domingo, 19 de noviembre de 2017

"EL CASTILLO DEL DUQUE BARBAZUL" - BÉLA BARTÓK

Ilustración de W.Crane para "La Barbe Bleue" de Perrault

El próximo 24 de noviembre volverá a Valencia, al Palau de la Música, una obra por la que tengo especial debilidad, se trata de, traducido literalmente, El castillo del duque Barbazul, una ópera en un solo acto, de apenas una hora de duración, que constituye la única incursión que hizo en el género operístico el compositor húngaro Béla Bartók, sin duda una de las personalidades más relevantes e influyentes de la música del siglo XX y una figura capital en la renovación del lenguaje musical.

El mito de Barbazul, en el que se basa esta ópera, se incorpora a la literatura universal a través del cuento escrito por Charles Perrault, La barbe bleue, publicado en 1697, junto a otros famosos relatos como Caperucita roja, La cenicienta o Pulgarcito, en una compilación titulada Historias o cuentos de tiempos pasados, con el subtítulo de Cuentos de la mamá Oca, que es como ha venido siendo más conocida.

La verdad es que muchos de los célebres cuentos de Perrault asociados históricamente a la literatura infantil, analizados con la perspectiva de nuestra época no parecen ser precisamente muy apropiados como historias para niños. Desde Caperucita, con su abuelita convertida en la merienda de un lobo, al ogro comedor de niños de Pulgarcito que acaba zampándose a sus hijas… y no digamos este Barbazul, con el que no sé si alguien pretendía dormir a sus infantes de chupete contándoles la edificante historia de un asesino en serie que guardaba encerrados los cadáveres de sus anteriores esposas… Realmente estamos más ante leyendas de terror que ante inocentes cuentos infantiles.

En el relato de Perrault, Barbazul es un rico hombre de feos rasgos que contrae matrimonio con una joven muchacha. Un día él ha de partir de viaje y le deja las llaves de la casa a su nueva esposa prohibiéndole que utilice una que abre un cuarto secreto. Por supuesto la joven no puede evitar la tentación de lo prohibido y entra en la habitación descubriendo que todo está lleno de sangre y que allí se encuentran los cadáveres colgados de las anteriores siete mujeres de Barbazul. La traición es descubierta por éste, pero los hermanos de ella llegan a tiempo de dar muerte al asesino antes de que culmine su octavo asesinato y la joven esposa heredará toda la fortuna de Barbazul.

La de Bartók no será la primera ópera inspirada en esta historia. Ahí tenemos por ejemplo el Raoul Barbe-Bleue de André Grétry de 1789, con libreto de Michel Jean Sedaine; el Barbe-Bleue de Offenbach de 1866, con libreto de Halévy y Meilhac (los mismos libretistas de la Carmen de Bizet); o, sobre todo, la Ariane et Barbe-Bleue de Paul Dukas de 1907, que cuenta con un libreto adaptación de la obra de teatro del mismo título escrita por el dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, autor entre otras obras de Pelléas et Mélisande.

En el caso de la ópera de Bartók será el poeta, dramaturgo y crítico cinematográfico Béla Balázs, cuyo nombre auténtico era Herbert Bauer, el autor de su libreto. Balázs (que por cierto es autor de una Teoría del Cine como lenguaje que influyó en el trabajo de personajes referenciales como Sergei Eisenstein) calificó su libreto como “una balada de la vida interior” y declaró que no acometió la escritura de Barbazul como un libreto en sentido estricto, sino como el trabajo de alguien acostumbrado a escribir versos, como poesía. Tanto es así que su creación llegó a representarse como obra de teatro en 1913, antes de su estreno como ópera, curiosamente con Bartók tocando al piano fragmentos de la música escrita para su ópera durante los intermedios. Y por cierto no tuvo ningún éxito.

El libreto de Béla Balázs encuentra su inspiración, como también lo hiciese el Pelléas et Mélisande de Debussy, en el simbolismo francés y más concretamente en la obra del belga Maurice Maeterlinck, quizás el principal referente del teatro simbolista. Balázs se basa fundamentalmente en la obra Ariane et Barbe-Bleue de Maeterlinck, pero el espíritu simbolista que domina todo el libreto de Balázs también bebe de otras creaciones del dramaturgo belga como Los ciegos.

A diferencia del texto de Perrault, en el libreto de Balázs la protagonista, Judith, no es hija de una familia pobre sino acomodada, y no es la octava mujer de Barbazul sino la cuarta, que ha huido con él pese a los rumores que circulan en el pueblo. La ópera comienza cuando ambos llegan al oscuro y siniestro castillo. Allí Judith encontrará siete puertas cerradas e insistirá a su marido en que se abran, lo que irá haciendo en presencia de este.

