En primer lugar, para ver si así se enteran esas
personas que andan por ahí diciendo en medios de comunicación y redes sociales
varias, esa majadería de que el Teatro Real es el único recinto operístico activo
en España. Es verdad que algunas de ellas no merecen la más mínima
consideración, pues no son más que miserables chupatintas y juntaletras
provinciano-capitalinos sin oficio ni beneficio; pero, incomprensiblemente, también
ha caído en la falsedad otra gente que me merece tanto respeto profesional y tan
vinculadas a Les Arts como Gonzalo
Alonso.
Y, en segundo lugar, sobre todo, quiero reflejar ese hecho para significar el mérito que tiene en las circunstancias actuales, en plena nueva efervescencia de la pandemia, con mayores restricciones de aforo, aumento de las medidas preventivas y con el pánico instalado en muchas personas, el seguir manteniendo la actividad de Les Arts cueste lo que cueste, apostando por salvaguardar la cultura, y conseguir hacerlo además con un nivel de calidad en sus espectáculos que ya quisiera poder ofrecer hoy en día cualquier recinto operístico de los de primera fila mundial, muchos de los cuales han optado por cerrar, otros han limitado su programación a retransmisiones en streaming y algunos más han recortado sus previsiones u ofrecen espectáculos o repartos de circunstancias.
Por ello, vaya de nuevo mi incondicional aplauso y
agradecimiento al director artístico Jesús
Iglesias, al director general José
Carlos Monforte y a todos los trabajadores del Palau de les Arts por su
labor, por seguir haciendo posible que se siga representando ópera en Valencia,
manteniendo viva esa pequeña llama de esperanza en medio de la oscuridad que
nos rodea. Sabéis que cuando considero que debo dar caña no me corto en
hacerlo, pero cuando las cosas se hacen bien, o al menos lo mejor posible, creo
que lo justo es valorarlo también. Pero bueno, vamos al lío.
Rossini es un compositor
que tiene sus fieles adeptos (ahí permanece sobreviviendo con salud de hierro,
año tras año, el prestigioso Festival de Pésaro) y que igualmente también hay
muchos aficionados que no lo soportan. Yo no me considero encuadrado en ninguna
de las dos categorías. Posiblemente me acerque más a los segundos que a los
primeros, pero reconozco los valores que tiene su música y, sobre todo, cuando
los espectáculos están bien servidos, pienso que se puede disfrutar mucho con
ellos, como ocurrió anoche en Les Arts. Confieso que La Cenerentola no es precisamente una de las obras que prefiero del
compositor de Pésaro. Me parece bastante pestiño, tontuna y cansina, aunque reconozca
que el segundo acto tiene poco desperdicio.
No es esta la primera ocasión en que se representaba La Cenerentola rossiniana en Les Arts. Ya
en 2011 pudimos ver una producción del Festival de Pésaro, con dirección
escénica de Luca Ronconi y musical
de Michele Mariotti, con algunas voces para olvidar y de
irregulares resultados. Esta vez se ha optado por presentar una nueva
coproducción del teatro valenciano con la Dutch National Opera y el Grand
Théâtre de Genève que cuenta con la dirección escénica de Laurent Pelly, otro ilustre nombre de la regia operística que todavía no había debutado en Valencia y que lo
ha hecho con un resultado estupendo. Al director parisino se deben algunas joyas
que han quedado ya como referentes del buen hacer escénico, como sus conocidas
creaciones para La fille du régiment
o Cendrillon.
Laurent Pelly se encarga también
en esta producción, junto a Jean-Jacques Delmotte, del diseño del colorido
vestuario, y se cuenta también con las inestimables aportaciones de la cuidada escenografía
de Chantal Thomas y el diseño de iluminación de Duane Schuler.
El atractivo visual de la propuesta es innegable, y la frescura y agilidad del
planteamiento escénico se adaptan como un guante al espíritu rossiniano que
brilla aquí en todo su esplendor, potenciado por una divertida y muy
inteligente dirección escénica.
Sé que ayer en algunos corrillos surgió el perpetuo debate
acerca de hasta qué punto pueden llegar esas exigencias escénicas si pueden
acabar afectando al mantenimiento de unas condiciones óptimas para que el canto
no se vea alterado. Todos tenemos en el recuerdo, por hablar de otro Rossini, aquel mareante Barbiere de Michieletto, ejemplo de cómo, si estiras la cuerda demasiado, te
arriesgas a que al final se rompa y se desmorone el conjunto de un trabajo que
como planteamiento estaba bien concebido. Conseguir ese justo equilibrio es la
clave, y aquí, desde mi punto de vista, Pelly
sí ha logrado mantenerlo, fundamentalmente también gracias a contar en este
reparto con un conjunto de cantantes que han respondido extraordinariamente
bien a las exigencias actorales.
