Ayer pudimos asistir en la sala Martín y Soler del Palau de Les Arts de Valencia a una excelente representación de ópera, con la producción del ROF de Pésaro de “La Scala di Seta” de Gioachino Rossini, en la que disfrutamos con la espléndida dirección artística de Damiano Michieletto, inmejorablemente reforzada por la adecuada escenografía y vestuario de Paolo Fantin, desarrollándose una puesta en escena original, imaginativa e inteligente que ayudó a engrandecer, sin duda, una obra musical de tono menor del genio de Pésaro.
Como ya comenté en mi anterior post, la escena se desarrolla en un plano de planta arquitectónica a Escala 1.1 del apartamento de Giulia. No sé si será una idiotez mía o la idea del plano a escala tendrá algo que ver con el doble sentido de la palabra “Scala”. El caso es que sobre el plano se dibujan las diferentes estancias del apartamento, el cual carece de paredes y los personajes simulan abrir y cerrar puertas inexistentes o se apoyan sobre muros invisibles, pero el seguimiento de la trama es perfectamente comprensible, favorecido además con el espejo que cierra el escenario, a modo de telón de fondo, en ángulo de 45 grados y permite el seguimiento de la trama incluso por las zonas que no están a la vista, como el jardín (¡magnífica la escena final con los sucesivos personajes reflejados mientras simulan que trepan desde el jardín al tejado y a la ventana de Giulia!). Esa ausencia de cerramientos verticales favorece el seguimiento y dota de agilidad a una historia que juega permanentemente con los malentendidos y que exige la presencia en escena de hasta seis personajes entrando en el apartamento, saliendo o escondiéndose en él.
La farsa se ha trasladado a la actualidad sin perder un ápice de su sentido original, y dibujándose unos personajes de nuestro tiempo plenamente reconocibles para todos, sin que se desvirtúe el libreto, más bien, si me apuran, al contrario.
Es de destacar una dirección de actores cuidada, exhaustiva, que exige muchísima entrega y concentración a los intérpretes, y que ayuda a remarcar el perfil de los diferentes personajes, quienes están en escena en continuo movimiento, y siempre en plena concordancia con la música que se escucha.
Se le podrían criticar ciertos aspectos que coincidirían con los reproches que he efectuado repetidamente a los montajes de La Fura dels Baus, y que he de reconocer que encontré que podrían estar de más. Así, durante la ejecución de la obertura, se abre el telón y los tramoyistas van llenando el escenario vacío con los muebles de las diferentes estancias e incluso colocando a los cantantes en posición. Una propuesta que me pareció muy interesante visualmente, pero que originaba ruidos que molestaban la escucha de la brillante obertura rossiniana. También hubo momentos en que quizás hubiese sido deseable prescindir de tanta sobrecarga de planos de acción, como por ejemplo durante la interpretación del aria de Giulia "Il Mio Ben Sospiro e Chiamo", que se vio acompañada por las risas de un público que estaba casi más pendiente de lo que hacía en la habitación contigua el personaje de Germano que de la delicadeza del canto de Dolores Lahuerta. No obstante, a diferencia de lo que me ocurrió con La Fura, los pros de la propuesta superaron con mucho a los contras.
Pese a ser una ópera en un acto, al igual que ocurrió en Pésaro este verano, se hizo un entreacto, tras el cual el personaje de Blansac sale al escenario frente al telón bajado y comienza a entonar el aria “alle voci dell’amore” (originariamente “alle voci della gloria”). Un aria que, como nos informó en su día Joaquim en su blog, no estaba incluida en la ópera y fue añadida, precisamente, por Alberto Zedda. El que se trate de un aria no incluida por el autor en la trama se soluciona escénicamente de forma inteligentísima, haciendo que comience a cantarse en el proscenio a telón bajado y, cuando éste se abre y durante todo el desarrollo del aria, quienes ocupan el escenario no son los personajes, sino los propios artistas, el personal técnico y los directores escénicos como si hubiesen sido sorprendidos de improviso por la reanudación de la función en pleno descanso, volviendo a retomarse la trama a la finalización del aria.
Si la dirección artística merece un sonoro Bravo, otro tanto hay que decir respecto a la musical. El maestro milanés Alberto Zedda, director artístico del ROF Pésaro y del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, dirigió a los estupendos músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana con enérgica batuta, demostrando su conocimiento de la partitura rossiniana, y dotando a la misma de toda la frescura, agilidad y brío que la farsa requería. Quizás se le pueda reprochar, aunque roce el anatema, no haber controlado en ciertos momentos ese ímpetu para compensar las limitaciones vocales de algunos de sus alumnos solistas.
Dentro de la orquesta, que rindió de nuevo al máximo nivel, es justo destacar el extraordinario papel de José Ramón Martín, quien estuvo impecable en el clave.
Los jóvenes cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo que actuaban como cantantes solistas derrocharon entrega dramática, sentido escénico y vis cómica. En el ámbito vocal no es momento de hacer reproches con la lupa puesta, ya que se está en proceso de formación y todos ellos tienen mucho tiempo por delante para pulir defectos y potenciar virtudes. Unos más que otros, desde luego.
