La cita del Palau de Les Arts con la música española ha tenido como protagonista este año, como ya ocurriera en 2016, una obra del valenciano Manuel Penella. Si en aquella ocasión se optó por su popular ópera El gato montés, la elección de los programadores de Les Arts ha recaído esta vez en la muy desconocida zarzuela La Malquerida.
La obra fue compuesta por Penella tomando como base el drama teatral homónimo escrito en 1913 por Jacinto Benavente. El compositor valenciano le dio forma de zarzuela en tres actos, aprovechando así, con sus abundantes fragmentos hablados, el sustento dramático del texto teatral, aunque permitiéndose alguna licencia, como la introducción del coro y de dos personajes cómicos, Rufino y Benita. Su estreno tuvo lugar en Barcelona en 1935 con un importante éxito al que siguió una pequeña gira, pero el estallido de la guerra civil, el exilio del compositor a Argentina y Méjico, y su fallecimiento en Cuernavaca en 1939, conllevaron que la zarzuela no volviese a representarse en España desde aquel lejano 1935 hasta 2017 en Madrid y un año después en Oviedo, precisamente mediante esta coproducción de los Teatros del Canal de Madrid y el Palau de les Arts que se estrenó ayer en València.
En 1949 el mítico director mejicano Emilio el Indio Fernández, filmaría su versión del drama de Benavente, trasladando la acción a una hacienda mejicana; y en 2014 la cadena Televisa popularizaría de nuevo la historia con una telenovela que cosechó un gran éxito popular.
Con esos antecedentes y el sopor que padecí con El gato montés, confieso que fui predispuesto a encontrarme con un importante ladrillo caravista, pero he de comenzar por reconocer que me lo pasé bastante bien y me gustó bastante más esta Malquerida que el gatico torero de 2016. Posiblemente se trate de una cuestión puramente subjetiva, todos tenemos días mejores y peores, y, según sean nuestras expectativas, las sensaciones que nos transmite una representación artística se condicionan bastante. No pretendo defender que esta zarzuela sea superior a El gato montés, sino simplemente decir que yo me lo pasé mejor.
Y eso que el tercer acto, salvo momentos aislados, es una castaña pilonga. Muy sobrecargado de texto, más estático, con el drama subiendo tanto en intensidad que roza lo cómico y con la música muy poco presente; pero los dos actos anteriores creo que mantienen el tipo y, a pesar de la sobrecarga de texto hablado, no se me hicieron pesados en absoluto. La obra es indudable que cuenta con instantes más inspirados que otros, pero, en general, la música es agradable, se adapta bien a las voces, tiene melodías pegadizas y algunos tintes veristas sin perder el color puramente hispano. En la parte negativa, se echa de menos una mayor continuidad del apartado musical que resulta demasiado fragmentado y con apariciones muy breves, dejando la sensación de libreto desaprovechado, sobre todo en el último acto, donde la intensidad dramática que lo recorre parece llamar a gritos un soporte musical que lo enriquezca.
La dirección de escena corre a cargo del valenciano Emilio López, un hombre muy vinculado a Les Arts y de quien en la pretemporada 2017-2018 pudimos ver su propuesta para Madama Butterfly. En esta ocasión se ha decidido ambientar la obra en una hacienda mejicana e incluir hasta un conjunto mariachi en escena, tomando como inspiración, supongo, la película de Fernández de 1949. También como homenaje al exilio mejicano de Penella me parece apropiado; e incluso a esa trama de drama desaforado y casi ridículo frenesí, le viene como chupete a bebé o anillo al dedo la ambientación a lo culebrón de Televisa.
Nada más abrirse el telón un grupo mariachi irrumpe en escena. Reconozco que cuando comenzó la cosa con esos mariachis acompañando a Norberto cantándole a Acacia, aquello me chirrió bastante y me temí lo peor, pero después todo fluyó naturalmente, gustándome especialmente el efecto conseguido cuando, en la segunda aparición de los cantantes mejicanos con las Coplas del Sacristán, el acompañamiento mariachi se va extinguiendo y la melodía es recogida por la orquesta.
La escenografía representa los interiores y exteriores de la hacienda que, gracias a la plataforma giratoria que la sustenta, nos ofrece los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, aportando fluidez a la narración. Además, por una vez, las mesas son mesas, las escopetas son escopetas y, gran novedad, nadie nos deslumbra. La iluminación ofrece algunos efectos de gran impacto estético y los movimientos de los cantantes y sus entradas y salidas de escena están bien resueltas, dejándose ver un aceptable trabajo de dirección actoral, más allá del rendimiento particular de cada uno, que, en líneas generales, he de decir que fue bueno.
Creo que nos encontramos ante una labor de dirección escénica bastante positiva, con sentido, muy funcional, efectiva, respetuosa con los cantantes, la música y el discurso narrativo, y atractiva visualmente.
