Hacer un estreno operístico la noche de Halloween, tiene el riesgo de que la platea y palcos se te pueblen de fantasmas y muertos vivientes, como ocurrió ayer en el Palau de Les Arts de Valencia, que inauguró temporada con el importante reto de poner en escena la colosal ópera de Héctor Berlioz “Les Troyens”, en una producción propia del coliseo valenciano en colaboración con el Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Teatr Wielki de Varsovia, en lo que, parece ser, supone la primera representación en España de la versión escénica íntegra de la obra.
De entrada, hay que reseñar otra primicia, cual fue que anoche se produjo el primer abucheo de la corta historia de este teatro, dirigido a Carlus Padrissa y La Fura dels Baus, responsables de la puesta en escena y presunta dirección artística de la obra.
La propuesta furera traslada la epopeya troyana a un mundo futurista donde se mezclan virus informáticos, naves espaciales y toda la utillería ya mostrada en otros espectáculos por el grupo catalán, levemente reciclada.
Declaraba Padrissa en el escueto programa de mano entregado que “la ópera es un lugar donde la noción del tiempo desaparece si el espectáculo es capaz de seducirnos de manera global a través de los sentidos”. En este caso, su dirección escénica no sólo no contribuye a esta seducción global, sino que la lastra de forma definitiva. Yo fui uno de los que defendieron y alabaron, con matices, la labor de Padrissa y sus chicos en las sucesivas entregas del “Anillo del Nibelungo”, pero ayer reconozco que me sumé a la protesta ante una versión escénica aburrida, reiterativa, absurda y profundamente fea.
Se han repetido y potenciado en esta producción los elementos fureros más criticables: una nula dirección de actores a los que muchas veces se les ve perdidos; los continuos movimientos en escena de la gente de La Fura, entre los cantantes, arrastrando plataformas, enganchando cables, etc. con sus correspondientes ruidos; y esa excesiva información visual permanente que distrae al espectador incluso cuando no debe, cuando la atención debe estar concentrada en la música y los artistas.
Ayer vivimos algunos momentos escénicos realmente bochornosos. Destacaría especialmente el precioso dúo del acto IV entre Enéas y Dido, “Nuit d’ivresse”, posiblemente el momento musicalmente más bello de toda la obra, donde en lugar de quedarse los dos amantes solos, tal y como marca el libreto, tuvieron en escena la compañía de dos miembros de La Fura que les vigilaban, cual lúbricos voyeurs, porque al señor regista se le había pasado por el moño que cantasen ese momento colgados por los sobacos. Si pretendía ser original Padrissa, debe saber que lo único que consiguió fue una pérdida brutal de la magia y poesía de la escena.
Otros instantes, a mi juicio, muy desafortunados de la propuesta escénica, fueron el patético combate de boxeo que tiene lugar en el Paso de los luchadores del acto I, o el desfile de modelos con prótesis peneanas, en la danza de sátiros y faunos del comienzo del acto IV, de indudable mal gusto. Y tampoco tuvo justificación el humillante numerito que se le impuso a Eric Cutler, obligándole a cantar el aria de Iopas, “O Blonde Cérès”, micro en mano (apagado, claro) y haciendo posturitas dignas de fase clasificatoria regional de Festival OTI.
El instante de la entrada en escena del caballo de troya resultó muy molesto, al deslumbrarse a los espectadores con el reflejo de los focos en el caballito, construido con retales de la sierpe dragón de “Siegfried” y unas enormes ruedas, que le daban la apariencia de regalo de huevo Kinder en grande.
Sin embargo, sí me pareció medianamente interesante la resolución de la muerte de Laocoonte por las serpientes.
El horroroso y sonrojante vestuario diseñado para la ocasión, sólo consiguió llevar al límite de la indignidad a los artistas y que el público se tomase a chirigota momentos dramáticamente intensos, como la aparición de Casandra, poco antes del suicidio colectivo de las troyanas, vestida como una mezcla de Geyper Man y jugador de fútbol americano con escuditos y colores que se asemejaban demasiado a los del Valencia CF.
