Tras no pocos sobresaltos, dudas, silencios y rectificaciones sobre los planes originales, ayer, pese a todo, pudo dar comienzo la temporada operística 2020/2021 en el Palau de les Arts de Valencia. Una temporada que se presenta más que incierta, al venir profundamente condicionada por la crisis sanitaria derivada de la pandemia de COVID-19 que nos sigue azotando con fuerza renovada.
Ya, para empezar,
la obra que inauguró ayer el ejercicio operístico valenciano no fue el previsto
Réquiem de Mozart escenificado
que se había anunciado en julio, sino la ópera Così fan tutte, también del compositor salzburgués, en una versión
semiescenificada creada específicamente para la ocasión. La razón es que la compleja
dirección escénica concebida por Romeo Castellucci para el Réquiem no permitía garantizar plenamente
el cumplimiento de las medidas sanitarias exigidas en el momento actual,
especialmente para los miembros del Cor de la Generalitat, por lo que ha
sido pospuesto para, en principio, la próxima temporada. Más allá de la
frustración de no poder ver estrenado de momento ese Réquiem, a priori tan atractivo, creo que la dirección del teatro
ha tomado una decisión correcta.
No sé cómo se irá desarrollando el resto de la temporada, ni qué consecuencias tendrá para el teatro valenciano la difícil situación creada por la pandemia, pero hasta ahora, en mi particular opinión, y espero no tener que tragarme mis palabras, creo que Les Arts está afrontando la crisis razonablemente bien, al menos hacia el exterior en lo que a las medidas para los eventos abiertos al público se refiere. Para empezar, frente a los teatros que han decidido cerrar, cancelar toda su temporada 2020/2021 y esperar tiempos mejores (como el Met), aquí se ha optado por seguir ese sabio proverbio chiquistaní que dice que si la realidad te da la espalda, intenta tocarle el culo. Jesús Iglesias ha declarado recientemente que “se estudiará la viabilidad de cada título programado diseñando un protocolo específico de seguridad acorde con la normativa que rija en cada momento”. O sea, vamos a mantener la programación hasta donde se pueda y cuando no se pueda se procurará adaptar lo programado a las circunstancias o sustituirlo por un evento viable. Esto va a generar una gran incertidumbre para el espectador, pero sobre todo va a exigir una enorme capacidad de gestión a la dirección artística del teatro para saber improvisar muchas veces, en un ámbito como el de la ópera, en el que, hasta el pasado año, si se quería asegurar el éxito se debía programar todo con una considerable antelación. Ya iremos viendo hasta dónde se puede llegar y en qué condiciones, pero por el momento creo que Les Arts no está respondiendo mal para las cartas tan malas con las que le ha tocado jugar.
En el apartado de
la seguridad para el espectador pienso que también se están adoptando todas las
medidas que permiten compatibilizar la minimización del riesgo sanitario con la
viabilidad de los espectáculos para aforos reducidos. Yo, que confieso ser un
poco caguetas y algo exagerado con mis prevenciones anti COVID, reconozco que
ayer me sentí bastante seguro, tanto por la organización y medidas de control
como por el espacio en la sala. Sé que no habrá sido fácil para el teatro haber
reducido su aforo más allá de lo exigido por la normativa, al objeto de dejar
un asiento libre junto a cada dos ocupados; pero esta decisión creo que ayuda a
que el público pueda sentirse más tranquilo y fidelice su asistencia a los
espectáculos que se programen.
Pienso que es mucho más lógica y segura esta reducción de aforo similar en todas las zonas de la sala que, por ejemplo, la opción que tomó recientemente el Teatro Real al efectuar la reducción de aforo cerrando la venta cuando se cubriese la venta del número de localidades máximo a ocupar sin distinción de zonas, lo que originó que todas las zonas más baratas estuviesen completamente llenas y sin huecos que respetasen las distancias mínimas de seguridad, provocando la protesta de algunos espectadores y la posterior suspensión de la función. Sé que hay una agria polémica suscitada acerca de si la culpa fue del teatro, de algunos espectadores excesivamente remilgosos o si, incluso, se pudo tratar de un boicot organizado. No pretendo entrar en una discusión que me importa un pimiento de Padrón, pero he de decir que, aunque doy la razón a quienes critican que haya personas que protesten furiosamente cuando les colocan sin separación en un teatro en la localidad que han adquirido voluntariamente y no lo hacen cuando esa situación se produce en el tren o avión que han tenido que coger para llegar al teatro, mi opinión es que el principal responsable de esa situación fue el teatro madrileño y su errónea gestión de la obligada reducción de aforo. De hecho, ya han rectificado y han decidido aplicar dicha reducción en todas las zonas de forma similar. O sea, lo que aquí ha hecho Les Arts desde el principio.