Tras haberse cancelado la presencia en estas funciones,
como director musical, del inicialmente anunciado Maurizio Benini, ha sido finalmente Carlo Rizzi quien se ha situado en el foso al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
El director italiano ya pasó por Les Arts en 2013, dirigiendo el Réquiem de Verdi, también por cierto en sustitución del titular entonces previsto,
nada menos que Riccardo Chailly.
Igual que ocurriera en aquella ocasión, Rizzi
llevó a cabo una correcta labor de batuta, sin que tampoco haya nada muy
relevante que reseñar, ni hubiera ninguna genialidad que brillase especialmente,
pero creo que su trabajo fue cumplidor y resultón en una partitura que tampoco
es el recopetín y en la que pienso que lo más importante es saber acompañar las
voces y ofrecer un marco adecuado para que los solistas destaquen y exhiban sus
cualidades, cuidando especialmente, sobre todo, la concertación en los
complicados y abundantes números de conjunto que concibió el genio rossiniano. En
esa faceta de cuidado de las voces y la concertación, creo que Rizzi sí consiguió cumplir el objetivo.
Los componentes masculinos del Cor de la Generalitat estuvieron en su línea habitual, esto es, excelentes
en lo vocal y en lo interpretativo, sabiendo adaptarse también con
profesionalidad y sentido de la comedia a los requerimientos del director
escénico. Cantaron con mascarilla todo el tiempo, lo que en su primera
intervención es cierto que da la impresión de una sonoridad más opaca, pero
conforme avanza la representación consiguen que uno se olvide del
enmascaramiento. Me parecieron estupendos en la escena con Don Magnifico, así como en el acompañamiento a Don Ramiro en Noi voleremo,
domanderemo y en el coro Della fortuna
istabile la revolubil.
En el apartado de los solistas vocales, en lo que se
está convirtiendo en una afortunada costumbre de la etapa Iglesias, ha vuelto a presentarse en Les Arts un reparto muy homogéneo
y de calidad.
Uno de los principales alicientes de esta Cenerentola era el debut en nuestro teatro, por fin, del grandísimo bajo-barítono Carlos Chausson, una de las voces más relevantes que ha dado nuestro país en los últimos años y cuya ausencia en el teatro de Calatrava era una deuda imperdonable que finalmente se ha visto satisfecha. Y lo ha hecho por la puerta grande, convirtiéndose, a mi juicio, en lo más sobresaliente de una función muy relevante El cantante zaragozano, pese a su veteranía, sigue manteniendo una frescura de instrumento y una presencia vocal y escénica imponentes. El rol de Don Magnifico, barón de Montefiascone, es uno de sus papeles fetiche, con el que ha dado muestra de su inmenso arte en los principales teatros de ópera del mundo, y ayer, como no podía ser menos, se metió en el bolsillo al público de Les Arts nada más abrir la boca con el Miei rampolli femminini. Es un auténtico lujazo poder disfrutar de las enormes dotes escénicas de Chausson que sabe bien lo que es un bajo bufo rossiniano y borda la interpretación actoral de la comedia con un dominio sin parangón del gesto y del texto, sin caer en la ridiculización y la fácil payasada, al tiempo que ofrece toda una lección de estilo y de canto belcantista. Su dicción y la intención de su fraseo son impecables, sus recitativos deberían ser asignatura obligada en los conservatorios y su dominio del canto silabato dejó a la platea con la boca abierta (bajo las mascarillas, que no cunda el pánico) en la exhibición que hizo en este apartado durante toda la velada, especialmente en el Sia qualunque delle figlie del segundo acto.
Para mí fue una muy grata sorpresa el Dandini del joven cantante catalán Carles Pachón que lució una bella voz de auténtico timbre baritonal que corría liberada y fresca por la sala, luciendo una emisión natural, de amplio volumen, que brillaba especialmente en su registro central. Aunque no rebosase de matices, sí que mostró un fraseo cuidado e intencionado, con muy buena dicción y cuidando además los recitativos con pulcritud. Interpretativamente estuvo espléndido, con gracia y desparpajo en los muchos momentos cómicos que tiene el personaje, y consiguió aguantar el tipo y dar justa réplica a Chausson en el dúo Un segreto d'importanza, lo cual no es moco de pavo.
