Al fin llegó el día en que iba a ver juntas en directo a
Anna Netrebko y
Elīna Garanča. O eso creía yo...
Al llegar al
Royal Opera House Covent Garden, unos carteles anuncian que
Anna Netrebko “ha decidido retirarse de la función” porque tras el nacimiento de su hijo en septiembre aún no se ha recuperado en plenitud para mantener su resistencia ante el apretado calendario al que se comprometió antes de su embarazo, por lo que el papel de
Giulietta sería cantado por la soprano japonesa
Eri Nakamura, que debutaba en ese rol.
Pues vaya –pienso- y de todo ese calendario apretado, el día elegido para cancelar tenía que ser precisamente el día que voy yo… (
Papá, ¿por qué somos del Atleti?).
Importante decepción que, en un principio, aminora la enorme emoción que siempre supone acudir a una representación en el ROH. La verdad es que sólo por vivir ese ambiente que se crea alrededor de las funciones en estos recintos operísticos de primer nivel, vale la pena el viaje. Allí consigues olvidarte de las Helgas Schmidt que infectan otros teatros y parece que lo normal es que todo funcione correctamente.
Pese a la noche fría y ventosa de Londres, observé, como ya hice en anteriores visitas, que la acumulación de animales muertos con mangas era notoriamente inferior a la que se produce en las representaciones de
Les Arts, donde las señoronas suelen acreditar su distinción con una variada fauna cadavérica sobre sus hombros. Eso sí, la vecina del asiento de detrás abrigaba sus famélicas carnes con la piel de lo que debió ser un juvenil leopardo allá por el Pleistoceno, dada la provecta edad de la dama, y el abriguito lo debía tener guardado en el armario desde la coronación de la Reina Victoria (siglo arriba - siglo abajo), a juzgar por la intensidad del
pestuzo a naftalina que me acompañó durante toda la representación.
El público asistente era, en general, bastante mayor. Bueno, digamos, para precisar algo más, que la media de edad sería similar a la de los protagonistas de la sección de esquelas del
ABC. Los primeros en llegar fueron tomando posiciones en la barra del bar para endilgarse la primera copichuela antes de la función y encargar las sucesivas para el entreacto.
Poco a poco, el teatro se va llenando. Los músicos afinan sus instrumentos. Se atenúan las luces. Todo parece listo para comenzar. Pero… hete aquí que aparece una desconocida mujer en el escenario, con un papelito en la mano, y procede a leerlo. Confirma lo que ya anunciaban los carteles del Hall: Netrebko será sustituida por Eri Nakamura. Se escuchan murmullos entre el público y alguna muestra de reprobación, silbido hispano incluido. Alguien incluso grita que no debe ser el mismo precio (a ese le contrataba yo para que viniera a Valencia y se lo gritara a Helga cuando saque a la Voulgaridou).
La salida de Mark Elder al podio, torna los murmullos en encendidos aplausos que progresivamente se van apagando hasta, y esto sí es inaudito, lograr el silencio absoluto. Ni una sola tos, estornudo, carraspeo, o sonido gutural interrumpió la interpretación de la Obertura, que fue además aplaudida a su final viéndose forzado Elder a saludar. Bien es cierto que tras el intermedio reaparecieron los habituales virtuosos del concierto para bronquio y caramelito en cof, cof mayor.
La producción de Pier Luigi Pizzi, adaptada para la ocasión por Massimo Gasparon, data de 1984, habiéndose estrenado precisamente en este mismo recinto con las sensacionales Agnes Baltsa y Edita Gruberova, dirigidas por Ricardo Mutti. Los años se le notan al planteamiento escénico que destila una cierta ranciedad, si bien el resultado final es positivo. Puesta en escena clásica y sencilla, pero eficaz. Apenas unas columnas, una cama, un balcón, constituyen toda la escenografía, pero bastan para enmarcar la acción y, gracias a una buena disposición y movimientos de los intérpretes, se compensa su planteamiento minimalista. Los juegos de luces, especialmente en el acto II, resultan efectistas, realzando la escenografía, dando profundidad al escenario y trazando planos diferentes, con sentido y buen gusto.
