
coreografía de Raffaella Giordano y Anna Redi, aunque no sé si para bien.
Los aficionados más puristas en cuanto al clasicismo y
ajuste literal al libreto de las puestas en escena, posiblemente salieran ayer
con los pelos de punta y echando pestes de la propuesta presentada. Algún
comentario en ese sentido pude escuchar. Sin embargo, creo que lo importante no
es si la acción se ha trasladado temporal y espacialmente respecto a lo
descrito en el libreto, si el vestuario no se corresponde con la época en que
se ambientó, o si las situaciones que se desarrollan en escena reproducen
literalmente lo escrito hace tropecientos años. En mi opinión, lo principal es
que el producto que se ofrezca tenga cierto sentido, que se perciba un trabajo
de dramaturgia, que el mensaje o historia que se quiso transmitir permanezca en
escena aunque se haya transpuesto la acción a otro momento histórico, y que toda
esa creación fluya naturalmente, ajustándose al discurso musical sin entorpecer
el canto. Y, con estos parámetros de enjuiciamiento, pienso que la producción
vista ayer cumple básicamente con la mayoría de los mismos, aunque hubiera
cosas que a mí particularmente me gustasen menos o no encontrase justificadas.
La acción se ha trasladado a tiempos más o menos
cercanos y se inicia en lo que podría representar un barrio marginal de una
gran capital, como podría ser el Berlín anterior a la unificación. El
protagonista aparece caracterizado como un viejoven
rocker, con chaqueta de cuero y grandes patillas, que pasa sus días en un
tugurio a modo de centro social cutre en el que coincide con otros patéticos
personajes marginales y jóvenes anti sistema. Por su parte, la casa de los Ford del segundo acto se convierte en un
casoplón muy pijo con piscina y altos muros que lo aíslan del exterior;
mientras que el parque de Windsor del acto final se trocará en un oscuro entorno
semi derruido, con una especie de zona comercial abandonada, y en lo que parece
el exterior de un club sadomaso… chúpate esa... Bueno, pues pese a lo
disparatado que así puede sonar todo, yo creo que la propuesta funciona razonablemente,
sobre todo en los dos primeros actos, y no chirría en exceso lo que va
ocurriendo con lo que se va cantando.
Dicho lo anterior, una cosa es que no moleste demasiado
y otra que se haya aportado alguna genialidad con el planteamiento ofrecido,
porque en realidad mucho no se innova, e incluso todo el tramo final, más allá
del impacto visual que se logre, carece de sentido en apariencia y minimiza la vertiente
de comedia que debe presidir la acción permanentemente. La absurda coreografía
de flagelantes masoquistas me resultó ridícula y el estatismo de todo el momento
final tampoco me parece un ejemplo de inventiva. Parece que se haya pretendido
salir, sobre todo estéticamente, del cliché más clásico de los Falstaff tradicionales, pero sin que
tampoco se arriesgue en exceso. Y, además, en mi humilde opinión, se puede
contar lo mismo, con la misma fuerza y convicción dramática, sin necesidad de
exigir a los cantantes que tengan que pasearse por escena en bañador, pese a
que ello complaciese a la audiencia más rijosa y lopezvazquesca, o incluso que hayan
de procurar emocionar a la platea tras hacerles tirarse a la piscina y cantar
empapados, especialmente cuando en el texto no hay ni la más mínima referencia
a ninguna cuestión que pueda asociarse a ello. Es verdad que puede aportar
realismo y cercanía a la acción, pero no creo que sea preciso llevar a los
cantantes a esas situaciones indudablemente incómodas.
En el apartado de los solistas vocales, es esta una
ópera de marcado carácter coral, con Falstaff
en el centro de toda la trama rodeado de un numeroso grupo de personajes a su
alrededor, todos ellos con su singular relevancia, donde resulta más importante
alcanzar un buen resultado de conjunto que buscar el lucimiento individual de
cada uno de ellos, sobre todo en una obra como esta en la que no hay números
cerrados o arias en sentido estricto. Conseguir un reparto sólido para afrontar
la exigente partitura y que resulte equilibrado, no es tarea fácil, y menos aún
en estos tiempos pandémicos y de cierre de fronteras. Así que, con esas
premisas, podría decirse que el resultado general obtenido en Les Arts ayer fue
bastante positivo.
El esposo de la Arteta
en escena, el señor Ford, ha sido el
barítono italiano Davide Luciano, tras
no haberse podido reintegrar a la producción por problemas de agenda el
inicialmente anunciado Mattia Olivieri.
A Luciano pudo escuchársele ya en
Les Arts como el Guglielmo del Così
fan tutte que abrió esta accidentada temporada, donde me dejó una buena
impresión, pero ayer el resultado fue decepcionante. Su zona grave se mostró
escuálida y falta de peso. En el centro la voz corría bien, pero su línea de
canto no es nada refinada y los empujones y la respiración a destiempo fueron
habituales. En el monólogo del segundo acto È sogno o realtà?, toda una joya para poderse lucir, se
hicieron palpables todas sus limitaciones y, pese al empeño puesto, su canto
fue más plano que el encefalograma de la momia de Ramsés II.