En el foso se situó el director catalán Santiago Serrate al frente de una reducida Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cumplió correctamente, sin más, ante una partitura que tampoco es el colmo del refinamiento ni destaca por la brillantez de su orquestación. Comenzó exhibiendo músculo, con una dirección algo basta y avasallando la escena. Según fue avanzando la obra, fueron ajustándose más voces y foso y, aunque la línea mostrada fue bastante plana toda la noche, hubo momentos en los que sí supo realzarse la fuerza dramática que la historia requería. En la orquesta destacaron las intervenciones de arpa y metales, así como un breve, pero precioso, solo de violonchelo de Alejandro Friedhoff.
El Cor de la Generalitat, también reducido para la ocasión, elevó muchos enteros el nivel del espectáculo con su calidad incontestable y se echó de menos que Penella no diese un mayor protagonismo al coro. Muy bien como siempre en lo vocal y sensacionales en su comportamiento escénico.
En el aspecto vocal hubo de todo. La inclusión de alumnos del Centre Plácido Domingo junto a miembros del Cor de la Generalitat y solistas más experimentados, cayó claramente del lado de estos últimos. Destacó muy por encima del resto en todas las facetas Sandra Ferrández, como Raimunda. Excelente, sin paliativos. Mostró la voz más firme, bella y relevante de la noche, con impecable dicción, cuidado fraseo, gran expresividad, buen desenvolvimiento en la franja aguda y luciendo graves con peso y carácter. Pero si en algo deslumbró especialmente fue con una labor actoral que no solo nada tuvo que envidiar a la de la pareja de actores profesionales que completaban el elenco, sino que incluso les superó de largo en naturalidad y contención.
Los tres alumnos del Centre Plácido Domingo que asumieron los papeles del trío protagonista formado por Esteban, Acacia y Norberto, fueron César Méndez, María Caballero y Vicent Romero, respectivamente, destacando más por su desempeño actoral que por sus virtudes vocales. Fue curioso que los dos primeros, él portorriqueño y ella mejicana, cuando cantaron apenas dejaban entrever acento alguno, pero en los fragmentos hablados no se esforzaron lo más mínimo en ocultarlo, supongo que con el visto bueno de la dirección escénica. En la dicción también patinaron y conforme avanzó la velada fueron descuidando más su fraseo. Méndez, además, tiene una de esas voces que parece que canten hacia dentro, con lo que para entenderle casi hizo falta llamar un traductor de lenguaje de signos. Caballero, por su parte, exhibió una tendencia al chillido bastante desagradable. En cuanto a Vicent Romero, su fuerte está en la franja más aguda donde se le nota más cómodo que en una zona central en la que muestra una emisión más irregular. Hay que agradecerle su gran entrega escénica y la intensidad que puso a su interpretación.
La que más me gustó en la faceta canora de los alumnos del Centre Plácido Domingo fue la Benita de la mezzosoprano colombiana Andrea Orjuela, muy desenvuelta en escena y con una bonita voz. Hizo pareja cómica con el Rufino del miembro del Cor de la Generalitat, José Enrique Requena, que estuvo sencillamente soberbio, mostrando una vis cómica imponente y resolviendo el dúo con Benita excelentemente.
Muy bien en todas sus intervenciones solistas, más o menos relevantes, el resto de miembros del Cor de la Generalitat: Lourdes Martínez, José Javier Viudes, David Asín, Boro Giner, Carmen Avivar, Inmaculada Burriel, Jesús Rita y un poderoso Juan Felipe Durá; destacando por sus habilidades actorales la Milagros de Ana Bort.
Los dos papeles reservados a actores profesionales, El Rubio y Juliana, estuvieron encarnados con profesionalidad por los valencianos Nacho Fresneda y Victoria Salvador, gustándome más ella que él.
La sala del Teatre Martín i Soler se encontraba prácticamente llena, con un público en el que había una numerosa presencia de personas mayores. Le costó mucho a los asistentes empezar a caldear un poco el ambiente y tardaron bastante en llegar los primeros aplausos. No obstante, al finalizar la función la reacción fue mucho más calurosa y los aplausos generalizados, incluidos los que aprobaron sin reparo la labor de la dirección escénica.
Bueno, si os apetece descubrir una obra casi inédita y con aspectos interesantes, todavía quedan funciones los días 14 y 18 de abril. Luego ya vendrá Rigoletto el 11 de mayo y de aquí a entonces se admiten apuestas acerca de si Nucci volverá a cancelar u ofrecerá los primeros bises de Les Arts. Mientras tanto, seguimos esperando a ver si el señor Iglesias se anima a anunciar la temporada próxima, aunque parece que hasta finales de mayo o principios de junio no se efectuará el anuncio oficial. Qué le vamos a hacer, hay cosas que no cambian.