Si se descontextualiza la situación, que se inaugure la temporada de ópera con un Così fan tutte en versión semiescenificada no es precisamente el ideal de lo que espera el aficionado, pero ante la evolución de la pandemia y las dificultades crecientes para llevar a cabo eventos musicales o teatrales con gran cantidad de participantes e interacción entre los mismos, creo que la alternativa ofrecida no está nada mal. Se ofrece una de las más populares obras de Mozart, el mismo compositor del Réquiem originariamente previsto, tratándose además de una ópera con muy pocos personajes, escasa intervención del coro y con una dramaturgia de acción reducida y que no requiere de un gran apoyo escénico. En lo musical, se han hecho algunos cortes de manera que la duración total de la función no exceda de las dos horas y media, al no poderse hacer descansos; y el foso se ha extendido ocupando las dos primeras filas de platea, para posibilitar una mayor distancia entre los músicos, habiendo colocado pantallas protectoras delante de los vientos.
Para esta singular ocasión se ha decidido apostar por una nueva creación que se anuncia como semiescenificada, pero que aún no sé por qué la han calificado así, porque ya os digo yo que mis ojitos han visto en este teatro óperas con direcciones escénicas que se nos querían vender como el recopetín colorao y que tenían muchísimo menos trabajo teatral y de iluminación o vestuario que este Così fan tutte estrenado ayer, al cual además hay que reconocerle el merito de que se haya creado en un tiempo record, apenas dos semanas, y que finalmente creo que ha obtenido unos resultados más que dignos.
La encargada de la creación escénica ha sido una persona también vinculada a ese Réquiem que no pudo ser, Silvia Costa, actriz y directora italiana colaboradora habitual de Romeo Castellucci, que ha contado además con el apoyo de un hombre muy querido en la casa, Emilio López. La iluminación es de Marco Giusti y el vestuario y elementos escenográficos parece que han corrido a cargo del equipo técnico y artístico de Les Arts, de quienes también hay que valorar como merece su profesionalidad y capacidad de adaptación siempre a las circunstancias por adversas que sean.
Sobre esta propuesta escénica he de empezar reiterando lo que apunté antes, que yo creo que se le ha llamado versión semiescenificada por modestia o por haberse creado de forma apresurada, pero en ningún caso por su resultado final, el cual poco se diferencia de otras muchas óperas escenificadas que han pasado por Les Arts; y supera con creces algunas plastas de ganado vacuno con mosca incluida que nos hemos chupado aquí, baste mencionar los prestigiosos nombres de Carlos Saura, Jonathan Miller o Graham Vick para que a algunos abonados nos dé vueltas la cabeza como a la niña de El exorcista.
De la versión estrenada ayer poco hay que decir. Y esto no necesariamente es algo negativo. Poco hay que explicar porque no se intenta contar nada especial, sino simplemente crear un espacio físico y un movimiento escénico en el que la obra se desarrolle naturalmente, aprovechando la iluminación o vestuario para potenciar puntuales elementos de la trama. A veces lo sencillo es lo que mejor funciona y en este caso creo que todo acaba funcionando bastante bien. Los únicos componentes escenográficos serán unos elementos geométricos blancos y dos grandes visillos que servirán para diferenciar puntualmente distintos espacios de la acción. Todo estará compuesto con una gran simetría y con los colores blanco y negro como protagonistas.
Creo que sobraron los absurdos movimientos de brazos a cámara lenta, mezcla entre el Macarena y el Chiki-chiki, que hacen llevar a cabo al coro y a las hermanas Fiordiligi y Dorabella cuando cantan doblándose gestualmente la una a la otra. Y tampoco acabé de entender por qué se ha vendido que se había construido una puesta en escena respetuosa con la distancia social, cuando entre los intérpretes eso no ocurre. Baste como ejemplo el dúo entre Dorabella y Guglielmo, Il core vi dono, donde la distancia es cero, y yo me los imaginaba diciéndose por lo bajini mientras cantaban: ¿pero tú te has hecho el PCR, pisha?