Las ridiculeces gratuitas en el vestuario y la dirección escénica eran continuas: los soldados troyanos convertidos en clones de las tropas imperiales de "Star Wars"; la pobre Daniela Barcellona colgada por los aires cada dos por tres y tocada con un espantoso peinado a lo fallera afro; Iopas con túnica horrorosa, posiblemente en homenaje a Rappel, presente en la sala y que si hubiese subido al escenario habría pasado desapercibido; o Andrómaca y Astyanax vestidos de caballeros Jedi, el último además con gafotas a lo Elton John y un cochecito teledirigido que con su ruido molestó ostensiblemente el solo de clarinete que sonaba en ese instante.
Tanta interferencia en la obra, desconcierto al espectador y ausencia de innovación en la propuesta de Padrissa, motivaron el sonoro y mayoritario abucheo que se le propinó al finalizar la función.
En el ámbito musical el resultado fue ostensiblemente mejor. Aquí hay que empezar elogiando de nuevo el trabajo realizado por todos y cada uno de los músicos que componen la sensacional Orquestra de la Comunitat Valenciana, absolutamente fantástica en todo momento. Espléndida la sección de viento, con unas trompas alcanzando la perfección al inicio del IV acto.
El director ruso Valery Gergiev condujo con su ya habitual gusto por el volumen descontrolado que le hace moverse permanentemente entre el forte y el fortissimo, faltándole matización, aunque en términos generales su lectura me resultó agradable y, si bien careció de esos momentos de mágica emoción, tampoco me llegó a molestar.
El Coro de la Generalitat tenía una prueba de fuego en esta exigente obra en la que tiene un papel protagonista. El resultado final fue de matrícula de honor. Cuando ya creíamos que era difícil hacerlo mejor, ellos se superaron a sí mismos y lograron imponerse con perfecto empaste por encima incluso de los volúmenes impuestos por Gergiev.
En las voces solistas hubo dos grandes triunfadoras, Elisabete Matos y Daniela Barcellona.
Matos, pese a mostrar alguna carencia en el registro grave, compuso una Casandra excepcional. Fue de menos a más, con una absoluta entrega dramática y poderío en el agudo con algunos ataques prodigiosos.
Daniela Barcellona conquistó a la totalidad del auditorio estando en todo momento implicadísima con el personaje de Dido, pese a la ridícula apariencia impuesta por Padrissa, consiguiendo que su voz, amplia y flexible se impusiera con autoridad, derrochando expresividad y sabiendo transmitir con credibilidad los sucesivos estados de ánimo del personaje. Su “Adieu, fière cité” fue glorioso.
Stephen Gould demostró que no está precisamente en su mejor estado vocal. Tuvo que iniciar su actuación con la terrible entrada escrita por Berlioz “Du peuple et des soldats”, donde presentó problemas de fiato y caló el do. Posteriormente se le vio muy apurado en los agudos, recurriendo a feos falsetes en un par de ocasiones, y mostrando un evidente cansancio. No obstante, le puso mucha voluntad y hay que reconocer su esfuerzo y entrega dramática en este exigente papel.
Eric Cutler, que no es precisamente un cantante por el que sienta especial predilección, estuvo soberbio en el “O Blonde Cérès”, a pesar del numerito OTI que ya he comentado, mostrando una exquisita delicadeza y buen gusto.
El resto del reparto cumplió con corrección, aunque me gustaría destacar la bonita voz de la joven Oksana Shilova, procedente del Mariinsky, que interpretó el breve papel de Ascanio.
A la salida, más allá de la una de la madrugada tras cinco horas de representación (lo que debería hacer a la dirección de Les Arts replantearse la hora de inicio de funciones de esta duración, al menos en día laborable), el abucheo a La Fura era el centro de todas las conversaciones y generó la típica controversia entre quienes opinan que es una falta de educación y quienes, como yo, pensamos que es una tradicional y legítima muestra de descontento en los teatros de ópera. Para mala educación la de aquellos que nos obsequian a todos con sus toses huracanadas, los caramelitos que tardan horas en desenvolverse, los bolsillos agujereados de los que no cesan de caerse ruidosamente objetos al suelo, o las virtuosas del rítmico golpeado del abanico contra sus protuberancias mamarias.
Pese a todo lo expuesto, disfruté muchísimo del espectáculo musical de la noche, que no pudo tener mejor colofón que la cena troyana que compartimos los amigos catalanets y la sección levantisca.
Si queréis tener otras visiones de lo acontecido, podéis leer las estupendas crónicas de FLV-M, Maac y Joaquim.