Sin duda, destacó por méritos propios Dolores Lahuerta, como Giulia, haciendo gala de una voz de soprano lírica de gran volumen, exquisitamente timbrada, con la que afrontó con suficiencia y aparente comodidad las agilidades de la partitura y nos obsequió con unos agudos brillantes y segurísimos. Dramáticamente, como el resto del elenco, estuvo entregadísima, llegando a cantar, por ejemplo, mientras realizaba ejercicios de fitness. Esta mujer tiene un instrumento que precisa, ya mismo, de papeles de mayor envergadura, y estoy convencido de que está llamada a importantes éxitos muy pronto en los principales recintos operísticos.
Respecto al resto del reparto, Hans Ever Mogollón, como Dorvil paso algunos apuros puntuales, aunque tuvo momentos donde lució un buen control del fiato y gran expresividad vocal, y se agradeció que renunciase a los exigentes sobreagudos del aria “Vedrò qual sommo incanto”.
Germano es el personaje conductor de la obra. En esta producción se nos presentó como un criado filipino, y requiere de un cantante con unas grandes dotes para la comedia y con resistencia física. Lluís Martínez cumplió en este sentido sobradamente. Fue de menos a más en sus prestaciones vocales, con una actividad permanente en escena, teniendo que cantar mientras plancha, dobla la ropa, limpia el polvo, cocina… y por si fuera poco hace malabarismos con todo lo que encuentra a su mano (naranjas, rollos de papel higiénico…). Fue interesante escuchar como en los recitativos Martínez recalcaba el acento asiático del personaje.
Ekaterina Metlova compuso una Lucilla descarada y provocativa, desenvolviéndose en escena con una soltura irreprochable. Lució más en los recitativos y las réplicas a Blansac que en su aria “Sento talor nell'anima”. Es poseedora, no obstante, de una materia prima interesante que deberá trabajar más.
Isaac Galán fue un Blansac limitado en el aspecto vocal, pero con un extraordinario comportamiento actoral.
Javier Tomé, como Dormont, cumplió en un papel muy breve y poco agradecido.
El público, con numerosa presencia de gente joven, finalmente llenó la sala, pese al gran número de entradas que quedaban por vender hace apenas un par de días (¿se regalaron a última hora?), y ovacionó largamente el espectáculo ofrecido, con especial intensidad para Dolores Lahuerta, Lluís Martínez, la dirección artística y, sobre todo, el maestro Zedda, quien fue premiado con una lluvia de flores por parte de sus alumnos presentes en la sala.
A destacar también la presencia en primera fila de mi amiga Helga Schmidt, quien no paraba de incorporarse para controlar el foso, ignoro con qué motivo (¿abrir expediente disciplinario al que tocase con desgana o se riese del profesor?), lo que sé es que el pobre señor que estaba tras ella no hacía más que buscar por diestra y siniestra un campo de visión que no fuera obstaculizado por la abultada presencia de la Schmidt. Y a ver quién era el valiente que le decía algo… Si hubiese estado Kynan Johns…
Aquí podéis leer la excelente crónica que ha escrito Titus.
Para finalizar podemos escuchar a William Mateuzzi interpretando el aria de Dorvil "Vedrò qual sommo incanto", y este no se come ni una nota:
video de vilaph
video de vilaph
Ay, Kynan Johns, qué será de él. Espero que, allá donde esté, al menos le paguen puntualmente.
ResponderEliminarDe acuerdo en todo lo que dices. Al final nos lo pasamos bien, que es lo importante, y descubrimos un par de voces interesantes con un gran futuro.
Yo en Pesaro, no recuerdo esa solución para el final del aria de Blansac, pero quizás me traiciona la memoria.
ResponderEliminarPreguntaré a los otros ilustres asistentes si lo recuerdan.
Excelente crónica para una obrita, que sin esa propuesta escénica, costaría un poco de digerir, ¿no crees?.
Yo en cuanto a voces, Titus, lo dejaría en una y media. De momento.
ResponderEliminarLahuerta, todo un descubrimiento.
Desde luego que lo pasamos muy bien. Ya firmaría yo que en lo que nos queda por delante disfrutásemos la mitad.
Totalmente de acuerdo, Joaquim. La viveza y agilidad de la propuesta escénica es la principal responsable de haberlo pasado tan bien ayer. Con una puesta clásica podría ser directamente un tostón.
Gracias por contarlo. Debo manifestar una vez más mi ignorancia, porque no conocía a los intérpretes.
ResponderEliminarMe pasa lo que a Mª Teresa y al igual que ella, agradezco el descubrimiento tan descriptivo y documentado, serpientes incluidas, (jaja)
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias por vuestros comentarios, Mª Teresa y Alfredo. Es normal no conocer a los intérpretes, ya que son alumnos del Centre de Perfeccionament Placido Domingo, todavía en proceso de formación.