En cuanto a lo estrictamente musical, del elenco previsto para el cancelado Réquiem se ha contado en este Così con dos de los cantantes anunciados, el tenor Anicio Zorzi Giustiniani y el bajo Nahuel Di Pierro, y con el director musical, Stefano Montanari. Era esta la primera vez que se situaba en el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana este director italiano que cuenta con una reputada carrera, especialmente en el repertorio barroco y mozartiano. Montanari llamó la atención, de entrada, por su curiosa indumentaria, con camiseta larga, pantalones de cuero y botines, así como por su exageradísima gestualidad, dejando ayer al histriónico Wellber como un vulgar pasmarote. Llegó a provocar la carcajada del respetable cuando, para ocuparse del clave, se metía la batuta por la espalda para dejarla sujeta en la camiseta asomando por el cogote, o bien se la colocaba entre los dientes cual pirata presto al abordaje. Su ímpetu con el teclado también resultó singular y yo esperaba verle en cualquier momento ponerse a arrearle con los botines al modo Jerry Lee Lewis.
Más allá de estos aspectos meramente anecdóticos, creo que Montanari dejó ayer impronta de su buen hacer ofreciendo una versión velocísima, supersónica por momentos, pero no atropellada, sino ágil, fresca y clara, y a la vez muy cuidadosa con los detalles. Su labor con el teclado también resultó destacada, impregnando de vivacidad la escena. Me gustó que la obertura se ejecutase a telón bajado, centrando la atención exclusivamente en lo musical. En momentos puntuales, como en Un’aura amorosa, ralentizó los tiempos y apianó la orquesta consiguiendo que la emoción subiese enteros aunque la voz del tenor en ese caso no acompañase. También hizo lo mismo en Per pietà, ben mio, perdona, volviendo a agilizar el tempo en la segunda parte del aria, creando así un contraste expresivamente muy eficaz e interesante. Sé que a lo mejor a algunos pueda parecerle discutible la dirección musical de Montanari, pero a mí sí me convenció, especialmente si traigo al recuerdo la vez anterior en que se representó esta ópera en Les Arts, en 2009, con la batuta del amigo Tomáš Netopil convirtiendo esta obra maestra en un contundente somnífero.
La Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a ofrecer unos sonidos que por momentos fueron excelentes y ello pese a que creo que las pantallas colocadas en el foso delante de los vientos restaron brillantez y presencia a las maderas en los tutti. No obstante fueron muy destacables las intervenciones de flautas, clarinetes, oboe (con Christopher Bouwman de nuevo en los atriles) y con otra noche de auténtico lujo de las trompas, por ejemplo en la introducción a Secondate, aurette amiche.
El Cor de la Generalitat debía haber sido el gran protagonista de este inicio de temporada en ese Réquiem interruptus que esperamos pueda finalmente consumarse en la próxima temporada. De momento, su intervención en la ópera que inauguró ayer el ejercicio operístico, no por ser menor en extensión fue menos brillante en cuanto al resultado. Estuvo estupendo tanto en Bella vita militar como en Benedetti i doppi coniugi, aunque donde me conquistaron especialmente fue con el breve, pero bellísimo, Secondate, aurette amiche que se marcaron.
En el apartado de los solistas vocales hubo de todo dentro de un buen nivel general, pero ganaron las chicas por goleada. El muy exigente papel de Fiordeligi fue interpretado por la soprano Federica Lombardi quien fue la gran triunfadora de la noche. Sorprendió por su carisma escénico y por una voz cálida que brillaba deslumbrante y con insultante facilidad en unos agudos potentísimos e incisivos. Quizás la zona grave se mostrase más desguarnecida, pero hacer frente a esa diablura mozartiana que es el Come scoglio sin que se apreciasen cambios de color, ya es toda una noticia. Se inventó alguna nota o hubo alguna no del todo afinada, pero el resultado fue estupendo. Supo jugar con las medias voces y los reguladores con un gusto exquisito y un fraseo pulido. En Per pietà, ben mio, perdona, acompañada por el buen hacer de la orquesta, pareció que el tiempo se detuviese, construyéndose uno de los momentos más emocionantes de la velada.
La mezzosoprano irlandesa Paula Murrihy llevó a cabo una sentida interpretación del personaje de Dorabella. Murrihy debía haber debutado en el teatro valenciano en el Faust que se canceló la pasada temporada. En esta que ha sido finalmente su primera aparición en Les Arts, a mí particularmente me dejó un buen sabor de boca, pese a reconocer que se trata de una mezzo demasiado lírica, con una voz algo carente de cuerpo, pero con la que consiguió trazar un fraseo cuidado, cargado de musicalidad y sentido expresivo. Se defendió con solvencia en el complicado Smanie implacabili y sus dúos con Fiordiligi destacaron por el encaje de ambas voces y su belleza musical.
