Por fin se ha reanudado la actividad operística en el Palau de les Arts. Aunque la temporada oficial no ha comenzado, el coliseo valenciano ha sido fiel a su cita anual con el bel canto a través de una representación fuera de abono, con el protagonismo de los jóvenes cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo bajo la batuta del maestro Alberto Zedda.
En esta ocasión se trataba de “L’Italiana in Algeri” de Gioacchino Rossini, en una producción propia de Les Arts firmada por el regista italiano Damiano Michieletto, de quien ya pudimos ver el año pasado su magnífico trabajo para “La Scala di Seta”.
He de comenzar diciendo que su propuesta me ha defraudado. Michieletto ha asumido esta vez la dirección de escena, escenografía y vestuario, con resultados dispares.
La escenografía me ha parecido fallida y fea. Un escenario ausente de decorado, con un minimalismo exagerado, donde todo se basaba únicamente en el juego de luces ideado por Alessandro Carletti y en unos taburetes que iban siendo reubicados en el escenario por los propios cantantes, el coro y los figurantes, al objeto de ir creando los diferentes enclaves en que se desarrollaba la trama. Se propició absurdamente la confusión, produciéndose demasiadas visibles contradicciones entre el texto y la acción. Y hubo momentos que resultaron directamente molestos para el espectador, como esos focos dirigidos a la platea que deslumbraban.
El vestuario tampoco brilló por su originalidad. Michieletto convirtió a Mustafá en una especie de gangster y a Taddeo en un tipo bastante ridículo con camisa hawaiana, gorra de rapero y sandalias con calcetines, que en la escena del Kaimakán chocaba estrepitosamente con el libreto.
La dirección de actores y el movimiento escénico estuvieron muy trabajados. Los cantantes permanecieron en constante actividad, casi a un ritmo tan trepidante como el de la partitura rossiniana. Quizás demasiado, ya que a veces los ruidos del trasiego de taburetes, los figurantes gesticulando entre los cantantes y la sobrecarga de movimiento, distraían la atención del espectador en momentos en que hubiese sido deseable un mayor estatismo que permitiese concentrarse en lo puramente musical. Me pareció que hubo escenas muy logradas, como la del quinteto del café, y otras muy decepcionantes como la de los Pappataci.
Lo mejor de la noche, una vez más, fue la extraordinaria actuación de la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida con la sabia y experta batuta del maestro milanés Alberto Zedda, quien a sus 82 años nos brindó una lectura vibrante y llena de frescura, exhibiendo una prodigiosa capacidad concertante. La Obertura fue realmente excepcional, toda una lección de interpretación rossiniana que arrancó los primeros bravos de la noche. Si la emoción no acabó de mantenerse durante toda la velada fue debido a que Zedda mimó absolutamente a los cantantes ajustando las intensidades y tempi de forma que no supusieran un obstáculo añadido al complicado reto vocal de la partitura.
Todos los músicos rindieron a un nivel óptimo, aunque merecen destacarse especialmente las portentosas intervenciones solistas de las trompas, flauta y oboe, así como la solvente ejecución de Rafael Andrade en el clave.
El Cor de Cambra Amalthea, muy bien en lo escénico, estuvo correcto, aunque no llegó a la excelencia vocal a las que nos tiene acostumbrado la agrupación estable de Les Arts, observándose algún problema puntual de empaste.
En cuanto a los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, he de decir, antes que nada, que el comportamiento escénico de todos fue soberbio, y, frente a una dirección de actores muy exigente, supieron responder con una gran soltura y sentido de la comedia, dando la impresión además de estárselo pasando francamente bien en escena. Como siempre digo, no es cuestión de ponerse a analizar con lupa las interpretaciones vocales de unos artistas que están todavía en fase de formación, para encontrar los fallos, y, aunque yo vaya hoy a mencionar algunos, no es con ánimo de reproche, sino para animarles a que sigan por la senda del estudio y la preparación y a que no pierdan el entusiasmo que demostraron ayer.