El vestuario también se presentó clásico, dominando el tono negro, tan sólo con las notas de color de las capas rojas de los Capuletos y azules de los Montescos, para que nadie se confundiese de bando. Destacó en esa negritud la blancura refulgente del vestido de Giuletta, que, posiblemente por lo imprevisto de la sustitución, le venía claramente grande a Nakamura.
Mark Elder dirigió a la Orquesta del ROH con maestría y elegancia. Esta orquesta suena bien casi siempre, ayudada por la acústica fantástica de la sala, pero el otro día, además, supo adaptar en todo momento sus volúmenes a los intérpretes, sin absurdas exhibiciones, y sin que se resintiese la brillantez orquestal. En el terreno solista la partitura ofrecía lucimiento especial al arpa, clarinete y trompa, cumpliendo sus titulares con sobresaliente.
El Coro masculino, pese a un leve desajuste al comienzo, se mostró en todo momento empastado y muy potente, ofreciendo una musicalidad extraordinaria el femenino en su breve aparición con el cadáver de Giuletta.
Las coreografías de las luchas a espada dirigidas por Mike Loades no pudieron dejar indiferente a nadie. Desde luego no vimos los ridículos choques de armas propios de función de fin de curso, al contrario, en algún momento llegué a temer por la integridad física de alguno de los intérpretes dada la fogosidad que le estaban echando al tema. Quizás sobrase tanto amago chulesco tipo “a que te meto”.
En cuanto a los solistas vocales he de empezar por la debutante.
Eri Nakamura, una japonesa de apenas 30 años, que se encontró con la oportunidad de su vida. La sustitución de
Netrebko, de un día para otro, sin haber llegado a hacer ni un solo ensayo con orquesta (como luego me
confirmaron), con el teatro a reventar, teniendo que hacer olvidar a la rusa, con una compañera de reparto como
Elīna Garanča, y teniendo que empezar a pelo con un aria como el
“Oh! quante volte”, constituía un hueso bien duro de roer. Pero desde luego la nipona no desaprovechó la ocasión y se impuso a las dificultades con soltura y desparpajo.
Comenzó algo nerviosa en el recitativo
“Eccomi in lieta vesta...”, pero enseguida acopló su voz y afronto el aría con seguridad y dominio de los agudos, mostrando un buen volumen y una fácil emisión. En la escena final se notó que acusaba ya un poco el cansancio vocal, y yo le eché en falta en toda su actuación un mejor juego de las intensidades (¡ay… esos matices sublimes que ofrece la
Netrebko!…). Pero no hay nada que reprochar. Su actuación fue fantástica y su acople con
Garanča impecable, gracias también a la ayuda de la letona que se entregó en cuerpo y alma a no hacérselo difícil. Pero insisto, es muy meritorio lo que hizo
Nakamura, y ya quisiéramos que cualquier sustituta de esos teatros que frecuentamos (léase
Voulgaridou) o incluso titulares (léase
Voulgaridou otra vez) tuvieran la mitad de calidad, arrojo y dignidad que exhibió
Nakamura el día 7. Al caer el telón obtuvo una merecida y cerradísima ovación cuajada de
Bravos, muy emocionante, en lo que sin duda fue una noche que no olvidará jamás.