En el polo opuesto, una de las sorpresas más agradables
de la velada vino de la mano de la joven soprano catalana Sara Blanch que compuso a la perfección la frescura y juventud del
personaje de Nannetta, con una personalidad
y soltura escénica imponente, sin perder la naturalidad en la interpretación
por tener que pasearse en biquini o bañarse en la piscina. Y al mismo tiempo sorprendía
con una voz que, pese a moverse por los terrenos de soprano ligera, presentaba
una notable presencia y proyección. Su fraseo fue incisivo, de impoluta dicción
y cargado de sentimiento y musicalidad, encandilando a la platea con la belleza
exhibida en su aria como reina de las hadas Sul
fil d'un soffio etesio que devino en uno de los instantes más mágicos de la
representación.
El tenor Juan
Francisco Gatell fue un Fenton de
inmejorables intenciones y con una entrega tanto escénica como vocal
irreprochable, no dudando en encarar de frente al personaje y lanzarse con
arrojo a la piscina, en este caso también en sentido literal. Apareció en
escena con muletas, intuyo que por alguna lesión, y fue impresionante verle
moverse por el escenario con una soltura y velocidad digna de medalla en los
paralímpicos. Mostró conocer el estilo y cuidó el fraseo, aunque en la zona
alta se le vio un tanto forzado presentando alguna tirantez. El cantante
argentino cuenta con el hándicap de una voz blanquecina, casi ingrávida, que en
ocasiones hace que sus intervenciones no luzcan tanto como su empeño merece. No
obstante resolvió muy satisfactoriamente su gran momento en Dal labbro il
canto.
El personaje que completa el cuarteto femenino es el de
Mrs. Meg Page, para el cual estaba
anunciada en un principio la valenciana Ana
Ibarra, pero tras el aplazamiento pandémico ha sido la mezzosoprano Chiara Amarù quien ha tenido finalmente
que encarnar el rol en esta segunda cita. La cantante siciliana presentó una
voz muy interesante, de atractiva tímbrica grave, con buena dicción y un fraseo
bien articulado, a la que sólo le falto una mayor consistencia en su proyección.
Muy correctos resultaron también el Pistola de sonoridades profundas del bajo italiano Antonio Di Matteo; y el Bardolfo de Joel Williams, alumno del Centre
de Perfeccionament ese que ya no lleva el nombre de un cantante que venía
todos los años a Valencia y fue muy famoso, pero que ahora parece que no haya
existido nunca. Un joven tenor que ya nos dejó muy gratas sensaciones en la
disparatada genialidad de Poulenc, Les mamelles de Tiresias, que vimos en
el lejanísimo otoño de 2019.
Pese a haber tenido que llevar este estreno a un frío martes
laborable a las seis de la tarde y en plena pandemia, no puede decirse que
hubiera una mala entrada ni mucho menos, dentro de las posibilidades del aforo
reducido exigido por las medidas sanitarias. Un público que además se lo pasó pipa,
escuchándose sonoras risas en algunos momentos y obteniéndose fuertes ovaciones
al final de cada acto y en los saludos finales, donde fue muy braveado todo el
elenco, coro y orquesta. Volvió a llamar la atención que, una vez más esta
temporada, no saliese ningún miembro del equipo de la dirección escénica a saludar.
No sé si esto es una moda pasajera derivada de la peste negra que nos asola o
se va a quedar ya como una desafortunada costumbre.
Bueno, me acabo de dar cuenta que me estoy alargando más
que Cuéntame. Llevaba ya casi tres
meses sin escribir en el blog y se ve que me estoy desquitando… Pues voy acabando.
No puedo finalizar esta crónica más que haciéndoos partícipes de la dicha vivida
ayer por haber vuelto a poder asistir a un espectáculo operístico después de estos
dos últimos meses en blanco, con este particular semi confinamiento que
llevamos cada uno y este máster acelerado en ermitañismo y hurañez versión 3.0 que
nos vemos obligados a realizar. Y este reencuentro además se ha producido con
un espectáculo de esos que te ponen las pilas y te levantan el ánimo. Así que
sólo puedo animaros a que no dudéis en agenciaros una entrada ya mismo. El
espectáculo lo merece y estas actividades culturales, en las condiciones en las
se están llevando a cabo en el Palau de les Arts, son seguras, con todas las
limitaciones que por supuesto resulta preciso adoptar para garantizar esa
seguridad.
Mantener viva una mínima oferta cultural es una
medicina necesaria para el espíritu, para el equilibrio y la salud mental de
las personas, como muy bien recordó el pasado día 1 de enero el maestro Muti. El Palau de les Arts está
haciendo el esfuerzo de intentar mantener su programación a toda costa. A
nosotros como espectadores sólo nos cabe responder acudiendo a alimentarnos de
cultura con seguridad. Ojalá todo pase rápido y bien, para que lo antes posible
podamos volver a reunirnos sin miedo en los teatros y comentar nuestras
sensaciones mientras saludamos a los amigos y nos tomamos unas cervezas a la
salida. Aunque por el momento habrá que seguir esperando un poco más, porque
ahí fuera, lamentablemente, tutto nel mondo non é burla.