Simon Lim, coreano de 28 años, asumía el disparatado papel de Mustafá. Lim viene de ganar este mismo año el tercer premio en Operalia, y pese a su juventud tiene ya la experiencia de lo que supone actuar en un teatro importante. Educado musicalmente en la Accademia Teatro alla Scala, debutó en el teatro milanés en la temporada 2007/2008 como Figaro en “Le Nozze di Figaro” de Mozart, bajo la dirección de Giovanni Antonini. En Les Arts tendremos oportunidad de verle también esta temporada en papeles comprimarios en “Manon” y “Eugene Onegin”.
Lim fue un Mustafá muy resultón. Su voz de bajo se mostró por momentos imponente, sobre todo en los recitativos, con un fraseo muy intencionado, aunque a sus graves le falten todavía algo de consistencia y en las coloraturas pasase ciertos apuros. En cualquier caso, dejó algunas pinceladas que apuntan a un instrumento con enormes posibilidades. Su comportamiento escénico fue espléndido, con un gran sentido de la vis cómica del personaje.
La mezzosoprano rusa Veronika Viatkina tuvo que afrontar el difícil rol de Isabella. Se defendió en las agilidades con gran precisión y lució sobrado volumen y unos agudos firmes y muy poderosos. Supo desarrollar un buen canto spianato y un magnífico legato en “Per lui che adoro”, su mejor momento de la noche. En “Pensa alla patria” y “Cruda Sorte” se mostró más irregular, echándose en falta más peso en los graves, y observándose cierto desequilibrio y falta de homogeneidad entre registros.
Otro coreano, Aldo Heo, asumió el papel de Haly, no muy dado al lucimiento. Heo, que también ha sido premiado este año, obteniendo el 2º premio del Concurso Internacional Zandonai y un premio especial de la revista Ópera Actual, estuvo bastante bien, mostrando una auténtica voz de barítono que hizo correr con mucho gusto.
La soprano valenciana Yolanda Marín se estrenaba en esta función como Elvira. Presentó una agradable voz, bastante ligera y algo corta de volumen, pero en la que no se apreciaron destemplanzas, si bien hubo algún inevitable agudo un tanto hiriente en el exigente concertante final del primer acto.
El tenor Pablo Martín Reyes fue un correcto Lindoro, pese a la complicación del papel. Luce el granadino un bonito timbre de tenor ligero en una voz demasiado pequeña y estrangulada que en otros recintos tendrá complicado proyectar si no mejora su técnica. Aunque presentó algún problema de fiato, su particular lucha con la coloratura rossiniana se saldó con un balance muy positivo.
El barítono valenciano Gabriel Urrutia, como Taddeo, estuvo discreto. Muy bien escénicamente, pero más justo en lo vocal, mostrándose mucho más cómodo en la zona aguda que en la grave.
Natalia Lunar apenas pudo destacar en el brevísimo papel de Zulma.
El público, mayoritariamente joven, que llenaba por completo la sala Martín y Soler, agradeció con calurosos aplausos el esfuerzo de todos los intervinientes, con cerrada ovación para el maestro Zedda y los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
Quería hacer una breve mención al subtitulado. Posiblemente con la buena intención de acercar la obra al público más joven, se incluyeron palabras, giros y modismos actuales en una peculiar traducción en la que se hablaba de coñazo, puntito, careto… en mi modesto parecer desvirtuando y haciendo chirriar demasiado el texto respecto del original.
Como resumen final diría que pudimos gozar de una sensacional orquesta y una inmejorable dirección musical del maestro Zedda; de unas voces jóvenes que cumplieron dignamente ante la exigente partitura y que sobresalieron en la vertiente actoral; y una regia con una dirección de actores muy trabajada pero que, lastrada también por una escenografía fallida, no acabó, en mi opinión, de conseguir su objetivo.
Se echó en falta esa chispa de emoción que es la que consigue hacer grande una representación de ópera y que ayer tan sólo llegó a prender en la sala en las inconmensurables intervenciones orquestales de la Obertura y del final del acto primero.
Y ahora a esperar que comience oficialmente, con “Aida”, la última temporada de Lorin Maazel en Les Arts.