Para finalizar os dejo a la ex pareja Alagna-Gheorghiu en el dúo del IV acto "nuit d'ivresse", en una grabación con Richard Armstrong dirigiendo la Royal Opera House Covent Garden Orchestra:
video de glenmed
De entrada, hay que reseñar otra primicia, cual fue que anoche se produjo el primer abucheo de la corta historia de este teatro, dirigido a Carlus Padrissa y La Fura dels Baus, responsables de la puesta en escena y presunta dirección artística de la obra.
La propuesta furera traslada la epopeya troyana a un mundo futurista donde se mezclan virus informáticos, naves espaciales y toda la utillería ya mostrada en otros espectáculos por el grupo catalán, levemente reciclada.
Declaraba Padrissa en el escueto programa de mano entregado que “la ópera es un lugar donde la noción del tiempo desaparece si el espectáculo es capaz de seducirnos de manera global a través de los sentidos”. En este caso, su dirección escénica no sólo no contribuye a esta seducción global, sino que la lastra de forma definitiva. Yo fui uno de los que defendieron y alabaron, con matices, la labor de Padrissa y sus chicos en las sucesivas entregas del “Anillo del Nibelungo”, pero ayer reconozco que me sumé a la protesta ante una versión escénica aburrida, reiterativa, absurda y profundamente fea.
Se han repetido y potenciado en esta producción los elementos fureros más criticables: una nula dirección de actores a los que muchas veces se les ve perdidos; los continuos movimientos en escena de la gente de La Fura, entre los cantantes, arrastrando plataformas, enganchando cables, etc. con sus correspondientes ruidos; y esa excesiva información visual permanente que distrae al espectador incluso cuando no debe, cuando la atención debe estar concentrada en la música y los artistas.
Ayer vivimos algunos momentos escénicos realmente bochornosos. Destacaría especialmente el precioso dúo del acto IV entre Enéas y Dido, “Nuit d’ivresse”, posiblemente el momento musicalmente más bello de toda la obra, donde en lugar de quedarse los dos amantes solos, tal y como marca el libreto, tuvieron en escena la compañía de dos miembros de La Fura que les vigilaban, cual lúbricos voyeurs, porque al señor regista se le había pasado por el moño que cantasen ese momento colgados por los sobacos. Si pretendía ser original Padrissa, debe saber que lo único que consiguió fue una pérdida brutal de la magia y poesía de la escena.
Otros instantes, a mi juicio, muy desafortunados de la propuesta escénica, fueron el patético combate de boxeo que tiene lugar en el Paso de los luchadores del acto I, o el desfile de modelos con prótesis peneanas, en la danza de sátiros y faunos del comienzo del acto IV, de indudable mal gusto. Y tampoco tuvo justificación el humillante numerito que se le impuso a Eric Cutler, obligándole a cantar el aria de Iopas, “O Blonde Cérès”, micro en mano (apagado, claro) y haciendo posturitas dignas de fase clasificatoria regional de Festival OTI.
El instante de la entrada en escena del caballo de troya resultó muy molesto, al deslumbrarse a los espectadores con el reflejo de los focos en el caballito, construido con retales de la sierpe dragón de “Siegfried” y unas enormes ruedas, que le daban la apariencia de regalo de huevo Kinder en grande.
Sin embargo, sí me pareció medianamente interesante la resolución de la muerte de Laocoonte por las serpientes.
El horroroso y sonrojante vestuario diseñado para la ocasión, sólo consiguió llevar al límite de la indignidad a los artistas y que el público se tomase a chirigota momentos dramáticamente intensos, como la aparición de Casandra, poco antes del suicidio colectivo de las troyanas, vestida como una mezcla de Geyper Man y jugador de fútbol americano con escuditos y colores que se asemejaban demasiado a los del Valencia CF.
Las ridiculeces gratuitas en el vestuario y la dirección escénica eran continuas: los soldados troyanos convertidos en clones de las tropas imperiales de "Star Wars"; la pobre Daniela Barcellona colgada por los aires cada dos por tres y tocada con un espantoso peinado a lo fallera afro; Iopas con túnica horrorosa, posiblemente en homenaje a Rappel, presente en la sala y que si hubiese subido al escenario habría pasado desapercibido; o Andrómaca y Astyanax vestidos de caballeros Jedi, el último además con gafotas a lo Elton John y un cochecito teledirigido que con su ruido molestó ostensiblemente el solo de clarinete que sonaba en ese instante.