Ilustración de G. Doré
Tras la primera puerta se oculta la cámara de torturas, tras la segunda la sala de armas, la tercera encierra el tesoro de Barbazul, la cuarta oculta un jardín secreto y la quinta todos sus dominios. Pero en todas ellas el contenido está manchado de sangre. En este punto Judith insistirá en seguir abriendo las dos restantes y Barbazul le suplicará que no lo haga, que ya la luz ha llegado al castillo de la mano de Judith y ahora deben quedarse allí y amarse. Pero la persistencia de Judith hace que las dos últimas puertas sean abiertas. La sexta oculta un mar de lágrimas, y en la séptima están las tres anteriores esposas de Barbazul, que viven en el recuerdo, representadas como el Alba, el Mediodía y la Tarde. Judith, que ha traicionado y violentado el alma de Barbazul, se unirá a ellas como la Noche, cerrándose la puerta tras ella y cerniéndose la oscuridad para siempre sobre el castillo, quedando de nuevo Barbazul en soledad.

El propio Béla Balázs, por si cabía alguna duda sobre el significado que se ocultaba bajo el simbólico argumento, escribió que el castillo “representa el alma de Barbazul, solitaria, oscura y secreta”. Cada una de las siete grandes puertas prohibidas del castillo se abrirá para revelar una nueva faceta de la vida e identidad de Barbazul. Y el irresistible avance de Judith abriendo las sucesivas puertas del castillo nos muestra el progresivo despliegue del alma de Barbazul ante los ojos de su nueva esposa.

Ilustración de W. Crane
Las siete puertas, cuyo número tampoco está dejado al azar sino envuelto de connotaciones mágicas, representarían: la sala de tortura: el dolor y padecimiento; la sala de armas: la fuerza y la violencia empleada para defendernos; el tesoro: las riquezas; el jardín secreto: la belleza y la dicha; y los dominios: el poder. Pero todo ello manchado de sangre, simbolizando el precio que hay que pagar por alcanzar cada una de estas facetas de la vida. En las dos últimas puertas, el lago de lágrimas simbolizará la tristeza; y las anteriores esposas el amor del pasado cuyo recuerdo no muere.

El castillo es casi un personaje más que se estremece, llora y sangra en diferentes momentos de la trama asumiendo cualidades humanas. Cuando Judith llega al castillo, por ejemplo, escucha el suspiro y gemido del mismo; o tras la primera puerta ve como las paredes sangran. Esta humanización del castillo es tal que incluso parece ser que en los primeros bocetos de Balázs aparecía entre el listado de personajes de la obra, listado del que desapareció fulminantemente a instancia de Bartók.

Ilustración de G. Doré
La luz es otro de los elementos capitales de la construcción dramática de esta obra. La ópera comienza y termina en total oscuridad y se va iluminando progresivamente hasta la quinta puerta, momento de mayor luminosidad y a partir del que la penumbra irá aumentando hasta llegar la oscuridad final, cuando Barbazul retornará a la soledad. Ese arco que traza la iluminación del castillo según avanza el libreto refleja cómo va incrementándose en el alma de Barbazul la esperanza en el amor, hasta que Judith insiste en abrir las dos últimas puertas, momento en el que el pesimismo y la asunción de su destino en soledad se apoderarán de nuevo de él.

Además, cada puerta va asociada a un color de luz. Así, por ejemplo, la primera puerta, la cámara de tortura, desprende un color rojo, como una herida; la sala de tesoros, color dorado; el jardín un verde azulado, etc. Ese variado cromatismo del libreto quedará reflejado en la partitura, mediante la refinada y peculiar orquestación que otorgará Bartók a cada pasaje.

Ilustración de W. Crane
En el libreto de Balázs Barbazul no aparece reflejado como un monstruo o un sádico asesino, es un ser humano vulnerable, deseoso de amar, y en el que puede vislumbrarse cierto sentimiento de culpa. Estamos lejos del mito plasmado por Perrault y más cerca de otros como el de Psique, con esa curiosidad prohibida que es transgredida y el precio que hay que pagar por alcanzar el conocimiento. Ahí tenemos otros referentes similares como la Eva del Génesis o Pandora; y en el terreno operístico podemos encontrar, por ejemplo, a la Elsa del wagneriano Lohengrin.

Balázs ofreció su libreto a Zoltan Kodály en 1910, pero tras su rechazo decidió proponerle a su amigo Bartók la posibilidad de que musicase su creación literaria. Bartók estuvo dándole vueltas a la idea durante unos meses y finalmente decidió ponerse manos a la obra. Bartók contaba por aquel entonces 30 años y era profesor de piano en la Academia de Budapest. Dos años antes había contraído matrimonio con Marta Ziegler una alumna suya de apenas 16 años y a quien Bartók le dedicaría esta ópera.