Como complemento musical os dejo con Lawrence Brownlee, dirigido por Alberto Zedda, interpretando en 2007 la cavatina de Lindoro "Languir per una bella", del acto I de "L'Italiana in Algeri":
video de rexeterna
En esta ocasión se trataba de “L’Italiana in Algeri” de Gioacchino Rossini, en una producción propia de Les Arts firmada por el regista italiano Damiano Michieletto, de quien ya pudimos ver el año pasado su magnífico trabajo para “La Scala di Seta”.
He de comenzar diciendo que su propuesta me ha defraudado. Michieletto ha asumido esta vez la dirección de escena, escenografía y vestuario, con resultados dispares.
La escenografía me ha parecido fallida y fea. Un escenario ausente de decorado, con un minimalismo exagerado, donde todo se basaba únicamente en el juego de luces ideado por Alessandro Carletti y en unos taburetes que iban siendo reubicados en el escenario por los propios cantantes, el coro y los figurantes, al objeto de ir creando los diferentes enclaves en que se desarrollaba la trama. Se propició absurdamente la confusión, produciéndose demasiadas visibles contradicciones entre el texto y la acción. Y hubo momentos que resultaron directamente molestos para el espectador, como esos focos dirigidos a la platea que deslumbraban.
El vestuario tampoco brilló por su originalidad. Michieletto convirtió a Mustafá en una especie de gangster y a Taddeo en un tipo bastante ridículo con camisa hawaiana, gorra de rapero y sandalias con calcetines, que en la escena del Kaimakán chocaba estrepitosamente con el libreto.
La dirección de actores y el movimiento escénico estuvieron muy trabajados. Los cantantes permanecieron en constante actividad, casi a un ritmo tan trepidante como el de la partitura rossiniana. Quizás demasiado, ya que a veces los ruidos del trasiego de taburetes, los figurantes gesticulando entre los cantantes y la sobrecarga de movimiento, distraían la atención del espectador en momentos en que hubiese sido deseable un mayor estatismo que permitiese concentrarse en lo puramente musical. Me pareció que hubo escenas muy logradas, como la del quinteto del café, y otras muy decepcionantes como la de los Pappataci.
Lo mejor de la noche, una vez más, fue la extraordinaria actuación de la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida con la sabia y experta batuta del maestro milanés Alberto Zedda, quien a sus 82 años nos brindó una lectura vibrante y llena de frescura, exhibiendo una prodigiosa capacidad concertante. La Obertura fue realmente excepcional, toda una lección de interpretación rossiniana que arrancó los primeros bravos de la noche. Si la emoción no acabó de mantenerse durante toda la velada fue debido a que Zedda mimó absolutamente a los cantantes ajustando las intensidades y tempi de forma que no supusieran un obstáculo añadido al complicado reto vocal de la partitura.
Todos los músicos rindieron a un nivel óptimo, aunque merecen destacarse especialmente las portentosas intervenciones solistas de las trompas, flauta y oboe, así como la solvente ejecución de Rafael Andrade en el clave.
El Cor de Cambra Amalthea, muy bien en lo escénico, estuvo correcto, aunque no llegó a la excelencia vocal a las que nos tiene acostumbrado la agrupación estable de Les Arts, observándose algún problema puntual de empaste.
En cuanto a los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, he de decir, antes que nada, que el comportamiento escénico de todos fue soberbio, y, frente a una dirección de actores muy exigente, supieron responder con una gran soltura y sentido de la comedia, dando la impresión además de estárselo pasando francamente bien en escena. Como siempre digo, no es cuestión de ponerse a analizar con lupa las interpretaciones vocales de unos artistas que están todavía en fase de formación, para encontrar los fallos, y, aunque yo vaya hoy a mencionar algunos, no es con ánimo de reproche, sino para animarles a que sigan por la senda del estudio y la preparación y a que no pierdan el entusiasmo que demostraron ayer.