ResponderEliminarCelebro que disfrutarais de lo lindo.A Damiano Michieletto(Venecia 1975)le ví el Romeo et Juliette en Venecia y me gustó muchísimo.Creo que es ya,hoy en dia,uno de los grandes valores de la escena operística.
ResponderEliminarHola Atticus,
ResponderEliminarNo me parece muy acertada tu manera de presentar el video de Mateuzzi diciendo eso de "y éste sí hace todas las notas..."
Antes de hacer semejante crítica deberías haberte interesado por qué escribió Rossini en la partitura. Mateuzzi hace las variaciones que él cree apropiadas para su voz. Mogollón también hace "todas las notas" y al no tener la misma vocalidad, realiza variaciones diferentes, pero no por ello se le debe de criticar en sentido negativo. No recuerdo ahora mismo la versión que existe con Ernesto Palacio, pero seguro que no hace ni la mitad de agudos que Mateuzzi, obviamente.
Además, si nos ponemos en ese plan, la afinación de Mateuzzi en este video,deja mucho que desear...
Cambiando de tema, en general es una producción que me encanta. Me parece ideal para introducir en este mundo a personas que no hayan visto nunca una ópera. Y en el mismo sentido.. programar sólo 2 funciones didáticas.. quiere decir que en toda valencia sólo verán el espectáculo 800 niños. Una lástima.
Un saludo.
Lamento haberme explicado mal, Anónimo.
ResponderEliminarEn ningún caso he pretendido criticar a Hans Ever por no dar los agudos que exhibe Mateuzzi en el video. De hecho, en mi crónica alabé que no arriesgase su canto intentando llegar a sobreagudos que no estuviesen a su alcance.
Cuando me referí a que Mateuzzi sí daba todas las notas no era para poner en evidencia a Hans Ever, sino al propio Mateuzzi que hacía auténtica ostentación de florituras sobreagudas. Y estoy de acuerdo contigo en que la afinación no es precisamente su punto fuerte en ese video.
Versiones del aria hay para todos los gustos.
Coincido contigo en que la programación de la obra por parte de Les Arts es de agradecer, pero parece que han entrado con miedo en Rossini, programando tan sólo 2 funciones para público general y 2 didácticas. Realmente es muy poco.
Gracias por tu comentario y espero volver a leerte por aquí, si es posible con algún nick o nombre que me permita identificarte cuando lo hagas.
Un saludo
Hola Atticus,
ResponderEliminarPerdona por no haber puesto antes ningún nick.
Soy muy crítico con versiones como la de Mateuzzi porque me resultan muy superficiales. Las variaciones son pirotecnia gratuita en la que no expresa nada y cuando un cantante deja de expresar para simplemente lucirse, a mi deja de interesarme. No es que deje de reconocer el mérito de lo que hace, pero me parece que pierde la esencia de lo que es cantar, que es expresar.
Un saludo
Partiendo de la base que el canto rossiniano, basaba gran parte de su esencia, en la libre interpretación de los cantantes en las segundas estrofas, siempre y cuando se respetara al menos lo escrito por el autor, el comentario de Manuguerra, con todos los respetos, creo que no se ajusta a la realidad.
ResponderEliminarOtra cosa es que hay interpretes, como Joan Sutherland, por ejemplo, que en la primera estrofa del "Bel raggio lusinghier", ya se inventa las notas agudas que tanto le gustaban, para olvidarse de los graves, mucho más incomodos para su tesitura, que si estaban escritos.
La mayoría de artistas de la escuela rossiniana, se ajustan a lo escrito por el Maestro y cuando cantan las segundas estrofas de las arias y sobretodo de las cabalettas, dejan correr la pirotecnia, ya que la expresividad y el sentimiento, deberían haberlo demostrado anteriormente.
Mateuzzi, sin ser santo de mi devoción, fue durante un cortísimo período de tiempo, un contraltino de riguroso estilo rossininiano.
Parte del belcanto se basaba en la superficialidad, es decir en el lucimiento del cantante, por encima de la propia partitura.
Luego vendrían los directores más papistas que el Papa y obligaron a los cantantes a cantar solamente lo escrito, aunque con las repeticiones íntegras, con lo cual a muchos les resultaba aburrido, puesto que las repeticiones, como ya he dicho, se escribían para que el cantante demostrara sus facultades, sin olvidar el buen gusto y el "belcanto", aunque eso ya es harina de otro costal. En aras de ese virtuosismo, Rossini llegó a decirle a una soprano, después de oírle tergiversar una partitura suya (La Rosina del Barbiere, creo), "Señora ha estado Usted magnífica y me ha gustado mucho lo que ha cantado, ¿Podría decirme quién es el autor?
Manuguerra, gracias por identificarte.
ResponderEliminarPoco más puedo decir después de la intervención del amigo Joaquim.
Efectivamente, entiendo que Mateuzzi se ajusta al estilo rossiniano y su virtuosismo entra dentro de las pautas del Maestro. Que luego le llegue a uno más o menos es otro tema, que ya no es propio de discusión, sino de gustos musicales particulares.