Tanta interferencia en la obra, desconcierto al espectador y ausencia de innovación en la propuesta de Padrissa, motivaron el sonoro y mayoritario abucheo que se le propinó al finalizar la función.
En el ámbito musical el resultado fue ostensiblemente mejor. Aquí hay que empezar elogiando de nuevo el trabajo realizado por todos y cada uno de los músicos que componen la sensacional Orquestra de la Comunitat Valenciana, absolutamente fantástica en todo momento. Espléndida la sección de viento, con unas trompas alcanzando la perfección al inicio del IV acto.
El director ruso Valery Gergiev condujo con su ya habitual gusto por el volumen descontrolado que le hace moverse permanentemente entre el forte y el fortissimo, faltándole matización, aunque en términos generales su lectura me resultó agradable y, si bien careció de esos momentos de mágica emoción, tampoco me llegó a molestar.
El Coro de la Generalitat tenía una prueba de fuego en esta exigente obra en la que tiene un papel protagonista. El resultado final fue de matrícula de honor. Cuando ya creíamos que era difícil hacerlo mejor, ellos se superaron a sí mismos y lograron imponerse con perfecto empaste por encima incluso de los volúmenes impuestos por Gergiev.
En las voces solistas hubo dos grandes triunfadoras, Elisabete Matos y Daniela Barcellona.
Matos, pese a mostrar alguna carencia en el registro grave, compuso una Casandra excepcional. Fue de menos a más, con una absoluta entrega dramática y poderío en el agudo con algunos ataques prodigiosos.
Daniela Barcellona conquistó a la totalidad del auditorio estando en todo momento implicadísima con el personaje de Dido, pese a la ridícula apariencia impuesta por Padrissa, consiguiendo que su voz, amplia y flexible se impusiera con autoridad, derrochando expresividad y sabiendo transmitir con credibilidad los sucesivos estados de ánimo del personaje. Su “Adieu, fière cité” fue glorioso.
Stephen Gould demostró que no está precisamente en su mejor estado vocal. Tuvo que iniciar su actuación con la terrible entrada escrita por Berlioz “Du peuple et des soldats”, donde presentó problemas de fiato y caló el do. Posteriormente se le vio muy apurado en los agudos, recurriendo a feos falsetes en un par de ocasiones, y mostrando un evidente cansancio. No obstante, le puso mucha voluntad y hay que reconocer su esfuerzo y entrega dramática en este exigente papel.
Eric Cutler, que no es precisamente un cantante por el que sienta especial predilección, estuvo soberbio en el “O Blonde Cérès”, a pesar del numerito OTI que ya he comentado, mostrando una exquisita delicadeza y buen gusto.
El resto del reparto cumplió con corrección, aunque me gustaría destacar la bonita voz de la joven Oksana Shilova, procedente del Mariinsky, que interpretó el breve papel de Ascanio.
A la salida, más allá de la una de la madrugada tras cinco horas de representación (lo que debería hacer a la dirección de Les Arts replantearse la hora de inicio de funciones de esta duración, al menos en día laborable), el abucheo a La Fura era el centro de todas las conversaciones y generó la típica controversia entre quienes opinan que es una falta de educación y quienes, como yo, pensamos que es una tradicional y legítima muestra de descontento en los teatros de ópera. Para mala educación la de aquellos que nos obsequian a todos con sus toses huracanadas, los caramelitos que tardan horas en desenvolverse, los bolsillos agujereados de los que no cesan de caerse ruidosamente objetos al suelo, o las virtuosas del rítmico golpeado del abanico contra sus protuberancias mamarias.
Pese a todo lo expuesto, disfruté muchísimo del espectáculo musical de la noche, que no pudo tener mejor colofón que la cena troyana que compartimos los amigos catalanets y la sección levantisca.
Si queréis tener otras visiones de lo acontecido, podéis leer las estupendas crónicas de FLV-M, Maac y Joaquim.