Simon Lim, coreano de 28 años, asumía el disparatado papel de Mustafá. Lim viene de ganar este mismo año el tercer premio en Operalia, y pese a su juventud tiene ya la experiencia de lo que supone actuar en un teatro importante. Educado musicalmente en la Accademia Teatro alla Scala, debutó en el teatro milanés en la temporada 2007/2008 como Figaro en “Le Nozze di Figaro” de Mozart, bajo la dirección de Giovanni Antonini. En Les Arts tendremos oportunidad de verle también esta temporada en papeles comprimarios en “Manon” y “Eugene Onegin”.
Lim fue un Mustafá muy resultón. Su voz de bajo se mostró por momentos imponente, sobre todo en los recitativos, con un fraseo muy intencionado, aunque a sus graves le falten todavía algo de consistencia y en las coloraturas pasase ciertos apuros. En cualquier caso, dejó algunas pinceladas que apuntan a un instrumento con enormes posibilidades. Su comportamiento escénico fue espléndido, con un gran sentido de la vis cómica del personaje.
La mezzosoprano rusa Veronika Viatkina tuvo que afrontar el difícil rol de Isabella. Se defendió en las agilidades con gran precisión y lució sobrado volumen y unos agudos firmes y muy poderosos. Supo desarrollar un buen canto spianato y un magnífico legato en “Per lui che adoro”, su mejor momento de la noche. En “Pensa alla patria” y “Cruda Sorte” se mostró más irregular, echándose en falta más peso en los graves, y observándose cierto desequilibrio y falta de homogeneidad entre registros.
Otro coreano, Aldo Heo, asumió el papel de Haly, no muy dado al lucimiento. Heo, que también ha sido premiado este año, obteniendo el 2º premio del Concurso Internacional Zandonai y un premio especial de la revista Ópera Actual, estuvo bastante bien, mostrando una auténtica voz de barítono que hizo correr con mucho gusto.
La soprano valenciana Yolanda Marín se estrenaba en esta función como Elvira. Presentó una agradable voz, bastante ligera y algo corta de volumen, pero en la que no se apreciaron destemplanzas, si bien hubo algún inevitable agudo un tanto hiriente en el exigente concertante final del primer acto.
El tenor Pablo Martín Reyes fue un correcto Lindoro, pese a la complicación del papel. Luce el granadino un bonito timbre de tenor ligero en una voz demasiado pequeña y estrangulada que en otros recintos tendrá complicado proyectar si no mejora su técnica. Aunque presentó algún problema de fiato, su particular lucha con la coloratura rossiniana se saldó con un balance muy positivo.
El barítono valenciano Gabriel Urrutia, como Taddeo, estuvo discreto. Muy bien escénicamente, pero más justo en lo vocal, mostrándose mucho más cómodo en la zona aguda que en la grave.
Natalia Lunar apenas pudo destacar en el brevísimo papel de Zulma.
El público, mayoritariamente joven, que llenaba por completo la sala Martín y Soler, agradeció con calurosos aplausos el esfuerzo de todos los intervinientes, con cerrada ovación para el maestro Zedda y los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
Quería hacer una breve mención al subtitulado. Posiblemente con la buena intención de acercar la obra al público más joven, se incluyeron palabras, giros y modismos actuales en una peculiar traducción en la que se hablaba de coñazo, puntito, careto… en mi modesto parecer desvirtuando y haciendo chirriar demasiado el texto respecto del original.
Como resumen final diría que pudimos gozar de una sensacional orquesta y una inmejorable dirección musical del maestro Zedda; de unas voces jóvenes que cumplieron dignamente ante la exigente partitura y que sobresalieron en la vertiente actoral; y una regia con una dirección de actores muy trabajada pero que, lastrada también por una escenografía fallida, no acabó, en mi opinión, de conseguir su objetivo.
Se echó en falta esa chispa de emoción que es la que consigue hacer grande una representación de ópera y que ayer tan sólo llegó a prender en la sala en las inconmensurables intervenciones orquestales de la Obertura y del final del acto primero.
Y ahora a esperar que comience oficialmente, con “Aida”, la última temporada de Lorin Maazel en Les Arts.