El papel del filósofo Alidoro recayó en el joven bajo italiano Riccardo Fassi, quien presentó un instrumento de innegables
cualidades que todavía debe pulir un poco más en cuanto a finura del fraseo y
técnica vocal, a fin de liberar más la emisión. No obstante, cumplió con corrección en su aria Là del ciel
nell'arcano profondo y estuvo también
voluntarioso en el apartado escénico.
Los papeles de las odiosas hermanastras Clorinda y Tisbe fueron interpretados, con buenas prestaciones vocales y, sobre todo, con un magnífico derroche de expresividad actoral, por Larisa Stefan y Evgeniya Khomutova, ambas alumnas del Centre de Perfeccionament ese que ya no lleva el nombre de un cantante cuyo nombre empieza por Placi y acaba por Mingo, que venía todos los años a Valencia y fue muy famoso, pero que ahora parece que no haya existido nunca.
Como ya pasara en la reciente representación del 26 de
noviembre del extraordinario Mitridate
que ofrecieron Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre, ayer volvió a
haber pausa entre los actos primero y segundo. No entiendo muy bien que al
final de la representación se sea tan estricto en cuanto al orden de salida e
itinerario a emplear y en el descanso salga la gente al foyer cuándo y cómo le
sale del clarinete. Pero bueno, no critico la pausa, de la cual se alegran
mucho las próstatas añosas y las abstinencias nicotínicas, ninguna de las
cuales es mi caso; pero la paradinha origina
que la función se alargue más allá de las tres horas, haciendo muy difícil
poder llegar a casa antes del toque de queda de las 00.00 horas, lo cual, por
cierto, resulta muy apropiado para ambientar esta Cenicienta.
La sala principal de Les Arts, como era de esperar, presentó una mayor ocupación que en la anterior ópera de temporada, Fin de partie, y, dentro de las limitaciones obligadas de aforo, puede considerarse que había una buena entrada. Entre las personalidades asistentes sólo pude identificar al alcalde de Valencia, Joan Ribó. Al final de la representación se ovacionó con fuerza a todos los participantes, siendo especialmente braveados, Carlos Chausson, Anna Goryachova y el Cor de la Generalitat. No entiendo por qué no salió a saludar ninguna persona del equipo escénico, cuando en esta ocasión pienso que tenían garantizado el reconocimiento de un público que disfrutó enormemente con la propuesta planteada. Yo me quedé en un bravus interruptus porque estaba dispuesto a bravearles sin tapujos en cuanto aparecieran en escena,
Así que ya sabéis cómo voy a terminar, recomendando a
todos los que quieran pasar un buen rato que acudan a Les Arts alguno de los
días que quedan programadas funciones de esta Cenerentola, para disfrutar del genio de Rossini, de una puesta en escena vistosa y divertida y de un elenco
vocal muy solvente.
Pero no, no voy a acabar así. Lamentablemente, hoy he leído en la prensa local que los fantasmas que parecían desterrados sobre el futuro del Cor de la Generalitat han resucitado, ya que parece ser que la administración autonómica valenciana está dispuesta a incumplir los acuerdos a los que llegó con los representantes de la agrupación en 2019, al pretender sacar el IVC a oposición todas las plazas actuales, dejando de lado lo pactado el pasado año cuando se alcanzó un acuerdo para paralizar la anunciada convocatoria de huelga de sus miembros. La oferta pública de empleo que se ha propuesto ahora y que se tendría que aprobar antes de fin de año según el citado acuerdo, tenía que ser decidida por la Comisión de Diálogo Social que aún no ha tomado una decisión. Estas canalladas y puñaladas por la espalda son características de estos mequetrefes y mequetrefas con carguito que ignoran la responsabilidad que asumen hacia la sociedad que los ha colocado ahí y que hoy dicen culo y mañana teta sin rubor alguno ante sus propias contradicciones y engaños. Sinvergüenzas se les llamaba cuando yo iba al cole, hoy se les tilda de Molt Honorable y de Excelentísimo/a señor/a.
Yo sólo sigo reiterando lo que he dicho en mil
ocasiones. No hay más solución que garantizar la estabilidad y consolidación de
todos los componentes del Cor de la
Generalitat, con las medidas que sean necesarias, ordinarias o
extraordinarias, para preservar este irrenunciable activo cultural de toda la
Comunitat Valenciana. Cuando se quieren solucionar situaciones extraordinarias,
se encuentran soluciones. Encuéntrenlas. Cualquier decisión que se adopte en
contra de esto es un absurdo e injustificado suicidio cultural.