De
Elīna Garanča me cuesta realmente escribir porque me siento impotente de trasladar a palabras todo lo que me hizo sentir esta mujer, que con 32 años escasos muestra una insólita madurez vocal e interpretativa. Puedo asegurar que ha sido la voz que he escuchado en directo
que más me ha emocionado. Y he oído ya unas cuantas. Su
"Ascolta… Se Romeo t’uccise" fue antológico, y el aria
“Deh! tu, bell'anima, che al ciel ascendi” absolutamente estremecedora. Ante todo asombra su volumen y las inusitadas proyecciones estratosféricas de esa voz poderosa y contundente, de bellísimo timbre oscuro, que mueve por todo el registro con homogeneidad y emite con insultante facilidad. Una técnica perfecta. Línea de canto excelente. Coloraturas eficaces y expresivas, eludiendo el lucimiento puramente canoro. El fraseo depuradísimo y la expresividad de sus múltiples matices consiguen emocionar hasta el éxtasis, pasando con credibilidad del romántico mozalbete enamorado envuelto en exultante lirismo, al varonil Montesco dispuesto a combatir al enemigo con crueldad. Y todo ello con una calidad dramática e interpretativa y una presencia escénica inconmensurables, muy alejada de algunas
marimachos travestidas que han pisado las tablas en más de una ocasión y se hacían increíbles de puro ridículas. Al final el público la ovacionó y jaleó con tanta fuerza que el mismísimo Nelson tuvo que agarrarse a su columna de
Trafalgar Square para no caer.
El argentino Darío Schmunck salió a escena pese a arrastrar una incomoda bronquitis que afectó algo a su emisión. Su perfecta dicción, su credibilidad dramática y la elegancia y gusto de su fraseo compensaron con creces sus problemas físicos y cumplió más que dignamente con su difícil papel de rival de la galáctica Garanča, viniéndose notablemente arriba en el último acto. Confieso que me he quedado con ganas de escuchar a Schmunck en plenitud de facultades.
El norteamericano Clive Owens compuso un Capellio con poderío escénico y volumen, pero su acusado vibrato afeaba notablemente su línea de canto.
Giovanni Battista Parodi estuvo bien en lo actoral y proyecto su voz con fuerza, pero le faltó riqueza de matices.
En definitiva, pese al desencanto inicial por la “espantá” de Netrebko, el Arte con mayúsculas que se nos ofreció esa noche generó una densa emoción que traspasó la frontera de la platea, envolviéndolo todo, poniendo los pelos de punta hasta al leopardo de mi vecina.
Y eso no era todo.
Gracias a la amable gestión realizada por Darío Schmunck, un tipo grande donde los haya, tuve la oportunidad de acceder a los camerinos del ROH tras la función. Allí pude conversar brevemente con el argentino, que estaba molesto porque su bronquitis no le hubiese permitido estar al cien por cien, y deseando tomarse unos días de descanso en Buenos Aires. Al menos pude felicitarle por su trabajo y agradecerle que me hubiese permitido conocerle a él y a las protagonistas.
Pude llegar después hasta el camerino de Elīna Garanča, en cuya puerta se hallaba esperando una Eri Nakamura que no cabía en sí de felicidad, como una auténtica adolescente (más o menos como estaba yo en esos momentos).
Cuando salió Elīna Garanča, guapísima por cierto, se fundió en un emocionado abrazo con Nakamura, quien no dejaba de agradecerle su apoyo. Ambas amabilísimas, pese al cansancio por el tremendo esfuerzo derrochado, accedieron a charlar conmigo y pude felicitar a la japonesa por su exitoso debut y transmitir a la letona mi agradecimiento por la emoción sin parangón que había conseguido generar con su canto.
Finalmente se marchó de allí del brazo de su marido, el director de orquesta gibraltareño Karel Mark Chichon, no sin antes atender a todo el público que se agolpaba en el exterior de la Stage Door esperando su salida.
Una noche intensísima. De las que no se olvidan. Y eso que no estuvo Anna Netrebko…
Para finalizar os dejo tres videos de Elīna Garanča. En el primero precisamente interpreta el "Ascolta… Se Romeo t’uccise" de "I Capuleti e i Montecchi":
video de primohomme
En este otro video podemos verla dirigida por su marido, K.M.Chichon, interpretando la "Seguidille" de "Carmen" de Bizet:
video de Onegin65
Por último la escuchamos cantar "Al pensar en el dueño de mis amores" (Carceleras) de "Las hijas de Zebedeo" del alicantino Ruperto Chapí:
video de Pablojvayon
... Nosotros sí que sentimos mareos encantadores al escucharte, Elīna.