Ópera de Budapest hacia 1890
Fue escrita entre febrero y septiembre de 1911, pero no sería estrenada hasta 1918. Bartók decidió presentar su ópera recién terminada a la Comisión de Bellas Artes de Budapest que iba a elegir la mejor producción lírica del año en Hungría y financiaría su puesta en escena. Para su sorpresa la obra fue rechazada y Bartók se sumió en el abatimiento abandonando temporalmente el proyecto. El estreno finalmente tuvo lugar en la Ópera Real de Budapest el 24 de mayo de 1918. Según pasó el tiempo la obra sería cada vez más reconocida en todo el mundo, pero Bartók, que no era especialmente proclive al género operístico y lo consideraba demasiado artificial y alejado de los verdaderos sentimientos, no volvió a componer ninguna ópera.

Ilustración de W.Crane
Más allá de la incuestionable originalidad de la música de Bartók lo cierto es que es una ópera atípica. Casi parece una cantata. Kodály decía que era una “sinfonía escénica o un drama con acompañamiento sinfónico”. Y es que tenemos, por una parte, una música absolutamente al servicio del drama y de la peculiar, melodiosa y rítmica prosodia de la lengua húngara. No está el texto encajado en la música, sino que ésta se construye para acentuar el discurso verbal. Y, por otra parte, tenemos un único espacio escénico y temporal, con sólo dos intérpretes en escena, Barbazul (barítono) y Judith (mezzosoprano), que dialogan pero que nunca cantan juntos. Además hay una escasísima acción escénica, siendo la música la que irá generando esa acción, de forma que la atención se centrará en los personajes y en su vertiente psicológica. Unos personajes que tampoco se nos presentan bien definidos, sino que los iremos descubriendo a lo largo de la obra, igual que Judith irá descubriendo el alma de Barbazul detrás de cada puerta.

La ópera comienza con un breve prólogo hablado, que a veces se suprime, en el que un narrador nos introduce en el mundo de Barbazul y el misterio de su significado. Casi imperceptiblemente, bajo las palabras del narrador, comienza la música con las cuerdas graves en un sonido sordo, casi un gruñido. Y, al finalizar el prólogo, oboes y clarinetes darán el pistoletazo de salida a la maravillosa construcción musical del compositor húngaro.

El gran valor de Bartók es su genial orquestación, el refinado colorido y la fuerza dramática que desborda la partitura. Cada sucesiva apertura de puerta, además, tendrá una orquestación singular y una variación dinámica que le otorgará un colorido propio, reflejando así en los pentagramas el diverso color de la luz que, según el libreto, encontraremos tras cada una de las puertas. Bartók utilizará algunos instrumentos poco habituales como la celesta o el órgano, y las maderas cobrarán un especial protagonismo en toda la obra. Bartók empleará algunos motivos temáticos recurrentes, como el de la sangre, el de las lágrimas, o el propio nombre de Barbazul que se utilizará también de base temática; contribuyendo así a la perfecta fusión dramática entre texto y música.

La apertura de la quinta puerta es uno de los momentos musicales más impactantes. Es el punto álgido de la trama, donde la orquesta brillará tanto como la luz cegadora que sale de esa quinta puerta, efecto que se intenta conseguir con el sonido de los trombones y de un órgano, en un pasaje que no puedo evitar que me traiga a la memoria La catedral sumergida de Debussy.

Y el fragmento inmediatamente posterior, la sexta puerta, posiblemente constituya la culminación de la maestría orquestal de Bartók. La descripción del clima del lago de lágrimas, con el trémolo de las cuerdas con sordina, los arpegios de arpas y celesta y el sonido de timbales y clarinete, me parece absolutamente espectacular.

La línea vocal está escrita en un estilo de canto hablado, lo que Bartók denominó un parlando rubato, similar al que encontró en muchas de las canciones tradicionales del folclore húngaro y que después descubriese también en el ajuste del texto a la música que hiciese Claude Debussy en su Pelléas, con un recitativo declamado donde están presentes las inflexiones, tensiones y cadencias del lenguaje.

El castillo del duque Barbazul me parece una ópera fascinante. Es una bellísima reflexión sobre la soledad, el alma humana, las contradicciones y tormentos interiores que cada uno podemos padecer… y hasta sobre el conflicto entre hombre y mujer. Tenemos por un lado a un hombre que busca ser amado pero sin permitir que se abran las puertas de su alma, que no desea que le hagan preguntas; y por otro, a una mujer que repite estoy aquí porque te amo y con esa contraseña secreta insiste hasta que se desvela el último recodo del alma de su amado. Eterno conflicto… planteado, eso sí, como casi siempre, desde un punto de vista masculino.

Esta es una de esas óperas que cuanto más las escuchas más facetas nuevas encuentras en ella. Pero no nos engañemos. Si no se conoce no es fácil en absoluto, no encontramos en ella arias, dúos o pegadizas melodías. Aunque sí una riqueza musical y una fuerza dramática arrolladora e impactante.