Como complemento musical os dejo con Lawrence Brownlee, dirigido por Alberto Zedda, interpretando en 2007 la cavatina de Lindoro "Languir per una bella", del acto I de "L'Italiana in Algeri":
video de rexeterna
No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero eso de dar las óperas de Rossini a cantantes noveles es una temeridad.
ResponderEliminarLos roles rossinianos exigen voces preparadas, jóvenes (como casi todos)y con una técnica extraordinaria.
Poner a un bisoño a hacer coloraturas, escalas cromáticas, saltos de octava y exigiéndole expresión y gracias cortijera,no deja de ser un crimen.
Si a nadie se le ocurriria poner a unos jóvesnes acabados de salir del horno, a cantar Attila, por ejemplo, no acabo d eentender que se les dé una oportunidad con L'Italiana, pero bueno.
Luego resulta que escuchas a Lawrence Brownlee o a Flórez, que parece que nacieron así, y te deprimes.
En fin, siempre he pensado que estas operas presuntamente "lígeras", pueden ser una trampa mortal.
Quizás creen que al ser voces jóvenes y frescas son más ágiles, cuando yo pienso que es una cuestión de escuela, estudio, oficio y estilo, Ah! e olvidaba y adecuación de la voz.
Mi primea experiencia operística en la Scala, fue asistiendo a una representación de Ascanio in Alba, ópera por otro lado bastante coñazo, y pensé que me moría. Los cantantes eran de la escuela del teatro, que dirigía en ese momento la desaparecida Leyla Gencer. En general no daba crédito a lo que escuchaba y en más de una ocasión, durante la velada pensé, ¿Qué les habrá hecho Mozart, para que lo masacren así?
En fin, pensamientos expresados en voz alta a raíz de esta representación, que tan bien nos comentas.
Me habría encantado ir, pero no pudo ser. Por lo que leo en tu crónica, de la elevada calidad a la que nos tienes acostumbrados, hubo cosas buenas y otras no tanto, pero aunque sólo fuese por Zedda y por lo cerca que se está de la orquesta y los cantantes en el teatro Martín y Soler ya vale la pena, sobre todo para los que estamos acostumbrados a las alturas de la sala grande. Eso sí, para Aida no fallo.
ResponderEliminarCuando todavía creía que podría asistir a esta Italiana, me preguntaba por qué los responsables de estas funciones no habían traído al menos a un cantante conocido, a ser posible un veterano en lides rossinianas, que habría tenido tirón de cara a taquilla y de paso habría servido para que los cantantes en formación pudiesen aprender de él o de ella. Pero claro, el coste habría subido y la cosita esta muy mala.
Joaquim: Coincido contigo en que un poco temerario sí es.
ResponderEliminarPero el motivo de que las funciones de ópera de los alumnos del Centre de Perfeccionament se centren en Rossini, no creo que sea porque piensen que las voces jóvenes y frescas son más apropiadas, sino porque el director artístico del Centre es el maestro Zedda.
Pero estoy de acuerdo en que poner a voces todavía en formación y sin ser expertas en el repertorio, frente a las diabólicas ocurrencias del de Pésaro, es casi garantizarse que o ellos o la partitura lo pasarán bastante mal.
Titus: Se te echó de menos. Lo mejor, sin duda, el poder disfrutar de nuevo de nuestra orquesta y del maestro Zedda en proximidad.
Sería genial que se incluyeran cantantes veteranos con tirón en estas funciones, pero olvídate, el domingo sin ningún famoso la sala estaba llena completamente (muchos de gorra, claro, as usual), y bastante gente se quedó en la cola del 50% sin entrada. Así que Helga no creo que esté por soltar ni un euro más.
Nos vemos en Aida.
Una crónica estupenda as usual. Leo con interés tus apreciaciones sobre las voces así como las de nuestro amigo Joaquim. Sólo he escuchado versiones de esta estupenda ópera por intérpretes muy consagrados a los que añado el fantástico Brownlee que escucho mientras te escribo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Atticus.
Brownlee es un fenómeno y ha ido mejorando su Lindoro con los años, y creo que ya se le puede incluir sin reparos en la categoría de "intérpretes consagrados" a pesar de su juventud.
ResponderEliminarGracias a ti, Glòria