Para finalizar os dejo a la ex pareja Alagna-Gheorghiu en el dúo del IV acto "nuit d'ivresse", en una grabación con Richard Armstrong dirigiendo la Royal Opera House Covent Garden Orchestra:
video de glenmed
Gracias por esta entrada, ayer sólo pude estar en 2º y 3º acto, la escena no me emocionó (el dúo sí). La verdad es que no me pareció "abucheable" pero entiendo que hay que verla en su totalidad para poder valorarla. En lo que sí estoy de acuerdo contigo es en el derecho del público a mostrar su contento o descontento con aplausos, silencio o abucheos, nadie tiene que sentirse afrentado por ello ni tiene nada que ver con el respeto. Personalmente me reservo mi capacidad abucheadora para ocasiones muy muy concretas y de mucho cabreo (Voulgaridou). Si simplemente no me gusta mi reacción es silencio. Por otra parte me sumo a tu reivindicación de SILENCIO DURANTE LAS REPRESENTACIONES, eso sí que es respeto y en Les Arts no damos precisamente muy buen ejemplo. ¿Es necesario hacer un comentario de última hora en la obertura?¿de verdad no puede esperar? ¡¡¡ La obertura ES parte de la ópera!!!
ResponderEliminarMe alegro de que a pesar de todo disfrutárais. En la ópera . . . y después!!
Dirección de actores, esa gran desconocida y casi siempre deturpada.
ResponderEliminarEstoy completamente de acuerdo con los apuntes tuyos y también me ha molestado muchísimo esta adaptación furera. Pero como dije en otro blog, discrepo en lo que se refiere a la dirección de actores.
Como se puede decir que hubo
una nula dirección de actores si más adelante se dice lo contrario.
...cantar el aria de Iopas, “O Blonde Cérès”, micro en mano (apagado, claro) y haciendo posturitas dignas de fase clasificatoria regional de Festival OTI.
O bien
Matos, pese a mostrar alguna carencia en el registro grave, compuso una Casandra excepcional. Fue de menos a más, con una absoluta entrega dramática
o
Daniela Barcellona conquistó a la totalidad del auditorio estando en todo momento implicadísima con el personaje de Dido, pese a la ridícula apariencia impuesta por Padrissa, consiguiendo que su voz, amplia y flexible se impusiera con autoridad, derrochando expresividad y sabiendo transmitir con credibilidad los sucesivos estados de ánimo del personaje
Dios sabe que la Fura no son santos de mi devoción y ni siquiera en el Ring me han parecido brillantes como muchos lo dicen. Pero cuando tienen cosas positivas, intento aparcar la tirria que les tengo.
Para mí, si se puede salvar algo de este naufragio colosal, es justamente la dirección de actores. Nos puede parecer insulsa, fea, sin sentido, etc. pero no podemos negar que sí ha habido una dirección de actores muy definida. O de verdad crees que la Matos y la Barcellona, solas son capaces de crear una Casandra y una Dido de mucha categoría actoral? Yo dudo mucho ya que conozco a ambas de haberlas vistas en varias producciones y sin ayuda de la mano de un director de escena nunca lograrían lo que ayer hemos visto sobre el escenario. Si me equivoco que me corrijan.
Por cierto, ¿alguien irá para ver a Ryan y a Simeoni?
Yo voy a ver a Ryan y a Simeoni, en teoría, porque en Les Arts uno nunca sabe a ciencia cierta quién va a acabar cantando.
ResponderEliminarAtticus, una excelente crónica, como viene siendo habitual. Es casi como haber estado allí. Lo que no sé es si estar alegre o triste por no haber estado, casi que lamento haberme perdido la cena más que la ópera, después de todo lo que he leído. Pero aún así la curiosidad me puede, tengo ganas de ir. ¿Nos veremos allí?
Sobre los abucheos he opinado en el blog de maac, más que nada porque creo que la posibilidad de polemizar es allí mayor, ya que estoy en tu línea, y ya sabes que me gusta más una buena polémica que a un tonto un lápiz.
Al no haber estado, poco puedo decir, sólo gracias por informarnos y una cosita: lo moderno (¡que antigua es esa palabra!), dentro de poco va a ser no "versionar" tanto...
ResponderEliminarLa cena troyana fue lo mejor, lástima que mis exigencias dietéticas me hicieran prescindir de ese hidromiel, pero espero probarlo cuando me haya repuesto.
ResponderEliminarDe la crónica no puedo discrepar, compartimos incluso las indignaciones.
Solamente una puntualización, los falsetes de Gould, si no hubiera hecho otras cosas, deberían ser perfectamente aceptados, ya que así se cantaba en su estreno y tendrían que ser aceptados, en una interpretación historicista, quizás por ello se comprenda mejor la dificultad de la parte.
Si llegaron los instrumentos originales a la revolución de las interpretaciones filológicas, tendríamos que aceptar un falsete en un agudo. En el XIX, se cantaba así.