La obra desprende un profundo pesimismo. No esperemos aquí tibiezas ni encontrar concesión alguna al optimismo. El propio Bartók se caracterizaba por un pesimismo que le dominó toda su vida. Una vida que desde luego tampoco fue precisamente un camino de rosas desde su infancia, con la muerte de su padre, su exilio en 1940 a los Estados Unidos, la falta del reconocimiento a su obra en vida, y finalmente la leucemia que acabaría ocasionando su muerte en 1945, a los 64 años, lejos de su patria y sumido en la pobreza, pese a ser uno de los compositores con mayor trascendencia en la música del siglo XX.

En los últimos años en Valencia hemos podido disfrutar de dos buenas versiones de esta obra. En 2010 en el Palau de la Música con el maestro Josep Pons al frente de la Orquesta de Valencia, y Jane Irwin y Sir Willard White en la parte vocal. Y en noviembre de 2014, tuvimos la fortuna de asistir a una extraordinaria interpretación en el Palau de les Arts, con la Orquestra de la Comunitat Valenciana bajo la soberbia dirección del húngaro Henrik Nánási, y las voces del bajo húngaro Gábor Bretz y la mezzosoprano rusa Elena Zhidkova, todo ello acompañado de un interesante montaje semiescenificado con vídeoproyecciones y unos efectos ópticos impactantes.

El próximo viernes tenemos el aliciente de contar con un cantante de auténtico lujo para el papel de Barbazul, como es el barítono alemán Matthias Goerne, una de las voces más relevantes de su cuerda a nivel mundial, que suele prodigarse más en el terreno del lied que en el operístico. Su amplitud de registro, su refinado fraseo, la variedad de matices, la intensidad dramática de lo que dice y cómo lo dice, le convierten en un auténtico referente, por lo que es un enorme privilegio poderle escuchar en Valencia.

Junto a él, como Judith, estará la israelí Rinat Shaham, una auténtica voz de mezzosoprano, dúctil, expresiva y de gran musicalidad que este mismo año ha interpretado este papel nada menos que con la Filarmónica de Berlín y bajo la dirección de Simon Rattle.

Ambos, Goerne y Shaham, tendrán el gran reto que plantea esta obra de hacer que sus voces se impongan al gran muro orquestal que preparó Bartók y que en esta ocasión estará servido por la Orquesta de Valencia bajo la dirección de Yaron Traub.

Bueno, ya no me enrollo más. Decía Zoltan Kodály de El castillo del duque Barbazul: “Se trata de una obra maestra, un volcán en erupción musical, sesenta minutos de tragedia condensada que nos deja con un único deseo: el de escucharlo de nuevo”. En mi caso así ha sido y me gustaría animaros a comprar alguna de las pocas entradas que todavía quedan, creo que merece la pena esta ocasión para sumergirse de lleno, sin prejuicios ni miedos, dejándose estremecer por la fuerza, la magia y la belleza de la música de Béla Bartók.

6 comentarios:

  1. Si mi memoria no me engaña la OV programó esta obra hará poco mas de los 7 años de la que cita de Pons, a la que no asistí. Me pareció muy buena y la dirigió un maestro húngaro.

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    1. Efectivamente, Bruno, hace algo más de tiempo, pero en 2002 dirigió a la OV en esta ópera el húngaro Janós Fürst, con Eva Marton creo recordar como solista.
      Gracias por tu aportación.

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  2. Y cómo estuvo? Me quedé con la entrada encima de la mesa y mi cuerpo vapuleado por un gripazo de aupa...

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    1. Vaya... lo siento...
      Pues, como casi siempre, he escuchado opiniones bastante diversas, así que te daré la mía, pero no es más que eso, mi particular opinión.
      Creo que la Orquesta de València tuvo una de sus mejores noches, especialmente con unas maderas muy inspiradas. Se echó en falta una cuerda más densa y compacta, pero en líneas generales fue una muy buena ejecución.
      La dirección de Traub creo que también merece valorarse positivamente, pese a sus excesos decibélicos y una cierta falta de equilibrio.
      Aunque ha habido quien ha criticado a los solistas vocales, pienso que, independientemente de que sus voces no sean las más idóneas para el rol, tuvieron ambos una magnífica actuación.
      Hay quien dice que a Goerne no se le escuchaba. Yo le escuché perfectamente salvo cuando Traub se desmandaba, y su intenso fraseo y sentido musical me parecieron ejemplares.
      También me gustó bastante Shaham que cantó con gran intensidad y fuerza dramática.
      Yo me lo pasé estupendamente y considero que asistimos a una versión de muy buen nivel.

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    2. Muchas gracias. Sí, he leído opiniones bastante dispares, por eso pregunté.
      Nos vemos con Don Carlo, finally...

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