El rol de Ferrando corrió a cargo del tenor Anicio Zorzi Giustiniani a quien ya pudimos escuchar en Les Arts en el año 2017, en Le Cinesi de Gluck. El entubamiento y falta de brillantez y claridad de una voz blanquecina, muy pequeña y hospedada en la nariz, deslució una interpretación en la que estuvo muy por debajo de sus compañeros de reparto. En los números de conjunto resultaba completamente inaudible o apenas se alcanzaba a intuir una vocecilla más propia de Alvin y las ardillas que del tenor que ha de lograr enamorar a la audiencia con su canto. En su gran momento de lucimiento en solitario, con la maravillosa Un’aura amorosa, pese al empeño que pusieron solista y orquesta, no acabó de lograr que brotase la emoción. Tampoco ayudó a que mi impresión fuera mejor el que desde que apareció en escena me obsesionase con que me recordaba al conseller Marzà tras haber seguido una severísima dieta de la alcachofa.
Bastante más me convenció su paisano, el barítono Davide Luciano, que fue el encargado de dar vida a Guglielmo. Es este un cantante que se ha subido ya a las tablas de los principales coliseos operísticos internacionales y que sorprendió ayer por su voz de gran volumen, muy homogénea, con auténtico timbre baritonal, y que corría limpia y liberada por la sala, algo que cada vez es más inhabitual en estos tiempos de barítonos de voz atrasada, cogotera e incluso rectal. Tampoco es que el chico sea la bomba, porque se echó en falta un poco más de refinamiento, pero cumplió muy correctamente.
Espléndida fue la Despina que compuso la jovencísima soprano valenciana Marina Monzó, quien ya nos dejase unas buenísimas impresiones el año pasado en su debut en Les Arts como la Marola de La tabernera del puerto, y que anoche confirmó que nos encontramos ante una de las voces más prometedoras del panorama español actual, obteniendo un rotundo y merecidísimo éxito gracias a una voz limpia, timbrada y brillante que manejó con elegancia y seguridad. Sus recitativos fueron posiblemente los mejores del elenco, cargados de expresividad, claridad e intención dramática. Derrochó también gracia y desparpajo escénico en su triple papel de la doncella Despina, falso doctor y falso notario. En estas dos últimas caracterizaciones, además, donde suele ser habitual que la parodia se imponga a la belleza vocal, nos ofreció un canto de factura excelente.
El papel de Don Alfonso estuvo encarnado por el bajo argentino Nahuel Di Pierro, un viejo conocido de Les Arts, donde regresa después de participar en aquellos primeros años de su inauguración en las producciones de Fidelio, Don Giovanni y Cyrano de Bergerac. Posee una voz más baritonal que de auténtico bajo, echándose de menos un poco más de anchura, peso y contundencia vocal, aunque para este papel de Don Alfonso, de carácter más bufo, cumple sus requerimientos, quizás sin especial brillantez pero con corrección. Destacó por el cuidado de los recitativos y el sentido dramático en la construcción del cínico y manipulador personaje.
La sala no presentaba llenos todos los huecos habilitados al efecto, pero creo que para las circunstancias que se viven no puede hablarse de una mala entrada. Poco a poco es de esperar que el público vaya adquiriendo mayor seguridad y fidelice su asistencia. Llamó la atención la reducción del número de toses que se escucharon, aunque también se redujo el número de aplausos, que sólo muy puntualmente interrumpieron el discurrir de la representación. Demasiada frialdad en unos espectadores que, sin embargo, al finalizar la ópera si premiaron con calidez a todos los intervinientes, especialmente a Federica Lombardi, Marina Monzó y la orquesta.
No quisiera finalizar esta crónica sin compartir la emoción que sentí anoche, más allá de los resultados artísticos o musicales, por el mero hecho de volverme a encontrar sentado en la sala de este teatro, que es casi mi segunda casa, escuchando de nuevo una ópera en directo. De verdad fue algo muy especial. Y por eso desde aquí os invito a todos los aficionados a animaros a recuperar estas sensaciones. No sabemos lo que nos deparará el futuro y si venceremos a la pandemia o ella acabará por extinguirnos, pero lo que no debemos consentir es que sea el miedo el que nos paralice. Cumplamos todas las medidas de seguridad y seamos prudentes, pero no permitamos que el temor acabe por derrotar la música y la cultura. Al menos por nosotros que no quede.