El problema de Gould es que carece del estilo, no de la fuerza y heroicidad vocal, para hacer un buen Eneas. Seguramente Ryan estará mejor, ya que la voz me pareció más dúctil, aunque menos importante.
Esperemos repetir ese encuentro, donde sea, pero eso nos asegurará volver a pasar un rato inolvidable.
La entrada de Enée no tiene un do, es un si.
ResponderEliminarGracias anónimo, me has salvado del insomnio.
ResponderEliminarGenial Mr. Finch.
Rectifico: Veré a Ryan con Barcellona. O yo lo miré mal o desde que lo miré hace varias semanas hasta ahora ha habido cambios en los días en los que cantan Simeoni y Barcellona. A priori, el reparto más equilibrado, a mi parecer.
ResponderEliminarAlvaro: Totalmente de acuerdo con todo lo que dices. Ya me darás tu opinión cuando la veas completa. Posiblemente nos veamos el domingo.
ResponderEliminarm.allegro: Quizás me haya expresado mal. "nula dirección" puede que sea exagerado. Obviamente doy por supuesto que una mínima indicación tiene que haber, pero yo eso no lo considero una auténtica dirección de actores. Decirle a Cutler que coja un micro e imite a Dyango, no es ejercer la dirección artística. O decirle a Matos que no se levante de la silla de ruedas mientras canta, tampoco. Cuando hablaba de la entrega dramática de Matos, o la implicación de Barcellona y su expresividad, sí me refería a algo que creo fue mérito exclusivo de ellas, pues lo consiguieron con los matices de su voz, no gracias a una dirección de actores, sino pese a su carencia.
Titus: Lamento que te haya entrado bajón con nuestros comentarios, posiblemente esperándote lo peor te guste mucho más. Espero que nos veamos allí, quiero ir. Debe haber habido algún cambio (aunque no sean habituales en Les Arts, porque yo tambié pensaba que ese día eran Ryan y Simeoni.
Mª Teresa: El problema no es versionar, sino versionar mal. La innovación es positiva, si es innovación, no majadería.
Joaquim: Nos desquitaremos en el próximo encuentro de tus limitaciones dietéticas.
Tienes razón respecto al falsete, pero no creo que el de Gould se debiese a pretensiones historicistas, sino a limitaciones físicas, y realmente me sono muy feo. Creo que Ryan no será un mal Eneas.
Anónimo: Gracias por la corrección, tanto abucheo me debió afectar el oído.
Leòne: Para geniales, vos.
Gracias a todos por vuestos comentarios.
Vaya pedazo de crónica la tuya, amigo Atticus. Felicidades.
ResponderEliminarYo estuve el día 3, que era más barato que el estreno (cosa que todavía no entiendo por qué son más caros, salvo que haya cuota para el sastre del ex molt honorable), así que no hubo ni abucheo ni aplausos para Padrissa que no estuvo por allí.
Básicamente coincido contigo en todas tus apreciaciones, aunque no me gustó nada Gould y la Matos regulero. Fantástica Barcellona.
Lo de la Fura me pareció muy irregular. Yo no hubiera llegado al abucheo (aunque estoy a favor de hacerlo cuando haya que manifestar el desagrado). Me pareció positiva la resolución de los dos primeros actos, excepto por el look de Casandra y su absurda silla de ruedas.
Los astronautas, cantante con micro, el dúo de amor, el huevo que le cae a Dido encima, ¡¡su peinado!!... fatalos, fatalos.
Lo que peor me parece de los fureros es el desconcierto que provocan en el espectador, mezclando visiones innovadoras con puntuales ajustes casi literales al libreto que desubican al público.
Bueno, perdona el rollo. Gracias por tu trabajo, y sigue por mucho tiempo deleitándonos con tu prosa que nos hace pasarlo en grande.
P.D.: Anónimo: Don es trato de varón, Sí, asentimiento es.
Ayer asistí a Los Troyanos y coincido en todos tus comentarios. Agradecería mucho que pusieras un apartado de "Seguidores" en tu blog y así los avisos de tus entradas llegarían punturalmente al mío. Si no lo haces, te seguiré de todas maneras. Gracias
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBienvenida, Marta Moriarty.
ResponderEliminarYa he incorporado el apartado de "seguidores" al blog.
Gracias por tu recomendación. Espero seguir leyéndote por aquí.